sábado, 6 de diciembre de 2008

Karl Barth desde la cárcel


¡Señor, Dios nuestro! Tú nos mandas esperar y apresurarnos en vistas al gran día de tu manifestación total y salvadora en el mundo, entre nosotros, los hombres, en tu comunidad, también en nuestros corazones, y en nuestra vida también. Nos miramos en el vacío cuando dirigimos la vista a este día de la luz eterna. Tú ya lo has hecho apuntar, al nacer como el débil y todopoderoso niño Jesús, haciéndote hombre como nosotros. Y ahora vamos a celebrar pronto una vez más la Navidad, pensando en este apuntar de tu gran día.

Ayúdanos, haznos el regalo de que nos reunamos una vez más como es debido, que reflexionemos y examinemos cómo debemos ir a tu encuentro, ya que tu venida es ahora ya inminente, para que después, nuestra celebración de navidad no se reduzca a un teatro estéril, sino que por el contrario, sea un esplendoroso, serio y gozoso encuentro contigo.

Nos es necesario sentirnos sacudidos por estas reflexiones prenavideñas, y ponernos en movimiento. Pero, con toda seriedad, sólo tú puedes hacer esto en nosotros. Por esto te pedimos que no nos dejes solos en esta hora, sino que te hagas presente con tu fuerza. Te invocamos con las palabras que, por medio de tu mismo Hijo, has puesto tú en nuestros labios: Padre nuestro...

«A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide de vacío» (Lc 1, 53)

Queridos hermanos: La semana pasada, en el diario Migros "Wir Brückenbauer" (Nosotros, constructores de puentes), bien conocido de muchos de vosotros, leí en un reportaje, bajo el título "Navidad de los presidiarios", la frase siguiente: "La fiesta del amor y de la paz no es que encaje muy bien en una prisión". Lo que uno seguía leyendo, era ciertamente muy conmovedor, pero sin fuerza alguna, y estoy contento de que aquí no me parezca tan deplorable, como me pareció lo que describe este artículo. Se ha de protestar contra aquella frase. No estoy del todo seguro de que la celebración de la navidad encaje en la Seo o en la Engelgasskapelle, donde la celebran las personas más distinguidas. Pero estoy completamente seguro de que aquí encaja y, por lo tanto, de que encaja en una prisión. Estuvo bien que ya hubiera escogido antes mi texto para este domingo. Escuchadlo otra vez: A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide de vacío.

Él ha hecho esto: él, que se ha interesado por su pueblo de Israel, y con él, de toda la tierra, sin merecerlo, por pura bondad. Él, que quería mantener y consumar fielmente la alianza establecida con los hombres. Él, que no sólo ha expresado en palabras, sino que ha puesto en obra con poder, su gran amor al mundo creado por él. Él, que hizo brillar su luz en medio de nuestra tiniebla. Él, que ha dado una esperanza eterna a todo lo que vive. Él ha hecho esto, al hacerse hombre, al hacerse niño, como uno de nosotros, en la ciudad y en el pesebre de Belén. Él ha hecho esto. Y no dice que él quiere hacerlo y lo hará, sino que él ya lo ha hecho. Por lo tanto, fijaos bien: si eres un hambriento, ya te ha colmado de bienes. Si eres un rico, ya te ha despedido de vacío. Así es como sucedió allí, así se decidió y se realizó la separación al nacer el Niño Jesús. De esta manera se hizo allí la selección y, por lo tanto, se dijo sí y no, se amó y se odió, se aceptó y se rehusó. Los hambrientos fueron colmados allí de bienes, y los ricos fueron allí despedidos de vacío. Y el doble mensaje de adviento es éste, que se proclamó allí y se proclama hasta el día de hoy: que Dios se porta así con los hambrientos y con los ricos.

Los hambrientos. ¿Qué gente es ésta? Un hambriento es evidentemente uno a quien le hace falta lo más necesario. No alguna cosa bonita y hermosa de la que quizás pudiera estar privado, sino lo más necesario, de lo que no puede privarse. Y además, no tiene medios ni posibilidades de procurárselo. No puede sino derrumbarse y precipitarse hacia la muerte. Entonces tiene hambre. Y está sobrecogido del temor de morirse de hambre.

Lo más necesario para él puede ser un pedazo de pan y un plato de sopa, como para tantos en Asia lo es un par de manos llenas de arroz. Todos vosotros ya habéis visto fotografías de mujeres y niños hambrientos en la India, en África... ¿Ha sufrido quizás uno u otro de vosotros alguna vez hambre semejante? Pero me parece que por el momento, desde que estáis en esta casa, vuestro problema no es éste.

Lo más necesario que puede faltarle a un hombre, puede ser también una vida que él considere que vale la pena ser vivida. Pero lo que él ve, es una vida mal empleada, perdida y corrompida. Entonces tiene hambre. Lo más necesario que le falta, podría ser simplemente un poquitín de alegría. Mira alrededor, y no encuentra nada, absolutamente nada, que realmente pudiera causarle alegría. Y tiene hambre. Lo más necesario podría consistir sencillamente en que nadie lo ha amado de verdad. Y no se encuentra nadie que pueda apreciarlo. Y así tiene hambre. ¿Y si lo más necesario que le faltara fuera una buena conciencia? ¿Quién no desearía y debería tener una buena conciencia? Pero ¿y si uno sólo puede tener una mala conciencia? No puede sino tener hambre. Lo más necesario para él podría ser el poder estar completamente seguro de alguna cosa. Pero en él sólo hay dudas, y alguna vez le amenaza la desesperación. Por esto tiene hambre. Lo más necesario de todo podría ser para él, arreglar sus cuentas con Dios. Pero lo que hasta ahora ha oído decir de Dios, no le dice nada. A partir de aquí, no puede empezar a hacer nada, ni quiere saber nada de eso. Y ahora tiene hambre de estas cosas tan importantes.

De estos hambrientos oímos decir ahora: los colma de bienes. Por lo tanto no les ha dado sólo un "engaña bobos", ni solamente un bocado, ni se ha limitado a un regalo de navidad, barato o caro, ni a las migajas que caían de la mesa del señor, como las que recibió el pobre Lázaro (Lc 16, 21). No, él los ha alimentado y los ha deleitado hasta la saciedad. Como se dice en uno de nuestros cánticos: «les ha enviado desde el cielo una lluvia torrencial de amor». De ellos, de los más pobres, ha hecho los más ricos. Y lo ha hecho, haciéndose su hermano, convirtiéndose él mismo en un hambriento, que ha gritado por ellos y a favor de ellos: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mc 15, 34). Él se puso en lugar de ellos, poniendo a ellos en su lugar, para quitar de ellos y tomar sobre sí toda su debilidad, todo su error, todo su pecado, toda su miseria.

Él, a sus expensas, intervino a favor de ellos contra el diablo, contra la muerte, contra todo aquello que entristecía su vida y la hacía perversa y tenebrosa. Ha quitado de ellos todo esto y lo ha tomado sobre sí, para darles a cambio lo que era suyo: la majestad, la gloria, la alegría de los hijos de Dios. A un hambriento, como aquel cobrador de impuestos pecador, lo hizo bajar del templo a su casa, transformado en un hombre justo y cabal (Lc 18, 14). A un hambriento como aquel pobre Lázaro, lo elevó como a un verdadero santo, al seno del santo padre Abrahán (cf. Lc 16, 22). Lo llamó a su servicio, como hizo entonces con Pedro, después de haber salido a pescar inútilmente durante toda la noche (cf. Lc 5, 5.11). Le dio la bienvenida en la casa paterna como hijo pródigo: no con la mirada aniquiladora de un maestro de escuela severo, sino, tal como se menciona expresamente en la historia de aquel hijo, con el alborozo de la música y haciendo sacrificar el ternero cebado (cf. Lc 15, 22 s.). «Él nos ha hecho todo esto para mostrarnos su gran amor. Por esto se alegra toda la cristiandad y le da gracias por siempre».

¿Qué sociedad es ésta: "la cristiandad"? Nada menos que la comunidad de los hambrientos, que pueden alegrarse y dar gracias de que Dios los haya colmado de bienes. ¿Por qué precisamente a ellos? Pues porque están hambrientos y se sienten perdidos, y porque él ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 10).

Los ricos. ¿Quiénes pueden ser esos ricos de quienes se habla a continuación? "Ricos". Cuando oímos esta palabra, lo primero que pensamos es en gente que tienen un montón de acciones, una gran cuenta corriente en el banco, una hermosa casa aquí en Basilea o en las cercanías, con cuadros auténticos, antiguos y modernos, en las paredes y, probablemente, también una casa de vacaciones junto al lago de Vierwaldstátter o en el Tessin, quizás también, un Mercedes fenomenal, y un televisor de los más caros; y de cosas agradables como éstas, todas las que queráis. Si todo esto les basta, si con todo esto se consideran consolados y seguros, si consideran que el sentido de la vida es buscar estas cosas, tenerlas y disfrutarlas, en este caso, pertenecen sin duda alguna a aquellos de quienes se habla aquí.

En el sentido aquí indicado, los ricos no son solamente éstos, sino que, tanto si tienen cuentas corrientes o cosas por el estilo, o no, son todos los que con su sabiduría y poder, creen que pueden dominar la vida, "manipularla", como se dice hoy día. Ricos, en el sentido que se indica aquí, son todos los que se tienen por sabios e inteligentes, por buenas personas (cf. Rom 12, 16). Todos los que, como el fariseo en el templo "se sienten seguros de sí pensando estar bien con Dios" (Lc 18, 9), todos los que se creen que han de dar gracias a Dios porque no son como estos o aquellos bribones, y piensan poder anunciar a los cuatro vientos lo bueno que han hecho o hacen (cf. Lc 18, 11 s), todos los que andan por ahí con la pretensión de que Dios y los hombres deberían estar de veras contentos de ellos. Éstos son los ricos de quienes se habla aquí.

Y precisamente se dice ahora de ellos: los despide de vacío. ¡Los pobres ricos! No les ha hecho nada malo. No les ha quitado nada de sus riquezas. Pero tampoco les ha manifestado nada bueno. Sólo los ha despedido, como se despide a uno que se ha equivocado de número de teléfono, o al que en la calle ha ido a dar con una dirección equivocada. Solamente los ha dejado estar y los ha dejado marchar con todos sus trastos. No los encontró interesantes, no podía emplearlos. No tenía nada que decirles y que darles ¡a los pobres ricos! Sí, entonces fue así. Lo que sucedió en el establo de Belén, no importó nada a estos ricos. Y lo mismo ha seguido pasando hasta el día de hoy, La Navidad no puede hacer feliz a estos ricos. Se puede decir que la fiesta del amor y de la paz no encaja con ellos.

Pero con esto, hermanos míos, no hemos acabado aún con el doble mensaje de adviento, y os pido de todo corazón que prestéis atención, que reflexionéis, que os toméis en serio aquello en que vamos a seguir fijándonos.

En primer lugar: No todos los que aparentemente tienen hambre son realmente hambrientos. Hasta en la más grande miseria, en una grave enfermedad y hasta en la cárcel, uno puede ser una persona contenta y satisfecha, sin que los demás se den cuenta de ello. Hasta en el borde de la muerte, hasta en los lugares más impensables en que los hombres pueden encontrarse, existe gente más que satisfecha de sí misma, gente que se siente segura, sana y felices de sí mismas. Y bastantes también, que se creen ser justos. Y hasta existe algo enormemente malo, y es, que uno puede hasta coquetear con su miseria, y reconocer y hacer constar casi con satisfacción, que uno es un pobre y perdido pecador. No sólo existen fariseos normales y corrientes. Existen también —yo ya me he encontrado con algunos de ellos— publicanos fariseos. Dios los ha despedido también de vacío hace tiempo, por más que adopten actitudes lastimosas y por bien que se encuentren. Estos hambrientos aparentes no han de maravillarse, si la Navidad no les dice ni les trae nada. La Navidad sólo tiene algo que decir y que traer a los que realmente están hambrientos.

En segundo lugar: Los pobres ricos, de la clase que sea, actúan, y sólo pueden actuar así, como si fueran ricos, siendo en realidad también ellos, muy, pero muy pobres. Con su riqueza se engañan a sí mismos, a Dios y los demás, aparentando lo que no son. Pues ningún hombre estará satisfecho de verdad, de lo que él es y de lo que tiene, aunque tenga la cuenta corriente en el banco, o su mercedes, o su honradez o su piedad. Nadie es de verdad su propio dueño, nadie se forja su felicidad, o, díganlo como quieran todas estas expresiones, nadie es su propio salvador. Mientras no actúe así, o si creyendo ser algo y durante el tiempo que actúa así desprecia a Dios, es uno a quien Dios, como prueba de su gran bondad para con todo el género humano, ha pasado por alto, ha despedido de vacío. Mientras haga esto, sólo podrá ver cómo Dios colma de bienes a los demás, a los hambrientos, pero no puede celebrar la Navidad con alegría; para él han cantado en vano los ángeles.

En tercer lugar: Pero existe también una esperanza para los ricos de todas clases, despedidos de vacío provisionalmente. El pobre rico no debería actuar como si tampoco le faltase a él lo más necesario, como si tampoco fuera él un hambriento. Bastaría con que reconociese y confesara que tampoco él es una persona inteligente, sabia y distinguida, y muy de veras se reconociera como una criatura muy infeliz, inútil y miserable. Sólo le bastaría con colocarse, abierto y sinceramente, al lado del publicano —del publicano auténtico, naturalmente, no al lado de aquel falsificado—: allá, donde también el salvador está directamente a su lado. Por lo tanto, sólo le bastaría querer saber y estar convencido de esto: ¡Dios mío, ten compasión de mí, pecador! (Lc 18, 13). De un solo golpe quedaría transformado. Ya no sería más un pobre rico, sino un rico pobre, uno de los que se dice en el evangelio: dichosos vosotros, los pobres (Lc 6, 20). También él sería colmado de bienes. Entonces oiría y captaría lo que decía el ángel a los pastores: Os traigo una gran alegría que lo será para todo el pueblo. Hoy os ha nacido un salvador q(Lc 2, 10). Y entonces podría juntarse a la alabanza de todas las legiones del ejército celestial: Gloria a Dios en el cielo paz en la tierra a los hombres, que él quiere tanto (Lc 2, 1 ). Por otra parte ¿sabéis cual es la señal segura de que uno está liberado de su mentira, es un auténtico hambriento y, por lo tanto, un hombre ya colmado de bienes, un rico pobre? Si tiene manos y corazón para los demás hambrientos de toda clase. Por ejemplo, el que en la India, África y en otras partes, halla millones, que no tienen pan, sopa y arroz. Vuestro problema será también entonces su propio problema. Entonces reconocerá en este hombre a su hermano y a su hermana, y actuará de acuerdo con esto. Haciendo esto, podría celebrar y celebraría para sí una Navidad gozosa.

Y ahora pues, la invitación a celebrar la Navidad se nos dirige a todos nosotros. Mira, voy a llegar enseguida (Ap 22, 7.12), dice el Señor —el Señor Jesucristo, el Señor Sebaot, junto al cual no existe ningún otro Dios—, y prosigue: Acercaos a mí los que estáis rendidos y abrumados, y yo os daré respiro (Mt 11, 28). «Venid acá, los pobres y miserables, colmad libremente las manos de vuestra fe. Aquí están todos los buenos regalos y el oro, es con ellos con los que debéis solazar vuestro corazón». Venid tal como sois, como auténticos hambrientos. No actuéis como si no lo fuerais.

Y ahora ya podemos acoger la desconsoladora frase que mencioné al empezar y metérnosla en la cabeza: en una casa habitada por gente fatigada y agobiada, por pobres y miserables que tienen hambre de verdad encaja bien la fiesta de Navidad. ¡Sólo en una casa como ésta! En una casa como ésta, con toda seguridad. Amén.

Por Karl Barth

23 de diciembre de 1962, cárcel de Basilea

miércoles, 3 de diciembre de 2008

LA IMPORTANCIA DE LA ORACIÓN



TEMA 1
(Curso impartido en el STPSP)


Iniciamos nuestro curso de liturgia con una breve reflexión sobre la oración. Juan Calvino mencionó que “la alabanza y la acción de gracias deben ir siempre unidas a nuestras oraciones”(1) , de este modo no podemos pensar en el culto cristiano sin pensar inmediatamente en la oración. De hecho en ocasiones se ha definido el culto como la “asamblea de oración”. Cuando nos reunimos como pueblo para orar estamos adorando, celebrando, pidiendo y dando gracias a Dios, siguiendo a Calvino, cuando juntamos las peticiones y las acciones de gracias a Dios:

"Le manifestamos nuestros deseos, pidiéndole no solamente lo que se refiere al aumento de su gloria y a ensalzar su nombre, sino también lo que mira a nuestro servicio y provecho. Al darle gracias, celebramos con alabanzas sus beneficios y mercedes, protestando que todo el bien que tenemos lo hemos recibido de su liberalidad".(2)

De este modo, nos damos cuenta que estamos llamados continuamente a ofrecerle culto a Dios porque no faltan los motivos para agradecerle o bien para clamar a El. Sin embargo, ya desde aquí podemos ver que la oración es también expresión de la historia, de lo que Dios ha hecho, de lo que está haciendo y lo que hará; en consecuencia, el culto tiene una dimensión histórica profunda, es tiempo de manifestación de Dios como en la llamada de Moisés (Éx 3-4), Isaías (Is 6) o Jeremías (Jer 1) o los demás profetas en donde se nos dice específicamente el tiempo histórico en que tal manifestación de Dios ocurrió: “En el año en que murió el rey Uzias vi yo al Señor…” (Is 6:1). A esta manifestación de Dios hay una respuesta, un servicio, un movimiento, que les convierte en profetas, o mensajeros. De este modo, como menciona Xabier Pikaza:

"La oración se vuelve así fuente de futuro. Siendo palabra de Dios y respuesta activa del humano, ella es lugar de realización histórica. Dios no se encuentra en el puro mundo, ni en la interioridad extra-mundana, sino en la misma tarea de la comunidad creyente y orante que traza su camino de futuro desde la misma Palabra divina".(3)

La oración histórica se vuelve comunitaria, ya que el orante, al comunicarse, al unirse con Dios en la oración se vincula con su pueblo tornándose así en una comunidad de orantes, ya que la experiencia del encuentro con Dios se expresa en la oración comunitaria en donde “se celebra y se recuerda la presencia de Dios tanto en la palabra compartida como en la celebración del misterio”.(4)

Aunque la oración es colectiva en el culto, es dirigida únicamente a Dios, a aquel que nos ha hablado, que nos confronta y en esta confrontación nos descubrimos “desnudos”, como “hombres que tienen labios inmundos y habitan en pueblo que tiene labios inmundos”. En esta situación no estamos solos, contamos unos con otros, “la oración no nos puede alejar de los hombres, no puede sino unirnos más a ellos porque se trata de una cuestión que nos concierne a todos”, decía Kart Barth (5) , pero aún ello es gracias a Dios.

La oración es un Don de Dios, por lo cual, cuando oramos, hacemos uso del ofrecimiento de Dios que nos confronta nuevamente, al ser una gracia de Dios, el ser humano la toma porque se reconoce como necesitado de dicha gracia.

"Cuando oramos, nuestra condición humana nos es revelada, sabemos que estamos en angustia y en esa esperanza; Dios nos coloca en esa situación, pero al mismo tiempo el viene en nuestra ayuda. La oración es pues la respuesta del hombre cuando comprende su miseria y sabe que el socorro se aproxima".(6)

Pero oramos “Padre nuestro”, no “padre mío”. Es decir, es una oración comunitaria. Jesús mismo lo indicó, cuando oren, digan “Padre nuestro”. “Esta es una exhortación de cuán fraterno afecto debemos tener los unos para con los otros, pues todos somos hijos de un mismo Padre, y con el mismo título y derecho de gratuita liberalidad”.(7)

Pero también la oración nos muestra un aspecto central del culto y es que es un diálogo. El que ora, cree, no es un monólogo, sino que Dios está presente, El escucha y responde de algún modo. La oración consiste en ese intercambio entre el nosotros de los orantes y el tú de Dios. Dios habla, escucha y responde. “Dios habla a los hombres para revelarse; responde cuando el hombre se le dirige. En este caso Dios es quien habla primero. La oración es entonces, de alguna manera, una respuesta”.(8)

La oración comunitaria es la que más trabajo exige de nosotros, ya que es nuestro tiempo de hablar. Después de escuchar la voz de Dios, nos corresponde dirigirnos a El y esta oración ha de ser nuestra palabra, ya D. Bonhoeffer decía:

"Nuestra oración por ese día, por nuestro trabajo, por nuestra comunidad, por las miserias y los pecados particulares que pesan sobre todos, por las personas que nos están encomendadas. ¿O tal vez no deberíamos pedir nada para nosotros? ¿Sería inadmisible la necesidad de orar en común y con nuestras propias palabras por nosotros? Sea como fuere, es imposible que cristianos llamados a vivir bajo la autoridad de la palabra no acaben por dirigir, también unidos, sus oraciones personales a Dios. Presentarán a Dios las mismas preces, la misma gratitud, la misma intercesión, y deberán hacerlo con alegría y confianza".(9)

Pero hay que aprender a orar. Los discípulos se acercaron a Jesús y le pidieron que les enseñara a orar. Nosotros también ahora debemos ir a Jesucristo. Orar no es sólo desahogar el corazón sino encontrar a Dios, con el corazón lleno o vacío y la oración en comunidad ha de ser la oración de todos, no la de un individuo que la pronuncia. Al que se le encomienda orar por la comunidad es importante que comparta los intereses y preocupaciones de la comunidad:

"Es preciso que comparta la vida diaria de la comunidad, que conozca sus afecciones y necesidades, su alegría y gratitud, sus ruegos y esperanzas. Tampoco debe ignorar su trabajo y sus problemas que éste acarrea. Ora como un hermano en medio de otros hermanos. El no tomar su propio corazón por el de la comunidad, exige lucidez y vigilancia. Por esta razón será útil que reciba continuamente ayuda y consejo de los demás y que recuerde en su oración esta necesidad, aquel trabajo, a tal persona determinada. De este modo la oración se transformará cada vez más en la oración de todos los que forman la comunidad".(10)

Es importante notar que la oración es la actividad que nos une como pueblo, que nos permite alzar la voz hacia el Señor y es además el don por el que el Señor nos capacita para dialogar con El. Nuevamente, la oración es una actividad de comunidad, de pueblo de Dios porque la experiencia personal con Dios está abierta a la experiencia en comunidad con Dios, así es estar dispuestos a dar de la propia experiencia y a recibir de la experiencia de otros con Dios.

"A priori puede ya decirse que Dios es Dios de un pueblo y que la experiencia de Dios tiene que ser hecho por todo un pueblo. En lenguaje más sistemático tiene que decirse que no hay ninguna experiencia personal concreta que agote el misterio de Dios y que entre las experiencias personales concretas de todo el pueblo de Dios puede ir acercándose asintóticamente al encuentro con Dios en plenitud […] Nadie debería ser tan timorato que pensase no tener nada que ofrecer a otros de su propia fe, y nadie debiera ser tan presuntuoso como para pensar que no puede recibir para su propia fe la de los otros".(11)


De esta manera podemos decir que nosotros, somos templo de Dios, espacio de invocación y presencia que es a la vez acogido por Dios mismo como morada, templo “místico” del Señor, es decir, lugar consagrado. Como J. Daniélou afirma:

"El templo no es un simple edificio, sino el lugar consagrado; y si se le considera en sus perfecciononamientos sucesivos, lo primero es el templo cósmico, con la presencia de Dios en el universo; a continuación, el templo mosaico, habitación de Dios en el tempo de Jerusalén; después el templo crístico, presencia de Dios en la persona de Cristo; más tarde, templo místico, Dios en el corazón de los cristiano elegidos; y finalmente, el templo escatológico".(12)

Cuando oramos como pueblo y rogamos al Dios y Padre celestial en los tiempos de angustia, nos convertimos en espacio de consuelo y esperanza, pero no por nosotros mismos, sino por lo que la cercanía de Dios, un Dios que a veces se oculta y que en medio de su pueblo, sin embargo, está. Es el Dios de Jesucristo el que responde para sanar al enfermo, para perdonar el pecado, para liberar al oprimido y para levantar al caído. La oración en común es vital y da sentido a la iglesia, así frente a la búsqueda de Dios, la iglesia ha de ser una “iglesia santuario”, como dice Ronaldo Muñoz:

"Un espacio humano donde el pueblo y cada uno puede encontrarse con su Dios, una escuela de oración y adoración “en espíritu y en verdad”, un camino compartido para crecer en la fe y el conocimiento del Dios de la vida, del Dios del reino predicado y encarnado por Jesucristo. La capillas y los templos materiales pueden ser espacios de acogida y signos visibles. Pero es la comunidad misma, con sus rostros y su fraternidad concreta, con su oración y sus celebraciones bien “situadas”en la vida, la que tiene que constituir para el pueblo el”cuerpo” de Cristo” y el “templo del Espíritu”, el espacio humano donde encontrarse con el Dios vivo".(13)

Como podemos apreciar, la liturgia nos lleva a un plano colectivo, a una verdadera relación entre los miembros de una comunidad, entre el miembro y el cuerpo. Tomamos en nuestro destino, el destino de los demás.(14) Las oraciones arrastran a los presentes como una ola más allá de ellos mismos y del círculo familiar hacia la comunidad, aun hacia los ausentes, hacia la ciudad, hacia las naciones, hacia los que padecen y están sufriendo, hacia los que están en peligro, hacia los que agonizan. El culto no se deja centrar en una persona, en un individuo, siempre es compañerismo. Quizá por ello dijo Jesús “porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estaré yo en medio de ellos” (Mt 18:20).


.........................................
1 Juan CALVINO Institución de la religión cristiana. III, xx, 28. 3ed. Trad. Cipriano de VALERA. Países Bajos, Feliré. 1986, p. 696.
2 Idem.
3 Xabier PIKAZA, El fenómeno religioso. Curso fundamental de religión. Madrid, Trotta. 1999, p. 244.
4 Ibid, p. 245.
5 Karl BARTH, La oración. Reflexiones sobre el Padrenuestro. Trad. José MÍGUEZ Bonino. Buenos Aires, La aurora. 1978, p. 18.
6 Ibid, p. 28
7 Juan CALVINO, op cit., III,xx,38, p. 707.
8 Angel GONZALEZ, La oración en la Biblia. Madrid, Cristiandad. 1968, p. 21.
9 Dietrich BONHOEFFER, Vida en comunidad. 5 ed. s/t. Salamanca, Sígueme. 1982. p. 63.
10 Ibid, p. 64
11 Jon SOBRINO, “Espiritualidad y seguimiento de Jesús”, en I. ELLACURIA Y J. SOBRINO, Mysterium liberationis. Conceptos fundamentales de la teología de la liberación. 2 ed. Madrid, Trotta. 1994, T. II, p. 474,
12 Citado en Rosino GIBELINI, La teología del siglo XX. Trad. Rufino Velasco. Santander, Sal Terrae. 1998, p. 205.
13 Ronaldo MUÑOZ, “Experiencia popular de Dios y de la iglesia” en J. COMBLIN, et al (comps.), Cambio social y pensamiento cristiano en América Latina. Madrid, Trotta. 1993, p. 169.
14 Cf. Paul EVDOKIMOV, Ortodoxia. Trad. Enrique PRADES. Barcelona, Peninsula. 1968, p. 263.