viernes, 17 de septiembre de 2010

“UNA INVERSIÓN EN BIENES RAICES”

(Mateo 24: 29-35)

Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, "se oscurecerá el sol y no brillará más la luna; las estrellas caerán del cielo y los cuerpos celestes serán sacudidos". La señal del Hijo del hombre aparecerá en el cielo, y se angustiarán todas las razas de la tierra. Verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con poder y gran gloria. Y al sonido de la gran trompeta mandará a sus ángeles, y reunirán de los cuatro vientos a los elegidos, de un extremo al otro del cielo. Aprendan de la higuera esta lección: Tan pronto como se ponen tiernas sus ramas y brotan sus hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Igualmente, cuando vean todas estas cosas, sepan que el tiempo está cerca, a las puertas. Les aseguro que no pasará esta generación hasta que todas estas cosas sucedan. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras jamás pasarán.

Viajando en cierta ocasión y saliendo del Distrito Federal, cuando sobrevolábamos la Cd. Capital, mi compañero de viaje me dijo señalando hacia los dos colosos volcanes, el Popocatepetl y el Ixtacihuatl coronados de nieve: "y pensar que hace cien mil años no estaban ahí, y dentro de cien mil tampoco estarán". Y comenzó una de las conversaciones más interesantes de las que he sido participe en toda mi vida. El hombre resultó ser un profesor de geología y viajero infatigable, y yo me dispuse, siempre en pose de discípulo, a aprender la buena lección.

Nos parece a nosotros, hombres de una generación que pasamos por el mundo en un periodo brevísimo de sesenta o setenta años, que no hay nada más inalterable que la faz de la tierra. Pero no es así, lentamente pero incesantemente, todo se va transformando, y lo que ahora es, no era así en eras geológicas pasadas, ni será así en los siglos por venir. Que lo que hoy son montañas ingentes serán plácidos valles, los desiertos se transformaran en tierras fértiles, y los bosques tupidos a su vez en páramos desolados. Algunos ríos cambiaran varias veces de curso en los próximos siglos, y otros desaparecerán por completo. Habrá hundimientos y plegamientos de la corteza terrestre, y desaparecerán montañas que el alpinista más arriesgado no puede escalar, y hasta ciudades enteras se hundirán en los abismos insondables de la tierra.

Y eso en lo grande, en lo que nosotros no alcanzamos a comprender, por que se produce en periodos que se cuentan por milenios. Pero si observamos detenidamente, nos asombraremos de cómo también en el mundo de lo pequeño sucede igual. Las lluvias que arrastran tierras y piedras, el batir de las olas que quiebran las rocas, las raíces poderosas que por debajo de la superficie van abriendo nuevas brechas, y hasta los gusanos que horadan las capas vegetales, extrayendo de un lado y depositando en otro, todo ello evidencia que vivimos en un planeta cambiante que nada permanece igual, que todas las cosas pasaran.

Esa misma ley se aplica a la historia de los pueblos y de los hombres, y se obtiene exactamente el mismo resultado.

También en México me asalto este pensamiento cuando visitaba con un amigo las ruinas de Teotihuacán. Sobre la más alta pirámide, construida solo con el coraje de un pueblo inteligente y audaz, sin medios mecánicos auxiliares, y que es un ejemplo de belleza arquitectónica y perdurabilidad; me imaginaba, alrededor de aquellos templos y teocalis, a un pueblo feliz, con sus trajes de brillantes colores y sus maneras sencillas, pero capaz de toda valentía. Ahora, desde lo alto, solo se observan ruinas y desolación, y de los aztecas solo nos queda el recuerdo, y Cuauhtémoc es solo un nombre en las culturas primitivas de América. Porque también pasan los hombres y los pueblos, y esta es una lección que no quieren aprender los hombres corrompidos por el poder y el dinero, ni los pueblos ensorbecidos en el poder de la fuerza bruta. Que ellos también pasaran, y que de ellos quedará solo el recuerdo, y que es mil veces preferible el pensamiento que bendice al odio torvo y la condenación eterna.

Si esto es así, me he preguntado; ¿sobre qué base se realizan las grandes transacciones mercantiles que comprenden tierras, edificios, flotas de barcos, cabezas de ganado, industrias, ferrocarriles?

¿No han pensado alguna vez los ricos del mundo, los poderosos, "que todas las cosas pasaran?" ¿Cómo es posible invertir en algo que está llamado a desaparecer en cualquier instante? Este pensamiento nos lleva de la mano a considerar los tipos de capitales, de bienes y de inversiones que son objeto de estudio por parte de los que se dedican a estas cosas. Que conste: no somos de esos, nada sabemos quizá de inversión de capitales, ni de legislación mercantil; pero si hemos aprendido que los bienes se clasifican en varios tipos.

Por ejemplo, a los que se reparten entre dos esposos que se separan por el divorcio, se les llama bienes gananciales, porque son los obtenidos como ganancia después de la unión matrimonial. Pero quien ha visto absurdo mayor. ¿Quién gana en un reparto de bienes gananciales, cuando se ha perdido lo más valioso, el amor y la confianza mutua, y todo el mundo de ilusiones que se ha venido al suelo estrepitosamente? Están los bienes muebles, los que generalmente se adquieren en ventas a plazos, y vienen a ser propiedad del individuo cuando ya están ajados y deteriorados, y es hora de cambiarlos por otros. Son los que en muchas ocasiones garantizan los malos negocios con los prestamistas, y los que aprovecha Satanás para tentar a los que deslumbra la apariencia de riqueza y la ostentación vanidosa, hay pues una gran genero de males en este tipo de bienes. Y están por último, los bienes inmuebles, los bienes raíces. Esto son los que no pueden trasladarse, los que no se alteran, los que entrañan solidez, permanencia y perdurabilidad.

Sin embargo, el señor Jesucristo afirma, y los hechos lo demuestran, que nada es perdurable, que nada es permanente, que nada es eterno, que "todas las cosas pasaran".

Y este dicho que aparece en el capítulo 24 del evangelio según san mateo, fue pronunciado en relación con la venida del señor, y da la impresión de estar allí encajado como una cuña, a contra pelo y sin sentido de conexión con el resto del discurso. Pero esto no es más que una impresión de pasada, porque es allí precisamente donde cabe la afirmación. La idea de que Jesucristo vendrá otra vez a este mundo, a reinar en gloria y majestad, es una de las grandes afirmaciones del credo apostólico, y la más grande esperanza de la iglesia. Es una idea de expectación, de lo que vendrá, de futuro, invertir, ¿qué es? sino sembrar para el futuro, "todas las cosas pasaran", y una sola excepción se hace: "mi palabra no pasara".

¿Qué misterio es este? ¿Que pretendió Jesucristo con tan atrevida afirmación? ¿Estamos a caso seguros de que todas las palabras que dijo el maestro han sido recogidas en los evangelios? Y si se perdieran todos los evangelios, ¿quien podría recordar una a una todas sus palabras? y la iglesia primitiva que no tuvo nuevo testamento, ¿sobre qué palabras fundó su permanencia y su autoridad? Esta reflexión pudiera turbar a algunos, los que toman literalmente el término palabras, pero el "logoi" del griego pudiera traducirse al español de varias maneras, tal como se hace con muchos otros versos de la escritura. Bien pudiera decirse: "todas las cosas pasaran, pero mis cosas, mis razones, mi lucha, mi misión, mi mensaje, mi obra, es no pasará". Más claro aun; que no pasará, ni dejara de ser jamás, lo que sea parte de la persona de Jesucristo, y beba de su sustancia y se asiente en su poder.

Vamos, pues, a invertir en bienes raíces, pero mucho cuidado; que solo lo son deberás aquellos cuya sabia tiene sabor a eternidad, y no olvidemos que solamente Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos, y que el que cree en Cristo tiene vida eterna, y que la iglesia de Jesucristo es la columna y el fundamento de la verdad que es en el. Esta es la hora de saber qué hacer con lo que tenemos, con lo que sabemos, con lo que somos.

Estos valores se convertirán en bienes raíces cuando sean clasificados entre las cosas que no pasaran, cuando beban de la sustancia de Jesucristo, cuando confíen solo en su soberana potestad. A la hora de invertir, lo que importa es la inversión de la vida, que es lo que realmente vale, y si la vida no se enraíza en sus tratos ricos en valores del espíritu, donde Jesucristo es el señor, viene a ser como una brizna de paja en el viento, que es llevada de aquí para allá, y no deja fruto sobre la tierra.

¡Cuántas veces, mirando atrás, a los años pasados, y a los hermanos que compartieron con nosotros los años de nuestro principio en el cristianismo, y les vemos ahora cargando el fardo de sus vidas vacías, entendemos la triste realidad! ¡Cuantos que edificaron sus vidas sobre las arenas movedizas de los bienes muebles, en vez de afincarlas sobre la roca inconmovible de los bienes raíces, los bienes eternos, los que no pasaran! No hay, pues, excusa válida, ya sabemos la verdad y hemos de atenernos a ella. No hay tiempo para zigzagueos. Este es el minuto de decidirnos a hacer una buena inversión de la vida y después ni un paso atrás. ¡Ni un paso atrás!