jueves, 28 de octubre de 2010

“LA HORA DE LA REFORMA”

(ROMANOS 12: 1-2)

Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.

La palabra reforma es probablemente la más popular en el mundo en el día de hoy. En ella están canalizados los anhelos de pueblos que durante años han estado ansiando una transformación total. Hoy se habla con toda naturalidad de la reforma social, la reforma de la enseñanza, la reforma moral de los pueblos, etc. y en estas reformas están cifradas las esperanzas de pueblos nobles, generosos y amantes de su libertad. Pero hay más, este mismo año como en los anteriores es también el año de la reforma para el mundo protestante. Una figura ciclópea la de Juan Calvino asoma de nuevo su perfil y se convierte de pronto en un personaje contemporáneo, veamos las fechas y los datos. En el año 1509 hace justamente 501 nació Juan Calvino en Noyons Francia. En el año 1559, a la edad de 50 años (es decir, hace 451), Calvino produjo dos obras fundamentales para el protestantismo. La edición definitiva de las institutas, que es el más portentoso esfuerzo realizado por un hombre para dar a conocer a su pueblo las doctrinas de la biblia. Y la fundación de la universidad de ginebra, que vino a ser el impulso inicial de la formidable obra educativa de las iglesias presbiterianas y reformadas por todos los ámbitos de la tierra.

También celebramos un año más de la organización de la iglesia reformada en Francia, el aniversario 452 del primer presbiterio fundado en el mundo. Y otro fiero personaje –Juan Knox- siembra casi al mismo tiempo las raíces de la reforma en su patria con la organización de la iglesia presbiteriana escocesa. Este como cada año, es pues, año de jubileo protestante, cuando la reforma está en todas las bocas y los aniversarios se suceden uno tras otro. Así que, no es exagerado afirmar que esta es la hora de la reforma, y conviene que analicemos paso a paso las implicaciones de esta afirmación. Para ello, comencemos por leer la base y sentido bíblico de nuestros comentarios, por que las experiencias que se relatan en la biblia son reproducibles en todo punto y hora, es decir, que tienen vigencia en cualquier lugar y en cualquier ocasión.

En su carta a los romanos, Pablo escribe once largos y difíciles capítulos de corte teológico y doctrinal. Al llegar al duodécimo, comienza de esta manera: "por tanto yo os ruego que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a dios, que es vuestro culto racional. y no os conforméis a este siglo; sino reformaos por la renovación de vuestro entendimiento. Esta doctrina fundamental es la sustancia de la fe. Solo cuando se cree rectamente se llega a obrar correctamente. Por ello, al comenzar el duodécimo capitulo se ofrece el otro lado de la moneda (el de la conducta) y se dice "por tanto". Así que, es la lógica del por tanto. Es como decir: "si es verdad que creemos todo lo que decimos que creemos, debemos actuar en consonancia". La ética no es más que una consecuencia de la teología. El hacer no es más que una derivación del creer.

La palabra clave –creo yo- de este ruego es- mitad consejo, mitad mandato- la palabra reformaos. Es el apóstol Pablo quien dice a los cristianos de Roma: "REFORMAOS". Y la iglesia toma para sí esta palabra fundamental, la hace suya, y la lanza por boca de sus ministros y profetas a los cuatro vientos del mundo. Porque esta palabra fue escrita en el primer siglo, más tiene vigencia en todos los siglos.

"REFORMAOS", dice la iglesia hoy a los que claman por una paz justa y duradera entre las naciones del orbe;

"REFORMAOS, a los que tienen en sus manos el poder y la riqueza;

"REFORMAOS", a los viejos cínicos y a los jóvenes ambiciosos;

"REFORMAOS", a los que viven sin fe y sin Dios;

"REFORMAOS", a los que tienen una fe insípida y un dios intrascendente.

Esta es la hora de la reforma de la mujer y del hombre. Todo tiene que empezar por la mujer y el hombre mismo. Revolución en todos los sentidos, y la revolución bien entendida, es el retorno a la justicia y el orden. La revolución exige caminos, rutas ciertas, soluciones, planes de largo alcance. Nada hay tan lejos de la revolución como la revuelta. Este solo busca la venganza, es un salto en el vacío. Y yo hablo de la revolución que empieza por cambiar al hombre mismo, que intenta transformar su argamasa espiritual y construir los muros de su redención permanente. No podemos olvidar esta verdad: este pueblo se salva definitivamente o se pierde irremisiblemente en el crecer y en el hacer de cada uno de sus hijos. La reforma del País tiene que empezar por el ciudadano mismo. Y ya sabemos por experiencia de uno y mil casos que no hay honestidad verdadera sino existe el fundamento espiritual que solo Cristo ofrece; que no hay verdadera moral si no está basada en las firmes convicciones de la ética cristiana. Que no hay patriotismo verdadero si el ciudadano que se dice patriota no está dispuesto a la entrega sin reservas, al sacrificio gozoso de que solo un creyente puede ser dechado y ejemplo. "oh, hombre – declara el profeta miqueas 6:8, Dios te ha declarado lo que es bueno, y lo que él espera de ti: solamente hacer justicia, y amar la misericordia, y humillarte para andar con tu Dios".

Como consecuencia natural de esta esperanza y estas ansias, afirmamos que esta es la hora de la reforma de la sociedad. Y si esta reforma lleva la impronta protestante, el sello evangélico, la rúbrica bíblica, mucho mejor. Una democracia verdadera necesita ciudadanos realmente libres, y solo son realmente libres aquellos que han roto las cadenas de la esclavitud del pecado y arreglado sus cuentas con Dios. Una democracia necesita también de ciudadanos con desarrollado espíritu crítico y agudo sentido de sus responsabilidades. Solo el ciudadano cristiano cumple cabalmente con estos deberes sociales. Su entera adhesión a la suprema soberanía de Dios por sobre todos los otros poderes y gobiernos de este mundo –"solo Dios es señor de mi conciencia"- le enseña a calibrar. A establecer una bastante exacta escala de valores, a colocar naturalmente las ideas y los deberes en el orden que en verdad les corresponde. En una democracia genuina – que es la que anhelamos en nuestros países – todo hombre respeta la dignidad de los demás, el derecho de los demás, el pensar y el sentir de los demás. Solo donde reina el espíritu de Cristo se puede hallar esta tolerancia que es raíz directa de la armonía y de la paz. En este respeto al derecho ajeno desaparecen las castas, y los privilegios, y los favoritismos, y los abusos, y todo tipo de injusticia.

Esta es la hora de la reforma de la iglesia. Y aquí me refiero tanto a una como a la otra vertiente de la iglesia. Hemos de recordar que uno de los énfasis de la otra reforma, la del siglo XVI fue esta: Que la iglesia de Dios no es una jerarquía de potentados que se pavonean de sus prerrogativas y poderes, sino que es una comunidad de creyentes, de hombres y mujeres unidos por el amor de Dios revelado en Jesucristo y presentado en las escrituras. La iglesia tiene que reformarse en sus enfoques y en su programa, porque de otra manera el pueblo pierde la fe en ella, si es que no la ha perdido ya. Nada hay más peligroso para la iglesia que su propia complacencia, si no hay inquietud, no hay progreso. Y hay iglesias que van perdiendo paulatinamente el sentido de su misión, el empuje de su pasión y la calidad de su proclamación. Tratando de alejarse de la controversia ineludible que hay en todas las cuestiones vitales, la iglesia descubre repentinamente que no tiene importancia ni ante sus propios ojos. Y si hay algo mas muerto que una iglesia que ya no encaja en las necesidades de su pueblo, tendríamos que verlo. Las gentes dejaran de estar interesadas – y con razón – en una institución que no ministra a las necesidades más profundas – y aun desesperadas – de sus vidas. Pero hay que tener mucho cuidado – en medio del entusiasmo que despierta todo llamado a una reforma – de no confundir el propósito con el programa. El programa de la iglesia ha de estar siempre en proceso de cambio, pero el propósito de la iglesia jamás cambia, porque en este propósito van imbíbitos la misión y el mensaje de Jesucristo. El propósito de la iglesia será siempre el de proclamarle como el señor de las vidas y de la historia, porque para eso la iglesia es columna y apoyo de la verdad. Pero este propósito no será más que letra muerta de los cuadernos de la escuela dominical y palabra muerta de los ministros desde el púlpito, si la iglesia toda no es un pueblo escogido y salvado que sirve a otro pueblo descarriado y perdido, en el nombre de Dios, cuyo amor no tiene límites, y cuya piedad no reconoce fronteras.

Hay un cuadro de salvador Dalí, el famoso pintor catalán ya muerto. Y este cuadro lo tituló "la persistencia de la memoria", y en el mismo están representados tres relojes de bolsillo, a los cuales se ha extraído todo el mecanismo interior. Entre las cuerdas y los tornillos, colocados en lugar aparte, pululan toda clase de insectos. Uno de los relojes cuelga, como un trapo, de un árbol seco que se alza al borde del mar. Otro cabalga sobre un animal indescriptible. El tercero, colocado al borde de una mesa, como se ha derretido y licuado, y está a punto de caer al suelo. Son relojes flácidos y desmayados, que representan el curso detenido del tiempo. Son relojes con horarios, minuteros y números dibujados en la superficie, pero no pueden dar la hora, porque les falta el ensamblaje interno. Yo me pregunto si en este instante en nuestro país nos estamos rigiendo por relojes que no representan exactamente la hora que vivimos, porque les falta el mecanismo interior, la dinamo espiritual que es capaz de mover las montañas por medio de la fe.

No basta con tener agujas que señalan y números bien dibujados: la función de un reloj es dar la hora, y dar la hora exacta. Y si sabemos leer las señales de los tiempos, nos daremos cuenta de que esta es la hora de la reforma "Iglesia reformada siempre reformándose". Reformaos por la renovación de vuestro entendimiento. Porque reformar no siempre es innovar. A veces reformar consiste en renovar. Como el caso de los reformadores protestantes del siglo XVI, cuyo interese no era fundar una nueva iglesia, sino volver a la iglesia de los primeros tiempos, renovar la prístina pureza del Evangelio de Jesucristo. Quizás si lo que más necesitamos ahora no es introducir inyecciones de novedad, sino volver a las viejas verdades de que "el que cree en Cristo es una nueva criatura", y de que "esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe".

Cuando estas afirmaciones lleguen a ser realidad sustancial, habrá una verdadera reforma en el hombre y la mujer, en la sociedad, en la iglesia. Y mientras no sea así, todas las otras reformas no serán más que soluciones temporales y circunstanciales. Nuestro país está urgido ahora más que nunca – de la operación reformadora de una iglesia en continua reforma. Cabe aquí, pues, un llamado. "yo os ruego, por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional". Porque no hay reforma vital, si no hay sacrificio. Solo por el sacrificio de Jesucristo hay posibilidad de reforma para el hombre. Solo por la entrega de los cristianos presbiterianos a un ideal superior – la gloria de Dios y el establecimiento de su reinado entre los hombres – habrá una patria nueva.

Estoy cada día más convencido de que el llamado profético de esta hora va especialmente dirigido a la juventud, porque este es el minuto de los jóvenes. He dicho el minuto, y me apresuro a repetirlo, porque es solo un minuto, porque es una oportunidad que pasara muy rápidamente y es ahora cuando hay que bregar con ella, en una lucha parecida a la de Jacob con el ángel de Dios. La iglesia – Dios mismo – está llamando a los jóvenes con madera heroica a entregar sus vidas en sacrificio vivo, santo, agradable señor, por amor a esta tierra que nos vio nacer. En manos de jóvenes cristianos han de estar los aperos de labranza que habrán de roturar la conciencia mexicana para sembrar en ella la reforma permanente que dará frutos de victoria.

Oremos: te rogamos, padre amante, que perdones a este pueblo sus desviaciones y sus rebeldías. Que nos enseñes el camino sabio y la conducta limpia. Concédenos el ansia por la constante reforma, pero basada en el fundamento único que es Jesucristo. Bendice a la juventud para que comprenda la magnitud de esta hora y entregue cada uno su vida en sacrificio vivo, santo, agradable a tus ojos. Te lo rogamos en el nombre de Jesús, amen.


martes, 19 de octubre de 2010

METAMORFOSIS (III): REFORMAR LA ENSEÑANZA

Leopoldo Cervantes-Ortiz
 

1. La educación de la fe

Uno de los puntos críticos del debate religioso actual es la posibilidad de que la educación religiosa se legalice y reglamente en países donde se ha impuesto el Estado laico. En Costa Rica, por ejemplo, el gobierno le paga a los profesores de religión en las escuelas públicas, aunque la Iglesia Católica es quien nombra y autoriza a los docentes. Semejante situación, tan desafiante para la laicidad del Estado actual, obliga a replantear las características de la educación en materia de fe. En este aspecto habrá que preguntarse acerca de la responsabilidad de las familias y las iglesias ante el Estado y si éste verdaderamente debería desempeñar un papel en este proceso. Las enseñanzas bíblicas acerca de la interacción entre estas tres instancias se concentran en una crítica de las que van más allá del ámbito familiar, el cual es visto como el lugar privilegiado para la educación en su forma más elemental.

Deuteronomio 6.6-9 (lo mismo que 31.9-13), el capítulo clásico sobre la instrucción para las nuevas generaciones de Israel, insiste en la responsabilidad de que en el seno familiar se establezca sólidamente una enseñanza que hoy podría calificarse de religiosa ("Grábate en la mente todas las cosas que hoy te he dicho, y enséñalas continuamente a tus hijos; háblales de ellas, tanto en tu casa como en el camino, y cuando te acuestes y cuando te levantes. Lleva estos mandamientos atados en tu mano y en tu frente como señales, y escríbelos en el marco de la puerta de tu casa y en las puertas de tus ciudades"), pero que si hemos de ser honestos no queda más remedio que llamarla "teológica" porque el contenido de esa enseñanza tiene que ver con las características del pacto que Yahvé había llevado a cabo con el pueblo desde la antigüedad en camino hacia una nueva forma de sociedad. Escribe Edesio Sánchez: "...el mensaje central de la Biblia, resumido en el shemá (Dt 6.4.5) abarca tanto la lealtad total a Dios y la justicia social. Eso explica por qué Jesús, cuando se le inquiere sobre 'la palabra más importante en la Biblia' responda resumiendo los dos grandes bloques del Decálogo: preocupación por la fidelidad a Dios y preocupación por el bienestar del prójimo: Ama Dios con todo lo que eres y ama a tu prójimo como a ti mismo (Mc 12.28-34)".[1]

Deuteronomio es un libro para un pueblo en transición, para una generación que debe enfrentar tentaciones y desastres, y "no halla otro lugar más importante para depositar el meollo de la fe bíblica que el hogar".[2] En una época de reformas, cuando el redescubrimiento de la voluntad divina en su palabra fue asumido como el motor para replantear la vida de la sociedad, se expuso la necesidad de volver al espacio familiar como el lugar educativo por excelencia, aun cuando las demás instancias (el Estado y el templo) cumplían ya una función prescriptiva determinante. Ambas advirtieron, desde su responsabilidad propia, que lo más relevante para lo que podría denominarse "enseñanza teológica intrafamiliar" serían los "diálogos pedagógicos" como el que aparece esbozado en los vv. 20-25, en donde la generación anterior ubica históricamente las acciones de Dios y las coloca en el nuevo contexto que le toca vivir a los nuevos integrantes del pueblo que no fueron testigos de las acciones divinas. La lucha profética contra la idolatría tenía que desembocar en la definición familiar de "Dios verdadero" y "culto verdadero", las cuales debían conducir a una serie de prácticas éticas individuales y colectivas como fruto de la genuina reflexión sobre los mandamientos de Dios (teología).

2. Educar y reformar

Catequesis es una palabra con la que estamos familiarizados gracias a algunas de sus derivadas: catecúmenos, catecismo. Estamos hablando de formación cristiana, de educación. Porque la Reforma Protestante retomó el impulso de la Iglesia antigua para contribuir sólidamente a la formación integral de las personas, sobre todo en una época en que la educación sólo llegaba a los núcleos más favorecidos. En ese sentido, la catequesis sirvió como adoctrinamiento y "escuela pública", que no existía como tal hasta ese momento. La lectura de la Biblia y de los documentos doctrinales que comenzaron a circular profusamente marcó a las nuevas comunidades y las transformó en espacios culturales y religiosos en los que el contacto con los textos sagrados funcionaría como una auténtica escuela en todos los sentidos. En este ámbito, la doctrina del sacerdocio universal fue también el trasfondo de los hábitos y prácticas educativas que se establecerían formalmente con el paso del tiempo.

En vida de Calvino, dos fueron los momentos más importantes de este proceso educativo. En el primero, mediante su Catecismo de 1538, como explica J.C. Coetzee, "intentó explicar de la forma más clara y convincente las enseñanzas de su Institutio en palabras más simples y en construcciones más asequibles para la comprensión de los niños. Este Catecismo era el libro de texto para las clases de catecismo de los domingos al mediodía, a las que debían asistir infaltablemente todos los niños con estricta puntualidad, bajo penas civiles impuestas a sus padres, quienes además estaban obligados a impartir enseñanza religiosa en sus hogares".

En el segundo, la fundación de la Academia de Ginebra (en 1559), una institución que puso al alcance de la población los saberes de la época, ciertamente desde una óptica teológica, pero con notoria influencia del humanismo con que este reformador asumió su tarea dentro y fuera de la iglesia. De ese modo, intentó aplicar los avances pedagógicos de la época para que los estudiantes recibieran una formación integral que respondiera a las necesidades del momento.

En la Academia, también conocida como "escuela pública", y en el Colegio o Gimnasio, conocido como "escuela privada", se enseñó Teología, Artes y ciencias seculares. En la Academia, se añadirían Leyes y Medicina. La escuela privada era preparatoria para la escuela pública. La calidad de estas escuelas se llegó a comparar con la que ofrecía La Sorbona en Francia. Coetzee cierra su resumen así: "En la escuela de Calvino el hogar como tal no jugaba ningún papel de control. A los padres se les pedía dos cosas: enseñar a sus hijos los primeros principios de la religión cristiana de acuerdo con el Catecismo y enviar a los niños sin objeción ni descuido a la escuela; si no, estaban sujetos a castigo. Calvino consideraba la educación secular y religiosa como deber de los padres".[3]

De esta manera, Calvino trató de conjuntar en una práctica educativa equilibrada el papel que cada instancia debía desempeñar: el Estado, visto aún como promotor de la fe cristiana, debía crear las condiciones para que el mensaje del Evangelio se expandiera de la mejor manera posible. Actualmente, con la laicidad que debe caracterizarlo, este aspecto se transforma en un respeto básico por las creencias de todos. La Iglesia, especificando su tarea como enlace entre las familias y el Estado, cumpliría su responsabilidad ante Dios mediante una adecuada transmisión de las verdades bíblico-teológicas. La familia, una vez más, según los postulados bíblicos seguiría siendo la depositaria del legado de la fe para preservarlo, transmitirlo y actualizarlo.


 


 

[1] E. Sánchez Cetina, "En la instrucción de YHVH está su delicia. La Palabra de Dios en la Iglesia", en sitio de la Fraternidad Teológica Latinoamericana, http://ftl-al.org/index.php?option=com_content&view=article&id=110:en-la-instruccion-de-yhvh-esta-su-delicia-edesio-sanchez&catid=15:ponencias&Itemid=46.

[2] E. Sánchez Cetina, "La familia, educadora de la fe", en Jorge E. Maldonado, ed, Fundamentos bíblico-teológicos del matrimonio y la familia. Grand Rapids, Desafío, 2006, p. 83.

[3]
 J.C. Coetzee, "Calvino y el estudio", en Jacob T. Hoogstra, comp., Calvino, profeta contemporáneo. Grand Rapids, TSELF, 1974, p. 228.

lunes, 18 de octubre de 2010

METAMORFOSIS (II): REFORMAR LA ESPIRITUALIDAD

Leopoldo Cervantes-Ortiz
 

Dios y Padre Todopoderoso, en esta vida hemos tenido muchas luchas, danos la fuerza de Tu Santo Espíritu, para que vayamos en medio del fuego y de las muchas aguas con valor, y así someternos a tus reglas, para ir al encuentro de la muerte sin temor, con total confianza de Tu asistencia. Concédenos también que podamos llevar todo el odio y la enemistad de la humanidad hasta que hayamos ganado la última victoria y podamos llegar al bendito descanso que Tu Único Hijo ha adquirido para nosotros por medio de Su sangre. Amén.[1]

Juan Calvino, El libro de oro de la verdadera vida cristiana
 

1. Espiritualidad y sacerdocio universal

La espiritualidad cristiana expresa la forma en que entendemos la relación con Dios y su aplicación a los diversos escenarios que enfrentamos como seres humanos. En ella se dan cita no solamente las prácticas estrictamente religiosas (oración, liturgia, sacramentos) sino que también confluye la manera en que proyectamos el sentido que nos otorga la creencia en la salvación para hacerla visible en todo lo que hacemos. Las personas que dicen que son redimidas asumen toda la existencia de una manera espiritual, esto es, que las acciones de Dios en Cristo son lo más relevante para su vida y presiden todo lo que piensan y hacen. La nueva vida que experimentan se vacía, por así decirlo, en el molde de la espiritualidad.

En los inicios de la Reforma Protestante, estaba en boga lo que se conoció como la devotio moderna (devoción moderna), que intentaba mezclar algunos elementos del humanismo con la práctica individualizada de la fe. Así, promovía el estudio de las Escrituras y, al mismo tiempo, recomendaba una actitud mucho más centrada en las personas por separado hacia las creencias y la religión. Sin duda, esto fue uno de los pilares espirituales de los diversos movimientos identificados con la Reforma, pues con él se buscaba superar los énfasis de la llamada Cristiandad, en la que la religiosidad obedecía a una serie de normas colectivizadas e impuestas como las únicas que permitían a los creyentes acercarse a Dios. Podría decirse que, antes de la Reforma, se practicaba, sobre todo, una religión corporativa, dominada por los hábitos tradicionales que no podían modificarse tan fácilmente. Una especie de manual para esta nueva forma de devoción fue el libro Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis, que expone las bases de la conexión personal con Dios y la necesidad mostrar activamente el amor hacia Él, por ejemplo, mediante la participación sacramental.

Con estos antecedentes, las diversas vertientes de la Reforma insistieron en que cada creyente tenía una responsabilidad personal en el cultivo de su espiritualidad, más allá de las técnicas impuestas para lograr ser "un buen cristiano" algo que, en su momento, sólo se creía posible a través de la mística o de la dedicación para convertirse en "religioso/a", una idea que no ha desaparecido del todo.

Y es que en este terreno, tan básico para la práctica de la fe, también aplica el principio bíblico del denominado "sacerdocio universal" de cada creyente. Si éste desea tener una auténtica relación con Dios, no tiene más remedio que ser su propio sacerdote, es decir, que entre Dios y él o ella no hay más intermediario que Jesucristo. Ninguna persona, así sea la más santa o consagrada, puede interferir o intervenir en esa relación. Ésta es la base más profunda de la espiritualidad protestante: no depender de nadie para tratar con Dios, pues este principio de individualidad de la actitud espiritual surgió precisamente cuando comenzaron a superarse, en todos los ámbitos, las ideas ligadas a la existencia de la Cristiandad.
 

2. Una espiritualidad reformada

La nueva forma de relacionarse con Dios tenía que superar la perspectiva sacerdotal y sacramental o, más bien, complementarla con una sana relación con la Palabra divina. Para lograrlo, había que colocar la fe en un horizonte similar al de los israelitas cuando quedaron lejos de Jerusalén y tuvieron que centralizar el culto alrededor de la Palabra. El surgimiento de la sinagoga fue una auténtica revolución religiosa que proyectó la espiritualidad a un nivel personal y comunitario muy distinto al conocido hasta entonces. La Reforma, as u vez, produjo una espiritualidad más acorde con la nueva situación social y cultural, es decir, ante la irrupción de la modernidad, pues ésta reclamaba una actitud diferente ante Dios y el mundo. La secularización en ciernes serviría para poner en su lugar específico la práctica religiosa como tal, si se quiere seguir viendo así. El NT alude a la necesidad de ubicar la comunión con Dios en un marco ritual y cultural conforme con los valores del Reino de Dios. El apóstol Pedro, comenzando su primera epístola, plantea la necesidad de balancear el mandamiento divino, lo que Dios espera de los creyentes, y la creatividad espiritual, por decirlo así. Con ella será posible estar dispuestos a seguir la orientación del Espíritu.

La espiritualidad, entonces, no deberá depender de las ceremonias externas, como es la tendencia general, sino de la actitud prevaleciente para experimentar la vida de fe de manera cotidiana. Para el apóstol Pedro, el hecho de haber "renacido para una esperanza viva" (1.3) es lo que preside cualquier forma de espiritualidad que merezca llamarse cristiana. Además, de la sublime realidad de "amar a Dios sin haberlo visto" (1.8) surge el desafío para ser "espirituales" en medio de un mundo que no entiende cabalmente en qué consiste la espiritualidad. El v. 13 incluye una serie de exhortaciones que construyen una espiritualidad sana: "ceñir los lomos" del entendimiento, practicar la sobriedad y "esperar completamente" en la gracia. Esta forma de espiritualidad busca siempre "saber qué pensar y qué hacer" en cada circunstancia mediante el ejercicio de una lucidez madura alimentada por el Espíritu (1.22) y por la Palabra (2.2). Estamos hablando de una espiritualidad informada por ambos, por el Espíritu, que nunca irá en contra de las enseñanzas de la Palabra divina y de la Palabra misma. Esta in-formación incluye los elementos básicos de la fe que intenta ser pertinente en cada momento, porque a cada paso, dice el apóstol, nos encontramos con los desafíos divinos y la fe, subraya, debe ser probada "como oro" (1.7), tan valiosa, siempre, y tan frágil es, eventualmente.

Ser santo como el propio Dios, una idea tomada directamente del Levítico (1.16), no consiste únicamente en guardar preceptos sino en asumir la existencia completa como un acto de servicio a Dios y a los demás, a quienes Él no ve como seres extraños, motivo por el cual no hace acepción de personas (1.17). Tampoco en apartarse compulsivamente del mundo y de sus tentaciones, lo que hace que muchas veces no se disfrute sanamente de sus cosas buenas, que son don de Dios. De ahí que los creyentes pueden sentirse a gusto en el mundo porque pueden ver la presencia de Dios en todo lo que les sucede, y cómo su amor se agiganta en cada circunstancia y encuentro con la realidad, en todas las exigencias que reclama para dar testimonio de la salvación en Cristo. Podría decirse que el apóstol Pedro propone no una "espiritualidad de caras largas" o demacradas por el esfuerzo de ser fieles a Dios, sino una espiritualidad feliz, propositiva y creativa que siempre está dispuesta a dar varios pasos más allá de los cánones estrechos de cierta religiosidad prescrita en manuales inoperantes.

Reformar la espiritualidad consiste, entonces, en aprender, cada día, a tomar lo que Dios entrega en su gracia sin falsas esperanzas en las posibilidades cerradas de una humanidad autosuficiente y soberbia. La espiritualidad genuinamente reformada es aquella que le dice a Dios: "Tú has hecho, haces y harás la parte que te corresponde en tu carácter de creador y redentor libre. Ayúdame ahora a hacer la mía, bajo la orientación de tu Espíritu y tu Palabra". Ésa y no otra es la orientación general de la Reforma Protestante para lo que denominamos nuestra "vida espiritual" en la línea de la conclusión de las cartas petrinas: "Mejor dejen que el amor y el conocimiento, que nos da nuestro Señor y Salvador Jesucristo, los ayude a ser cada vez mejores cristianos" (II P. 3.18, Traducción en Lenguaje Actual).


 


 

[1] Texto completo: http://cristianohoy.files.wordpress.com/2009/06/juan-calvino-el-libro-de-oro.pdf.

sábado, 9 de octubre de 2010

METAMORFOSIS (I): REFORMAR LA FE INDIVIDUAL Y COLECTIVA

Leopoldo Cervantes-Ortiz

1. La exhortación a la transformación permanente

"...Sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento para que conozcáis cuál es la buena voluntad de Dios agradable y perfecta…". Así hemos leído tantas veces en el pasaje de Romanos 12.2, donde el apóstol Pablo exhorta a los creyentes de Roma, a quienes no conocía, a asumir constantemente una nueva visión del mundo, de la vida y de la relación con Dios. De lo que quizá no hemos estado muy conscientes es de que el verbo "transformaos" (RVR 1960), ("cambien de manera de ser", BLA; "dejaos transformar", BTI; "cambien su manera de pensar", DHH) traduce el original griego de donde viene la palabra metamorfosis, más conocida y asociada a ciertos procesos biológicos y hasta a una novela de grandes alcances escrita por Franz Kafka que lleva ese título. Algunas traducciones aplican el criterio dinámico de utilizar más palabras para conseguir que la intensidad del verbo se transmita mejor y así puedas comprenderse más las proyecciones de la exhortación paulina.

Esta palabra, metamorfosis, evoca la necesidad que veía el autor de la epístola de someterse permanentemente a un proceso de cambio mental, espiritual y cultural con el fin supremo de conocer a fondo la voluntad de Dios. Semejante proyecto vital es propuesto como la actitud básica con que debería experimentarse la vida cristiana y, por supuesto, la relación con Dios. Por ello, el famoso postulado Ecclesia reformata et semper reformanda est (Iglesia reformada siempre reformándose), acuñado en los Países Bajos, resume muy bien el espíritu de esta exhortación paulina, pues retoma el impulso para afrontar las realidades presentes con la mirada puesta en las transformaciones que el propio Dios espera que la iglesia lleve a cabo para estar a la altura de sus exigencias.

Hasta aquí todo suena muy bien, porque parecería que las diversas vertientes de la Reforma Protestante asumieron como programa principal la transformación continua de las estructuras eclesiásticas, de sus mentalidades, acciones y proyectos y que esto se ha realizado así desde el siglo XVI hasta la fecha. Esto es completamente falso, porque, lamentablemente, desde los inicios de la Reforma, y con el paso de los años, nunca se establecieron criterios para normar el cumplimiento de este precepto, que ahora sólo es una frase propagandística más para repetir todos los meses de octubre en nuestras iglesias.

La disposición permanente para el cambio en las iglesias debe ser vista como el resultado de la respuesta en obediencia a la acción del Espíritu, quien permanentemente pugna por modificar la mentalidad y actuación de su Iglesia, como se aprecia claramente en las cartas que dirigió en el Apocalipsis a las comunidades del Asia menor, en algunas de las cuales incluso utiliza un lenguaje muy violento para convencerlas de los cambios de rumbo específicos que debían realizar.

Por todo esto, el recuerdo y celebración de los momentos fundadores de las reformas del siglo XVI no debería ser tanto la conmemoración de la obediencia de sus dirigentes y protagonistas, sino también una puesta al día de la nuestra hoy en día, cuando nuevamente somos confrontados con esa exhortación: "Lleven a cabo una metamorfosis en todo lo que hacen".
 

2. Reformar la fe de las personas, individual y colectivamente

El énfasis renovador que movió a los reformadores/as del siglo XVI tuvo como punto de partida circunstancias y coyunturas que se conectaron muy bien con el espíritu de las palabras paulinas. De este modo, para Lutero, por ejemplo, el caso de la venta de indulgencias puso en entredicho varios aspectos de la fe individual y colectiva, pues se sumaron factores que, vistos paso a paso evidenciaban la forma en que la comprensión del contenido de las Escrituras había sido falseado. Veamos:

a)    El papa y sus colaboradores no podían, de ninguna manera, administrar los elementos escatológicos de la fe como bienes materiales, lo que los hacía culpables de simonía.

b)    El destino de los personas más allá de la muerte está única y exclusivamente en las manos de Dios y no puede ser modificado por artilugios materiales y terrenales.

c)      La enseñanza de las Escrituras había sido tergiversada en el sentido de que la representación de Dios en el mundo no podía ser puesta en entredicho por las acciones de los dirigentes de la Iglesia.

d)    Los integrantes de la Iglesia debían recuperar su papel protagónico para reclamar los derechos que la institución religiosa había asumido como propios e inalienables ante los poderes del mundo y más allá de ellos.

e)     La autoridad moral de la Iglesia estaba en crisis, puesto que su estrecha relación con los monarcas de la época (constantinismo) había desnaturalizado su capacidad para exponer las exigencias radicales del Evangelio de Jesucristo.

Por todo lo anterior, se hacía urgente una verdadera reforma, no un reformismo, de las acciones y mentalidades de la Iglesia y de la sociedad, pues ésta se asumía como cristiana en todos sus órdenes, pero no vivía consecuentemente aplicando los valores del Reino de Dios en el mundo y había faltado al principio bíblico de escuchar y obedecer la voz del Espíritu para transformarse en el sentido que Dios deseaba que sucediera. De modo que este pecado, eclesiástico y social, negarse a aceptar las transformaciones impulsadas por el Espíritu, propició que la sociedad acomodara la enseñanza de la Iglesia a sus propios intereses de mantener la situación tal como estaba, cerrando la puerta para los cambios deseados por el Espíritu. Esta lectura teológica que en su momento no fue totalmente expuesta como tal, fue construyéndose sobre la marcha, a medida que avanzaban los diversos movimientos reformadores. Los grandes documentos que se fueron redactando, tales como La libertad del cristiano, de Lutero, o la Institución de la religión cristiana, de Calvino, entre otros, mostraban la necesidad de tomar muy en cuenta las palabras de Romanos 12.1-2 como fundamento del cambio que demandaban las circunstancias para tratar de vivir de acuerdo con las exigencias del Evangelio ante los evidentes signos de descomposición generados por la práctica de la llamada Cristiandad, que era lo que había entrado en una crisis irreversible.

Calvino dedica varias páginas a comentar Ro 12.1-2 y en cuanto al v. 2, utiliza el verbo reformaos para traducir el griego metamorfousthe. Karl Barth explica el mismo versículo así: "Penitencia significa cambiar de modo de pensar. Este cambio de mentalidad es la clave del problema ético, el lugar en el que se produce el giro que apunta a un actuar nuevo. […] Pensar en la eternidad es tener el pensamiento renovado, es cambiar de modo de pensar, es la penitencia".[1] En suma, la Iglesia pudo y puede cambiar y transformarse, renovarse y reformarse continuamente, cuando toma muy en serio esta visión de presente y futuro, esto es, cuando mira la existencia, su existencia, como una subordinación auténtica y radical a los verdaderos planes de Dios. Porque influir o tratar de cambiar la fe individual y colectiva era el reto mayúsculo que enfrentaron las reformas religiosas y sigue siendo el mismo que enfrentamos ahora.



 

[1] K. Barth, Carta a los Romanos. Madrid, BAC, 1999, pp. 511-512.

lunes, 4 de octubre de 2010

LAS 95 TESIS DE MARTÍN LUTERO

Por amor a la verdad y en el afán de sacarla a luz, se discutirán en Wittenberg las siguientes proposiciones bajo la presidencia del R. P. Martín Lutero, Maestro en Artes y en Sagrada Escritura y Profesor Ordinario de esta última disciplina en esa localidad. Por tal razón, ruega que los que no puedan estar presentes y debatir oralmente con nosotros, lo hagan, aunque ausentes, por escrito. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén

  1. Cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo: "Haced penitencia...", ha querido que toda la vida de los creyentes fuera penitencia.
  2. Este término no puede entenderse en el sentido de la penitencia sacramental (es decir, de aquella relacionada con la confesión y satisfacción) que se celebra por el ministerio de los sacerdotes.
  3. Sin embargo, el vocablo no apunta solamente a una penitencia interior; antes bien, una penitencia interna es nula si no obra exteriormente diversas mortificaciones de la carne.
  4. En consecuencia, subsiste la pena mientras perdura el odio al propio yo (es decir, la verdadera penitencia interior), lo que significa que ella continúa hasta la entrada en el reino de los cielos.
  5. El Papa no quiere ni puede remitir culpa alguna, salvo aquella que él ha impuesto, sea por su arbitrio, sea por conformidad a los cánones.
  6. El Papa no puede remitir culpa alguna, sino declarando y testimoniando que ha sido remitida por Dios, o remitiéndola con certeza en los casos que se ha reservado. Si éstos fuesen menospreciados, la culpa subsistirá íntegramente.
  7. De ningún modo Dios remite la culpa a nadie, sin que al mismo tiempo lo humille y lo someta en todas las cosas al sacerdote, su vicario.
  8. Los cánones penitenciales han sido impuestos únicamente a los vivientes y nada debe ser impuesto a los moribundos basándose en los cánones.
  9. Por ello, el Espíritu Santo nos beneficia en la persona del Papa, quien en sus decretos siempre hace una excepción en caso de muerte y de necesidad.
  10. Mal y torpemente proceden los sacerdotes que reservan a los moribundos penas canónicas en el purgatorio.
  11. Esta cizaña, cual la de transformar la pena canónica en pena para el purgatorio, parece por cierto haber sido sembrada mientras los obispos dormían.
  12. Antiguamente las penas canónicas no se imponían después sino antes de la absolución, como prueba de la verdadera contrición.
  13. Los moribundos son absueltos de todas sus culpas a causa de la muerte y ya son muertos para las leyes canónicas, quedando de derecho exentos de ellas.
  14. Una pureza o caridad imperfectas traen consigo para el moribundo, necesariamente, gran miedo; el cual es tanto mayor cuanto menor sean aquéllas.
  15. Este temor y horror son suficientes por sí solos (por no hablar de otras cosas) para constituir la pena del purgatorio, puesto que están muy cerca del horror de la desesperación.
  16. Al parecer, el infierno, el purgatorio y el cielo difieren entre sí como la desesperación, la cuasi desesperación y al seguridad de la salvación.
  17. Parece necesario para las almas del purgatorio que a medida que disminuya el horror, aumente la caridad.
  18. Y no parece probado, sea por la razón o por las Escrituras, que estas almas estén excluidas del estado de mérito o del crecimiento en la caridad.
  19. Y tampoco parece probado que las almas en el purgatorio, al menos en su totalidad, tengan plena certeza de su bienaventuranza ni aún en el caso de que nosotros podamos estar completamente seguros de ello.
  20. Por tanto, cuando el Papa habla de remisión plenaria de todas las penas, significa simplemente el perdón de todas ellas, sino solamente el de aquellas que él mismo impuso.
  21. En consecuencia, yerran aquellos predicadores de indulgencias que afirman que el hombre es absuelto a la vez que salvo de toda pena, a causa de las indulgencias del Papa.
  22. De modo que el Papa no remite pena alguna a las almas del purgatorio que, según los cánones, ellas debían haber pagado en esta vida.
  23. Si a alguien se le puede conceder en todo sentido una remisión de todas las penas, es seguro que ello solamente puede otorgarse a los más perfectos, es decir, muy pocos.
  24. Por esta razón, la mayor parte de la gente es necesariamente engañada por esa indiscriminada y jactanciosa promesa de la liberación de las penas.
  25. El poder que el Papa tiene universalmente sobre el purgatorio, cualquier obispo o cura lo posee en particular sobre su diócesis o parroquia.
  26. Muy bien procede el Papa al dar la remisión a las almas del purgatorio, no en virtud del poder de las llaves (que no posee), sino por vía de la intercesión.
  27. Mera doctrina humana predican aquellos que aseveran que tan pronto suena la moneda que se echa en la caja, el alma sale volando.
  28. Cierto es que, cuando al tintinear, la moneda cae en la caja, el lucro y la avaricia pueden ir en aumento, más la intercesión de la Iglesia depende sólo de la voluntad de Dios.
  29. ¿Quién sabe, acaso, si todas las almas del purgatorio desean ser redimidas? Hay que recordar lo que, según la leyenda, aconteció con San Severino y San Pascual.
  30. Nadie está seguro de la sinceridad de su propia contrición y mucho menos de que haya obtenido la remisión plenaria.
  31. Cuán raro es el hombre verdaderamente penitente, tan raro como el que en verdad adquiere indulgencias; es decir, que el tal es rarísimo.
  32. Serán eternamente condenados junto con sus maestros, aquellos que crean estar seguros de su salvación mediante una carta de indulgencias.
  33. Hemos de cuidarnos mucho de aquellos que afirman que las indulgencias del Papa son el inestimable don divino por el cual el hombre es reconciliado con Dios.
  34. Pues aquellas gracias de perdón sólo se refieren a las penas de la satisfacción sacramental, las cuales han sido establecidas por los hombres.
  35. Predican una doctrina anticristiana aquellos que enseñan que no es necesaria la contrición para los que rescatan almas o confessionalia.
  36. Cualquier cristiano verdaderamente arrepentido tiene derecho a la remisión plenaria de pena y culpa, aun sin carta de indulgencias.
  37. Cualquier cristiano verdadero, sea que esté vivo o muerto, tiene participación en todos lo bienes de Cristo y de la Iglesia; esta participación le ha sido concedida por Dios, aun sin cartas de indulgencias.
  38. No obstante, la remisión y la participación otorgadas por el Papa no han de menospreciarse en manera alguna, porque, como ya he dicho, constituyen un anuncio de la remisión divina.
  39. Es dificilísimo hasta para los teólogos más brillantes, ensalzar al mismo tiempo, ante el pueblo. La prodigalidad de las indulgencias y la verdad de la contrición.
  40. La verdadera contrición busca y ama las penas, pero la profusión de las indulgencias relaja y hace que las penas sean odiadas; por lo menos, da ocasión para ello.
  41. Las indulgencias apostólicas deben predicarse con cautela para que el pueblo no crea equivocadamente que deban ser preferidas a las demás buenas obras de caridad.
  42. Debe enseñarse a los cristianos que no es la intención del Papa, en manera alguna, que la compra de indulgencias se compare con las obras de misericordia.
  43. Hay que instruir a los cristianos que aquel que socorre al pobre o ayuda al indigente, realiza una obra mayor que si comprase indulgencias.
  44. Porque la caridad crece por la obra de caridad y el hombre llega a ser mejor; en cambio, no lo es por las indulgencias, sino a lo mas, liberado de la pena.
  45. Debe enseñarse a los cristianos que el que ve a un indigente y, sin prestarle atención, da su dinero para comprar indulgencias, lo que obtiene en verdad no son las indulgencias papales, sino la indignación de Dios.
  46. Debe enseñarse a los cristianos que, si no son colmados de bienes superfluos, están obligados a retener lo necesario para su casa y de ningún modo derrocharlo en indulgencias.
  47. Debe enseñarse a los cristianos que la compra de indulgencias queda librada a la propia voluntad y no constituye obligación.
  48. Se debe enseñar a los cristianos que, al otorgar indulgencias, el Papa tanto más necesita cuanto desea una oración ferviente por su persona, antes que dinero en efectivo.
  49. Hay que enseñar a los cristianos que las indulgencias papales son útiles si en ellas no ponen su confianza, pero muy nocivas si, a causa de ellas, pierden el temor de Dios.
  50. Debe enseñarse a los cristianos que si el Papa conociera las exacciones de los predicadores de indulgencias, preferiría que la basílica de San Pedro se redujese a cenizas antes que construirla con la piel, la carne y los huesos de sus ovejas.
  51. Debe enseñarse a los cristianos que el Papa estaría dispuesto, como es su deber, a dar de su peculio a muchísimos de aquellos a los cuales los pregoneros de indulgencias sonsacaron el dinero aun cuando para ello tuviera que vender la basílica de San Pedro, si fuera menester.
  52. Vana es la confianza en la salvación por medio de una carta de indulgencias, aunque el comisario y hasta el mismo Papa pusieran su misma alma como prenda.
  53. Son enemigos de Cristo y del Papa los que, para predicar indulgencias, ordenan suspender por completo la predicación de la palabra de Dios en otras iglesias.
  54. Oféndese a la palabra de Dios, cuando en un mismo sermón se dedica tanto o más tiempo a las indulgencias que a ella.
  55. Ha de ser la intención del Papa que si las indulgencias (que muy poco significan) se celebran con una campana, una procesión y una ceremonia, el evangelio (que es lo más importante) deba predicarse con cien campanas, cien procesiones y cien ceremonias.
  56. Los tesoros de la iglesia, de donde el Papa distribuye las indulgencias, no son ni suficientemente mencionados ni conocidos entre el pueblo de Dios.
  57. Que en todo caso no son temporales resulta evidente por el hecho de que muchos de los pregoneros no los derrochan, sino más bien los atesoran.
  58. Tampoco son los méritos de Cristo y de los santos, porque éstos siempre obran, sin la intervención del Papa, la gracia del hombre interior y la cruz, la muerte y el infierno del hombre exterior.
  59. San Lorenzo dijo que los tesoros de la iglesia eran los pobres, mas hablaba usando el término en el sentido de su época.
  60. No hablamos exageradamente si afirmamos que las llaves de la iglesia (donadas por el mérito de Cristo) constituyen ese tesoro.
  61. Esta claro, pues, que para la remisión de las penas y de los casos reservados, basta con la sola potestad del Papa.
  62. El verdadero tesoro de la iglesia es el sacrosanto evangelio de la gloria y de la gracia de Dios.
  63. Empero este tesoro es, con razón, muy odiado, puesto que hace que los primeros sean postreros.
  64. En cambio, el tesoro de las indulgencias, con razón, es sumamente grato, porque hace que los postreros sean primeros.
  65. Por ello, los tesoros del evangelio son redes con las cuales en otros tiempos se pescaban a hombres poseedores de bienes.
  66. Los tesoros de las indulgencias son redes con las cuales ahora se pescan las riquezas de los hombres.
  67. Respecto a las indulgencias que los predicadores pregonan con gracias máximas, se entiende que efectivamente lo son en cuanto proporcionan ganancias.
  68. No obstante, son las gracias más pequeñas en comparación con la gracia de Dios y la piedad de la cruz.
  69. Los obispos y curas están obligados a admitir con toda reverencia a los comisarios de las indulgencias apostólicas.
  70. Pero tienen el deber aún más de vigilar con todos sus ojos y escuchar con todos sus oídos, para que esos hombres no prediquen sus propios ensueños en lugar de lo que el Papa les ha encomendado.
  71. Quién habla contra la verdad de las indulgencias apostólicas, sea anatema y maldito.
  72. Mas quien se preocupa por los excesos y demasías verbales de los predicadores de indulgencias, sea bendito.
  73. Así como el Papa justamente fulmina excomunión contra los que maquinan algo, con cualquier artimaña de venta en perjuicio de las indulgencias.
  74. Tanto más trata de condenar a los que bajo el pretexto de las indulgencias, intrigan en perjuicio de la caridad y la verdad.
  75. Es un disparate pensar que las indulgencias del Papa sean tan eficaces como para que puedan absolver, para hablar de algo imposible, a un hombre que haya violado a la madre de Dios.
  76. Decimos por el contrario, que las indulgencias papales no pueden borrar el más leve de los pecados veniales, en concierne a la culpa.
  77. Afirmar que si San Pedro fuese Papa hoy, no podría conceder mayores gracias, constituye una blasfemia contra San Pedro y el Papa.
  78. Sostenemos, por el contrario, que el actual Papa, como cualquier otro, dispone de mayores gracias, saber: el evangelio, las virtudes espirituales, los dones de sanidad, etc., como se dice en 1ª de Corintios 12.
  79. Es blasfemia aseverar que la cruz con las armas papales llamativamente erecta, equivale a la cruz de Cristo.
  80. Tendrán que rendir cuenta los obispos, curas y teólogos, al permitir que charlas tales se propongan al pueblo.
  81. Esta arbitraria predicación de indulgencias hace que ni siquiera, aun para personas cultas, resulte fácil salvar el respeto que se debe al Papa, frente a las calumnias o preguntas indudablemente sutiles de los laicos.
  82. Por ejemplo: ¿Por qué el Papa no vacía el purgatorio a causa de la santísima caridad y la muy apremiante necesidad de las almas, lo cual sería la más justa de todas las razones si él redime un número infinito de almas a causa del muy miserable dinero para la construcción de la basílica, lo cual es un motivo completamente insignificante?
  83. Del mismo modo: ¿Por qué subsisten las misas y aniversarios por los difuntos y por qué el Papa no devuelve o permite retirar las fundaciones instituidas en beneficio de ellos, puesto que ya no es justo orar por los redimidos?
  84. Del mismo modo: ¿Qué es esta nueva piedad de Dios y del Papa, según la cual conceden al impío y enemigo de Dios, por medio del dinero, redimir un alma pía y amiga de Dios, y por que no la redimen más bien, a causa de la necesidad, por gratuita caridad hacia esa misma alma pía y amada?
  85. Del mismo modo: ¿Por qué los cánones penitenciales que de hecho y por el desuso desde hace tiempo están abrogados y muertos como tales, se satisfacen no obstante hasta hoy por la concesión de indulgencias, como si estuviesen en plena vigencia?
  86. Del mismo modo: ¿Por qué el Papa, cuya fortuna es hoy más abundante que la de los más opulentos ricos, no construye tan sólo una basílica de San Pedro de su propio dinero, en lugar de hacerlo con el de los pobres creyentes?
  87. Del mismo modo: ¿Qué es lo que remite el Papa y qué participación concede a los que por una perfecta contrición tienen ya derecho a una remisión y participación plenarias?
  88. Del mismo modo: ¿Que bien mayor podría hacerse a la iglesia si el Papa, como lo hace ahora una vez, concediese estas remisiones y participaciones cien veces por día a cualquiera de los creyentes?
  89. Dado que el Papa, por medio de sus indulgencias, busca más la salvación de las almas que el dinero, ¿por qué suspende las cartas e indulgencias ya anteriormente concedidas, si son igualmente eficaces?
  90. Reprimir estos sagaces argumentos de los laicos sólo por la fuerza, sin desvirtuarlos con razones, significa exponer a la Iglesia y al Papa a la burla de sus enemigos y contribuir a la desdicha de los cristianos.
  91. Por tanto, si las indulgencias se predicasen según el espíritu y la intención del Papa, todas esas objeciones se resolverían con facilidad o más bien no existirían.
  92. Que se vayan, pues todos aquellos profetas que dicen al pueblo de Cristo: "Paz, paz"; y no hay paz.
  93. Que prosperen todos aquellos profetas que dicen al pueblo: "Cruz, cruz" y no hay cruz.
  94. Es menester exhortar a los cristianos que se esfuercen por seguir a Cristo, su cabeza, a través de penas, muertes e infierno.
  95. Y a confiar en que entrarán al cielo a través de muchas tribulaciones, antes que por la ilusoria seguridad de paz. (Wittenberg, 31 de octubre de 1517)