miércoles, 2 de febrero de 2011

“EL SACRIFICIO MULTITUDINARIO

(MARCOS 10: 35-45)

Fue precisamente en camino a Jerusalén cuando se le hizo a Jesús la extraña petición. Jacobo y Juan, dos del grupo de los doce, plantean una demanda burocrática: que cada uno de ellos ocupe una posición principal a la hora del triunfo. Muchos se confunden con la frase: "en tu gloria", y creen que los discípulos hablan de una vida futura, extraterrena. Pero no es así, ellos hablan de la gloria del poder de este mundo, con el cual sueñan. Sin embargo, no seamos demasiado duros con ellos, demos por sentado que eran sinceros, y que su afán principal era estar al lado del Señor para auxiliarle en sus quehaceres como gobernante del pueblo. Lo que nos choca ahora – a tantos siglos de distancia – es la miopía espiritual de estos hombres. ¿No acababan de escuchar de labios del Maestro el anuncio de su pronto sacrificio, como oveja que es llevada al matadero?

"he aquí subimos a Jerusalén, y el hijo del hombre será entregado a los principales de los sacerdotes, y a los escribas, y le condenaran a muerte, y le escarnecerán, y le azotaran, y escupirán en él y le mataran". "¿Podéis beber de esta vaso?", les pregunta. "¿Podéis ser bautizados de este bautismo?". Y ellos respondieron: "podemos". Y en verdad que pudieron.

En el relato de los hechos de los apóstoles (12: 2) se nos asegura que Jacobo fue muerto a espada por los soldados de Herodes, y en un fragmento del segundo libro de Papias se hace constar que Juan fue apedreado hasta la muerte por una turba de judíos a quienes predicaba del amor de Dios en Cristo Jesús. Quizás si al primer instante no sabían lo que decían cuando dijeron podemos. Pero el espíritu santo utilizó el impulso dinámico de estos hombres para la obra de la extensión misionera de la iglesia, y la entrega fue tan absoluta, que al final rindieron sus vidas como un sacrificio ante el altar de Dios.

Sabemos que todas las experiencias de la biblia son reproducibles en todo tiempo y hora. Y cuando se lee un incidente como este que nos ocupa, la tendencia en todo cristiano leal a su Señor es la fe de preguntarse cómo se aplica a su propia vida. Pues bien: yo estoy convencido de que en este pasaje bíblico esta entrañado el mensaje que Dios tiene para la iglesia presbiteriana de México. Si en verdad somos discípulos de Cristo, si en verdad estamos identificados con Cristo en aquello de ya no vivo yo, y ahora Cristo vive en mí, tenemos que compartir entonces con el sus mismos pensamientos, y sentimientos, y pasiones.

A la pregunta del señor – "¿podéis beber del vaso que yo bebo, y ser bautizados en mi bautismo?" – debemos responder: "SÍ PODEMOS".

Por que en verdad sí podemos si de verdad queremos, beber del mismo vaso de agonía que bebió Cristo, y ser bautizados en el mismo bautismo de su dolor. Bien lo aclara el apóstol pablo al hacer su apelación de romanos 12. La entrega tiene que ser "de vuestros cuerpos en sacrificio vivo". Porque nuestra tendencia – la más natural en todo ser humano – quizás sea la de una entrega un tanto etérea, un poco intelectual y vaga. Solo se entrega el cuerpo en sacrificio vivo, cuando la dación es total y sin reservas, cuando no se teme a la copa de la angustia y al bautismo del sufrimiento, cuando se ha rendido el cuerpo de carne y hueso en el sacrificio gozoso de cada día a la vera de Jesucristo, el señor que triunfó muriendo en una cruz. Y a la pregunta inicial: "¿Qué queréis que os haga?", debemos responder, convencidos: "queremos beber de tu vaso señor". O quizás debemos decirlo con los versos de Francisco Estrello…….

Bebamos del vaso de Cristo,

Bebamos…. Bebamos…….

El vaso de Cristo: amor y dulzura;

El vaso de Cristo: canción y alegría;

El vaso de Cristo: ensueño y ternura;

El vaso de Cristo: sonrisa del día.

Bebamos del vaso de Cristo,

Bebamos…. Bebamos…….

El vaso de Cristo: dolor y amargura;

El vaso de Cristo: senderos resecos;

El vaso de Cristo: la sed que tortura;

El vaso de Cristo: suprema aventura.

Bebamos del vaso de Cristo,

Bebamos…. Bebamos…….

El vaso de Cristo: visión y heroísmo;

El vaso de Cristo: el darse a sí mismo;

El vaso de Cristo: el ir por la vida

El alma desnuda de todo egoísmo.

Bebamos del vaso de Cristo, bebamos…. Bebamos…….

Pero hemos de reconocer inmediatamente que el sacrificio, la entrega, el vaso y el bautismo, no son más que la antesala del servicio. El enojo de los discípulos, molestos por la osadía de Jacobo y Juan, el señor responde: "cualquiera que quisiera hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor; y cualquiera de vosotros que quisiere hacerse el primero, será el siervo de todos". "porque el hijo del hombre tampoco vino para ser servido, mas para servir y dar su vida en rescate por muchos". Ser servidor equivale – en palabras de Jesucristo – a ser siervo de todos. Hay en esta frase un sentido de obligación, de compromiso, al que se ata todo cristiano cuando se entrega total y definitivamente. Pero antes ha sido necesario llegar a la convicción de que hemos sido servidos por Jesucristo para que nosotros seamos a la vez siervos idóneos de Jesucristo. Por haber cumplido cabalmente su función de siervo, Jesucristo es para nosotros el Señor. Pero sucede que ahora somos nosotros los siervos, con una tarea sacrificial por delante.

Todo el que confiesa a Jesucristo como Señor se convierte IPSOFACTO en un siervo, y todo siervo está llamado a realizar una labor en beneficio de los demás. Al dejar de ser esclavos del pecado, nos hemos convertido en siervos de Jesucristo, o mejor decir, para Jesucristo. Somos los más libres de los hombres, porque el pecado no nos atosiga más, pero somos los más siervos, porque ahora servimos a un Señor que nos pide el sacrificio de toda la vida. Que si hay un sacrificio vicario, de uno por muchos, el uno espera de estos muchos, beneficiados ya por su sacrificio, que a su vez se entreguen en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios. Es lo que llamaríamos "el sacrificio multitudinario", de muchos por Uno, por que se realiza en el nombre de este Uno, y solo para Su honra y gloria. Aquí las preposiciones son muy importantes. Somos siervos de Jesucristo, porque Él nos convierte en los tales, y para Jesucristo, porque es para alabanza de su nombre que servimos. Pero también somos siervos de las demás criaturas, porque nuestro amor a Jesucristo se demuestra esencialmente en amor al prójimo; y para ellas, porque son los otros seres humanos los que recibirán los beneficios directos de nuestro sacrificio servicial.

El sacrificio vicario de Jesucristo se hizo en pago de nuestra culpa. Nuestro sacrificio – el multitudinario – no tiene validez redentora por sí mismo, pero es el único canal de comunicación que tiene ahora la gracia de Dios en Cristo. Pero me temo que el concepto que tenemos de la obra evangelística y misionera es demasiado lírico, demasiado complaciente. La obra misionera que estamos realizando se ajusta la mayor parte de las veces a nuestra comunidad hogareña, o a nuestra capacidad económica, o a nuestra maquinaria eclesiástica, no a las necesidades reales del pueblo que espera por nosotros. Por lo tanto, ha llegado la hora de revisar nuestra pasión evangelística y misionera, para ponerla en función del sacrificio servicial.

En enero del año de 1956 el mundo entero se conmovió con una de las historias más patéticas de la obra misionera de la iglesia. Cinco jóvenes, empeñados en servir en el nombre de Jesucristo, sacrificaron sus vidas en las manos de los salvajes aucas, en lo más intrincado de la selva del ecuador. Fue un triste momento, cuando muchos se preguntaban: "¿Qué se ha ganado con ello? ¿No es de tontos tamaño sacrificio, cuando ha resultado inútil?". Pasado año y medio de la tragedia, como una consecuencia de aquel sacrificio, aparentemente inútil, hubo cientos de jóvenes que se prepararon en los seminarios cristianos, quienes confesaban que no deseaban otra cosa que tomar el lugar de los que entregaron sus cuerpos en sacrificio vivo. Hubieron juntas misioneras interesadas en campos nuevos: las tribus aucas del ecuador, y se reunieron cientos de miles de dólares para la conquista amorosa de los no conquistados salvajes de la selva amazónica. Pero hubo más, a la luz de este sacrificio, muchas iglesias despertaron y examinaron de nuevo su responsabilidad de predicar a toda criatura el evangelio de Jesucristo. Hubo en muchas iglesias un redescubrimiento de su tarea evangelística y misionera, que no es cuestión de inyecciones de avivamiento, sino de vida normal y saludable con pasión que procede del mismo Dios.

Y hubo también otra realidad, mas intima y más esperanzadora aun. La señora Elliot, viuda de uno de aquellos misioneros asesinados, permaneció allí, fiel a la decisión de servir a su señor, y no fue en vano su espera. Un día vino a refugiarse en su casa una mujer auca, Dayuma, quien huyó de la tribu porque – de acuerdo con la costumbre – habían querido enterrarla viva junto a su esposo muerto. La Sra. Elliot aprovechó en todo lo que valía esta oportunidad que Dios ponía en sus manos, aprendió con Dayuma el idioma de los aucas, entendió el por qué de sus costumbres, y se dispuso ella misma a entregarse al servicio de los que habían asesinado a su esposo. Los aucas, una tribu nómada, se habían ido moviendo a distintos lugares, pero nuevos misioneros les siguieron desde el aire, y desde los aviones les lanzaban alimentos y obsequios. Entonces tres mujeres: Dayuma, convertida en siervo de Jesucristo, la Sra. Elliot, y una hermana del misionero sacrificado, hicieron por tierra un viaje penosísimo de largas jornadas, hasta encontrar a la tribu auca en nuevo emplazamiento, y porque eran mujeres fueron recibidas sin hostilidad y así pudieron hacer la proclamación de amor.

Sí, pareció inútil hace 54 años y medio el sacrificio de cinco hombres jóvenes, que entregaron la vida toda al servicio de Jesucristo, hasta sus últimas consecuencias. Pues bien: aprendamos que ningún sacrificio – si se hace con espíritu de servicio – es jamás inútil. Que no es inútil el más pequeño esfuerzo que se hace en el nombre de Cristo, ni la lágrima que se derrama por amor a sus criaturas, ni siquiera el cuerpo que se pudre bajo la tierra, si es que este cuerpo se entregó en sacrificio santo, agradable al Señor.

Notemos también que todo este afán de servir tiene sus metas y objetivos. En el caso de Jesús, él mismo aclara que su entrega es en rescate por muchos. ¿No es este, al cabo, el objetivo del servicio de la iglesia? ¿No estamos aquí, primordialmente, para proclamar la verdad de Dios en Cristo, de manera que miles de mujeres y hombres se rindan cada año al señor, y vengan a formar parte de su iglesia? La iglesia tiene que ser constantemente evangelística, constantemente misionera. No es cuestión de avivamientos esporádicos, sino de un programa regular de evangelización y ganancia de miembros.

Hemos de aprender como iglesia, como cristianos, la lección del sacrificio multitudinario. Solo tiene sentido el sacrificio cuando se hace en función de servicio a otros. La iglesia está para eso: para ministrar, para servir. La obra evangelistica y misionera de la iglesia está en función servicial solo cuando es tarea sacrificial. Mientras más trabajoso es el servir mas se ama lo que se sirve. Delante de nosotros, como un reto glorioso, esta la patria toda, esperando por el sacrificio multitudinario de la iglesia presbiteriana, que ojalá esté dispuesta a beber del vaso de Cristo, y dispuesta a servir en Su Nombre y para Su gloria. Nuestra oración debería ser:
Padre, ten piedad de nosotros, porque somos siervos negligentes. Ayúdanos a entender cuál debe ser nuestra misión, cual debe ser nuestro mensaje. Ilumínanos con tu luz admirable. Amén.