jueves, 27 de octubre de 2011

LA VOCACION DEL CREYENTE

"Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma, manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras" (I Pedro 2:11, 12).

Al estudiar la primera carta de del apóstol Pedro encontramos un resumen de los principios esenciales de la vocación del creyente. Notemos que el cristiano es llamado por el apóstol Pedro "peregrino". Esta misma calificación ya la encontramos en boca del autor de la carta a los hebreos, quien dice: "Confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra" (11:13). Un extranjero o un peregrino no cesa de interesarse por el país en el cual vive, pero, en cambio, sus ojos están fijos en una patria mejor. La ciudadanía del cristiano no está en la tierra, sino en los cielos.

Todas las exhortaciones y demandas de sacrificio, santidad y servicio que hallamos en el nuevo Testamento tienen su base en esta gran verdad, que el creyente es un peregrino en la tierra que se dirige a su patria celestial. El apóstol Pablo dice a los filipenses: "Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo" (3:20). La vocación del cristiano es, pues, la vocación de ser peregrino.

El segundo principio de la vocación cristiana es que, como peregrinos que somos, debemos dar guerra sin cuartel al pecado que está en nosotros. El apóstol Pablo nos exhorta a que "os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma". Esta es una lucha y conflicto muy personal. El peregrino creyente tiene un destino glorioso al final de esta vida, pero mientras tanto se halla en ella ha de luchar contra el pecado contra todas sus fuerzas.

Ser cristiano es una vocación de gran responsabilidad. La salvación es algo más que la experiencia de ser perdonados por Dios de todos nuestros pecados. Empieza aquí, con esta realidad consciente de que hemos sido perdonados por la Gracia Divina, pero la lucha continúa contra aquellas tendencias pecaminosas que todavía existen dentro de nosotros. La acusación romanista de "peca mucho y cree más" que ha sido hecha a muchos creyentes sin razón y sin motivo, es totalmente infundada. El cristiano cree mucho, pero también lucha sin parar contra aquellos deseos de su naturaleza que lo impulsan a hacer lo que es contrario a Dios y a los hombres. Esta es la exhortación del apóstol Pedro.

El motivo de esta confusión sobre las enseñanzas de las Sagradas Escrituras que existe en la mente de muchos, se halla fundado en una incomprensión de lo que es ser justificado por Dios y lo que por otra parte es vivir una vida de santidad y consagración cristiana. Dios nos justifica por su Gracia soberana y borra nuestro pecado, pero al mismo tiempo hemos de luchar constantemente para vivir una vida santa. Sin la ayuda de Dios sería totalmente imposible; pero nuestro Dios misericordioso, no tan solo nos justifica por su Gracia, sino que nos da fuerzas para vivir una vida santa, agradable a Él y beneficiosa para nuestros semejantes. El que lucha con sus propias fuerzas sigue el camino de la moralidad, que, por bueno que sea, es aún insuficiente. El que lucha e implora la misericordia divina sigue el camino de la santificación. Este es el camino que nos da la victoria sobre nosotros mismos y sobre nuestras flaquezas.

Finalmente, la vocación del cristiano es la de testificar por Cristo en la vida diaria. El apóstol Pedro dice: "Manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras" (1 Ped.2:12).

El tema del testimonio es uno de los más importantes en la primera epístola de Pedro. El cristiano debe vivir una vida de testimonio porque es un representante visible del pueblo de Dios en la tierra. Jesús dijo: "Así alumbre vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt.5:16).

El cristiano tiene un doble testimonio aquí en la tierra. En primer lugar, es un testimonio negativo. Los enemigos del cristianismo, que blasfeman el nombre de Dios y niegan su existencia, no cesan de acusarnos en todo cuanto pueden. En los primeros siglos de la era cristiana se acusó a los creyentes de inmoralidad porque hablaban del amor, y de canibalismo porque celebraban en secreto la comunión o Cena del Señor. Aún los mejores historiadores romanos, sin hacer investigación alguna, repitieron estas acusaciones. Tácito dice: "Los cristianos eran odiados por sus crímenes", y Suetonio habla del cristianismo como "una superstición nueva y nociva".

Hoy día los enemigos de Cristo nos acusan de todo y la única manera de darles la respuesta es mediante nuestra conducta. Practicando los preceptos de amor y de justicia para con todos podemos silenciar las acusaciones de los que nos odian. La vida que vivimos es el mejor testimonio y respuesta contra los que nos acusan.

Luego viene la parte positiva de nuestro testimonio. Con nuestro testimonio podemos conducir a los que nos rodean a un conocimiento del Salvador, el Señor Jesucristo. Esto es lo que significan estas palabras de Pedro: "Para que glorifiquen a Dios en el día de la visitación", es decir, en el día del juicio final. Aún los cristianos más humildes pueden ser testigos del poder de Dios en sus vidas. Quiera Dios que todos los creyentes de todas las naciones seamos ejemplo de nuestros conciudadanos en todas las cosas.

Quizá alguien dirá: ¿Cómo puedo yo pertenecer a este grupo de hombres y mujeres que son ejemplo en su vida y conducta? Bueno, le responderíamos que, de todo corazón se acerque a Cristo. Entonces habrá dado el primer paso en la vocación del creyente, habrá entrado a formar parte en esta hueste espiritual de hombres y mujeres que con sus vidas y ejemplo son una manifestación viviente del poder del Evangelio, el poder de Dios que da salvación a todo aquel que cree.