viernes, 17 de junio de 2011

LA ESCUELA DE LOS PADRES

Hay padres que educan mejor a sus perros que a sus hijos o cuidan con más celo sus lustrosos automóviles que los niños que llevan su nombre. ¡Padres del mundo, los que fueron, los que son y los que serán padres algún día, estas palabras pueden ser importantes para todos! "Y vosotros padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino educadlos en la disciplina y amonestación del Señor". Efesios 6:4. Dentro del marco de la familia, el padre tiene una función nobilísima y elevada. Cuando la familia se desintegra, cuando no es lo que debe ser, la responsabilidad en última instancia reposa sobre el padre, el jefe de la familia.

Esto no quiere decir que el padre debe ser un déspota y un tirano, un explotador y oportunista, cosa que, lamentablemente, muchas veces se ha producido. La Biblia es muy clara con respecto a esto: el padre es la cabeza, el jefe de la familia. A las mujeres aconseja la Sagrada Escritura "estad sujetas a vuestros propios maridos, como al Señor; porque el hombre es cabeza de la mujer". A los hijos dice la Biblia "obedeced a vuestros padres en el Señor; porque esto es propio". No cabe pues duda alguna sobre esto: el padre es el punto de referencia dentro de la familia. Y esto es lo que la Palabra de Dios dice, y muchos padres están lejos de esto. Tal vez nosotros también.

Miles y miles en nuestro mundo viven sin padre en realidad. En algunos casos los padres literalmente abandonan el hogar, dejan a sus hijos que luchen por sí solos y con la importantísima y consagrada ayuda de una madre solitaria. Muchos lo han hecho o lo hacen simplemente para satisfacer un efímero deseo, o porque no son suficientemente hombres como para enfrentar una situación difícil. Otros utilizan sus hogares solo para dormir…cuando hay tiempo para ello. La profesión que ejercen, los negocios que llevan a cabo, el trabajo que tienen que hacer, consume tanto de su tiempo que los hijos que han traído al mundo no los conocen. Aunque vivos, han dejado así huérfanos a sus hijos e hijas. Hay otros, y estos quizá forman una mayoría, que mantienen sí sus hogares; diligentemente proveen a las necesidades de la familia; se sientan a la mesa rodeada de niños bulliciosos, los llevan a pasear y les compran un dulce o una golosina cuando los hijos la piden sin descanso. En una palabra, estos padres cuidan sí de los cuerpos de sus niños, pero ignoran completamente sus corazoncitos y sus almas tiernas en período de formación. En resumen, como padres, han fracasado vergonzosamente. Lo que hacen, lo hacen también los animales… y a veces mejor.

La Biblia compara el papel del padre en la familia con el que juega Cristo en la iglesia cuando afirma que "el hombre es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia". El padre ha recibido un puesto de eminencia y responsabilidad en el hogar, puesto que se define en las palabras de nuestro texto en el que Dios ordena educar a sus hijos en la disciplina y amonestación del Señor. Cristo es para la iglesia, la cual compró con su sangre, Supremo Profeta, Sumo Sacerdote y Rey. Representa a Cristo en el conjunto familiar. ¡Qué magnífica oportunidad y qué tremenda responsabilidad la que pesa sobre los padres! No hay quizá en todo el mundo puesto de mayor potencial y de más gloriosa vocación.

El padre es el profeta de la familia. Como tal, provee cuidadosamente la instrucción espiritual de su familia extrayendo lo necesario de la Palabra de Dios que es el libro de instrucción por excelencia en lo que se refiere a la familia. El padre dirige la marcha de la familia de tal manera que nada ni nadie se interponga en la senda de las responsabilidades espirituales de cada uno. Debe haber tiempo para leer la Biblia regularmente; nada debe impedir la asistencia de la familia a los actos de la iglesia o el buen uso del día del Señor. El padre ideal busca una iglesia donde la Palabra de Dios es presentada regular e incondicionalmente, y hace que sus hijos e hijas reciban la instrucción necesaria para su desarrollo espiritual. El conocimiento verdadero de Dios entre los seres humanos generalmente pasa de generación a generación y de padres a hijos. ¿Qué hemos hecho con nuestros hijos? ¿Hemos dejado que se críen así no más, a la buena de Dios, sin interesarnos en su preparación para la vida? Dios nos llamará un día para preguntarnos qué hicimos como profeta de nuestra familia.

El padre es sacerdote de la familia. La obra de Cristo como sacerdote consiste en su sacrificio en la cruz y en sus oraciones intercesorias por los suyos. Un padre debe estar también dispuesto al sacrificio por los suyos. Si el empleo, por ejemplo, es dañino al bienestar de su familia, debe buscar otro. Si la educación de esos hijos demanda abandonar otras cosas relativamente superfluas, no debe dudar un solo instante. Como sacerdote que es, el padre debe elevar sus oraciones rogando a Dios por las almas que le han sido confiadas; y como sacerdote el padre consuela, aconseja, es el confidente de los miembros de su familia y cuando llegan los momentos de crisis y negras nubes se ciernen sobre su futuro familiar, es el padre quien debe hacer de piloto en medio de las tempestades. Dios nos ha llamado a ser nada menos que un sacerdote entre los nuestros. Es fácil para nosotros criticar a otros, pero, ¿cómo nos hemos desempeñado en este puesto?

El padre es el rey de la familia. Cristo es el eterno rey de su iglesia y la gobierna firmemente con su Palabra y Espíritu, la guía por las sendas que debe andar, envía sus castigos cuando esa iglesia se aleja de Él y ordena las cosas de tal manera que la iglesia mejore, triunfe, avance y se purifique. Como rey dentro de la familia, el padre no es un dictador que ordena ciegamente sino un conductor, un guía, un estadista sincero que toma las medidas necesarias para asegurar el bienestar futuro de su familia, cueste lo que cueste. Gobierna la familia mostrando en su propia vida lo que es vivir como un cristiano consagrado; gobierna exigiendo que sus hijos cumplan ciertos requisitos y obedezcan siempre los preceptos divinos; gobierna prohibiendo enfáticamente lo que Dios prohíbe y lo que él mismo sabe no puede acarrear bien alguno a sus hijos e hijas.

Con frecuencia oímos de esposas tristes que hacen saber de sus tragedias y jóvenes cuentan de hogares deshechos. Es un cuadro sombrío el que pintan muchas veces. La razón de esto está en que muchos padres, cubiertos de éxitos quizá en otras actividades, han fracasado totalmente en su importante función paternal. Muchos otros padres ignoran cuál es su función y sólo hacen, como padres, lo que ven a otros hacer o lo que vieron en sus propios progenitores. Vuelven así a repetirse los errores y las tragedias de generaciones pasadas. Estos padres se sienten impotentes ante la magna obra de ser padres en tiempos como estos.

Mire a sus hijos al terminar de leer este artículo. Si lo único que provee para ellos es un hogar, ropa y alimento, esos niños y niñas en realidad son huérfanos aunque usted viva todavía. Arrepintiéndose y entregándose a Cristo, se puede ingresar en las filas de miles y miles de padres que en el mundo entero están preparando hijos que valen la pena, hijos que serán baluartes de la justicia, del derecho y del deber en los años porvenir. Piense un momento en sus hijos. ¿Qué será de ellos en el futuro? ¿Qué será, sobre todo, del alma que pulsa en sus tiernos pechos? Usted puede ser un padre verdadero o un padre a medias. La inmensa mayoría están en la última categoría. Ciertamente usted ama a sus hijos más que eso. Si cree en Cristo y acepta la histórica fe del cristianismo, en vez de amo, usted pude ser un padre para sus hijos, un padre que no provoca a sus hijos a ira sino que los educa en la disciplina y amonestación del Señor. Ellos pueden aprender estas cosas en otro lugar; pueden aprender lo bueno y lo malo en la calle, en la casa de un amigo, leyendo libros o viajando a lugares lejanos. ¡Ojalá que lo aprendan pronto porque cuanto antes, mejor! Pero, ¿no cree que sería incomparablemente mejor si lo aprendiese de su padre? Así lo cree Dios obviamente, y como fundador de la familia, sus razones deben ser profundas. El dice hoy y ha dicho siempre a los padres que eduquen a sus hijos en la disciplina y amonestación del Señor. Esa, la escuela de los padres, es la que nuestros hijos necesitan.