lunes, 28 de noviembre de 2011

“LA CENA DEL SEÑOR”

por Juan Knox

AQUÍ se declara brevemente, en resumen, conforme a las Escrituras, la opinión que tenemos los cristianos de la Cena del Señor, llamada el Sacramento del Cuerpo y la Sangre de nuestro Salvador Jesucristo. Primero, confesamos que es un acción santa, ordenada por Dios, en la cual el Señor Jesús, mediante cosas terrenales y visibles puestas delante de nosotros, nos eleva hacia cosas celestiales e invisibles. Y que cuando hubo preparado Su banquete espiritual, testificó que Él mismo era el pan viviente, con el que nuestras almas tenían que ser alimentadas para vida eterna.

Y por lo tanto, al disponer pan y vino para comer y beber, nos confirma y sella Su promesa y comunión, (esto es, que seremos partícipes con ÉL en su Reino); y representa para nosotros, y allana para nuestros sentidos, Sus dones celestiales; y también se nos da a Sí mismo, para ser recibido por fe, y no con la boca, ni aún por transfusión de sustancia. Sino que, mediante el poder del Espíritu Santo, nosotros, siendo alimentados con Su carne y refrescados con Su sangre, seamos renovados a verdadera piedad y a inmortalidad.

Y también que aquí el Señor Jesús nos congrega en un cuerpo visible, de manera que seamos miembros uno del otro, y hagamos todos a la vez un cuerpo, en el cual Jesucristo es la única cabeza. Y finalmente, que por el mismo sacramento, el Señor nos llama a recordar su muerte y pasión, para avivar nuestros corazones a alabar Su santísimo nombre. Más aún, reconocemos que este Sacramento debe ser aproximado reverentemente, considerando que allí se exhibe y se da testimonio de la maravillosa sociedad y entrelazamiento del Señor Jesús con quienes lo reciben; y también, que allí está incluido y contenido en este Sacramento que Él preservará Su Iglesia. Porque aquí se nos manda anunciar la muerte del Señor hasta que Él venga.

También, creemos que es una confesión, mediante la cual manifestamos qué clase de doctrina profesamos; y a qué congregación nos adherimos; y asimismo, que es un vínculo de amor mutuo entre nosotros. Y finalmente, creemos que todos los que vienen a esta santa cena deben traer consigo su conversión al Señor, mediante sincero arrepentimiento en fe; y en este sacramento recibir los sellos de confirmación de su fe; empero no deben pensar en forma alguna que en virtud de esta obra sus pecados son perdonados.

Y concerniente a estas palabras "Hoc est corpus meum" ("Esto es mi cuerpo"), de las cuales dependen tanto los papistas, diciendo que necesitamos creer que el pan y el vino son transubstanciados en el cuerpo y sangre de Cristo; afirmamos que no es un artículo de fe que pueda salvarnos ni que estemos obligados a creer so pena de condenación eterna. Porque si creyéramos que su mismísimo cuerpo natural, carne y sangre, están naturalmente en el pan y el vino, eso no nos salvaría, viendo que mucho creen eso, y empero lo reciben para su condenación.

Porque no es su presencia en el pan lo que puede salvarnos, sino su presencia en nuestros corazones mediante la fe en su sangre lo que ha lavado nuestros pecados y aplacado la ira de Su Padre hacia nosotros. Y de nuevo, si no creemos en su presencia corporal en el pan y el vino, eso no nos condenará, sino más bien su ausencia de nuestros corazones por incredulidad.

Ahora bien, si objetasen aquí, que aunque fuese cierto que la ausencia del pan no pudiese condenarnos, no obstante estamos obligados a creerlo porque la Palabra de Dios dice, "Este es mi cuerpo", lo que cualquiera que no crea no sólo miente en sí mismo sino que también hace a Dios mentiroso, y que por lo tanto nuestra condenación sería no creer Su Palabra por tener una mente obstinada; a esto nosotros respondemos, que creemos la Palabra de Dios, y confesamos que es verdadera, pero que no ha de ser entendida burdamente como los papistas afirman. Porque en el Sacramento recibimos a Jesucristo espiritualmente, como lo hicieron los padres del Antiguo Testamento, conforme a lo que dice San Pablo. Y si los hombres ponderaran bien cómo Cristo, al ordenar este Santo Sacramento de su cuerpo y Su sangre, habló estas palabras sacramentalmente, sin duda nunca las entenderían tan burda y neciamente, en oposición a toda Escritura y a la exposición de San Agustín, San Jerónimo, Fulgencio, Vigilio, Orígenes y muchos otros escritores piadosos.


* Esta breve declaración respecto del Sacramento de la Cena del Señor no tiene fecha, pero puede ser asignada al año 1550.


Texto original en inglés: © Reformation Press 2004 www.reformationpress.co.uk. Traducción al español de Alejandro Moreno Morrison.

domingo, 20 de noviembre de 2011

¿QUÉ CONSUELO TIENES PARA EL DIA DE LA MUERTE?

Al escuchar las observaciones usuales que se hacen con respecto a la muerte, uno recibe la clara impresión de que el mundo moderno piensa en la muerte como un paso o una entrada, al fin, a la paz y la felicidad. Esta idea moderna halla expresión generalmente en esos momentos solemnes en que se realizan las exequias de justos o injustos. No deja de ser esto un curioso fenómeno ya que la muerte es, esencialmente, una tumba, la separación y disolución del cuerpo de alguien a quien hemos querido y apreciado. Posiblemente es el horror mismo de la muerte que produce estas extrañas opiniones ya que la mente humana es un extraordinario mecanismo que puede razonar, imaginar y así también fabricar ideas y convicciones.

La mente humana no se halaga en su propia destrucción y como resultado, el mecanismo de la imaginación es puesto en marcha e inventa teorías que luego acepta como verdad. Miles y millones en nuestros tiempos confusos piensan que la muerte trae paz a sus cansados caminos y tranquilidad a sus borrascosas vidas. Hace unas décadas, cuando una persona de fama mundial y mundanal vida cometió suicidio, alguien dijo que "Ahora ha encontrado la paz que siempre buscó sin encontrar". La muerte, según se dice, aun en el caso de un suicidio, es el camino a la felicidad. Tal vez es por este mecanismo humano que considera que la muerte trae paz, tal vez por eso es que tantos hablan de la muerte como un sueño que es descansar, alejarse de los problemas diarios y vivir en perfecta paz. Los poetas han cantado de la muerte como el final descanso, la dulce hora del sueño sin fin.

Es bien sabido que el tema de la muerte y del consuelo en esos momentos solemnes, toca muy de cerca nuestras más tiernas emociones. Muchos de los lectores han experimentado, sin duda, esos momentos en que la muerte golpea a la puerta con su inexorable propósito y, sin lugar a dudas también, cada uno ha encontrado sus propias fuentes de consuelo. No puede negarse tampoco que han sido perfectamente sinceros en el consuelo que hallaron, pero es indispensable que se haga notar lo incorrecto de la idea moderna que identifica a la muerte con la paz y el dulce descanso. Es algo que se halla en diametral oposición a las enseñanzas de la fe cristiana que todos profesamos. La muerte jamás es presentada en las Sagradas Escrituras como un dulce descansar; esa idea, en efecto, es condenada en la Biblia. La mayor parte de las conversaciones populares sobre la muerte no son de carácter cristiano. La Biblia tiene ciertamente su magnífico mensaje de consuelo para la hora de la muerte, pero no es el consuelo que la raza humana tan frecuentemente se imagina. La iglesia de Cristo aquí en la tierra tiene la inmensa responsabilidad de descubrir este malvado error y al mismo tiempo hacer ver lo que la Palabra de Dios dice al respecto.

Un examen somero de la Biblia revela que Dios en su Palabra no ofrece razón alguna para que el hombre crea que hay esperanza, gozo y consuelo para el que muere habiendo rechazado al Hijo de Dios como su Salvador y Señor. No puede negarse, por supuesto, que hay gente que encuentra esperanza, gozo y consuelo cuando alguien muere. Pero también es cierto que cuando una persona muere sin haber confesado a Cristo, la Biblia no ofrece esperanza, gozo y consuelo. La Palabra de Dios ofrece sí tal consuelo a los que han creído en el Señor Jesucristo, y si alguien jamás ha llegado a eso, la Biblia no le proporciona razón alguna para pensar que su muerte será un paso hacia el pacífico descanso.

Es urgentemente necesario eliminar la idea de que el mensaje de la Biblia es un mensaje de consuelo para todo el mundo. Tiene pasajes que son un calmante al alma atribulada y el ser humano se aferra a ellos con tenacidad. Así, por ejemplo, cuando llega la muerte, a cualquiera le agrada escoger palabras como las del Salmo 27 que dicen "Jehová es mi luz y mi salvación: ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida: ¿de quién he de atemorizarme?". Otro ejemplo lo encontramos en I Corintios 15 "Sorbida es la muerte con victoria. ¿Dónde está, oh sepulcro tu victoria y donde, oh muerte, tu aguijón?". Estas son, efecto, palabras de consuelo. El problema está en que estas palabras no son aplicables a todos. Cuando la mujer o el hombre piensa que las palabras de la Biblia son para todos indistintamente, una trágica confusión es el resultado, y es esta confusión que hay que quitar porque induce a no preocuparse por la muerte inexorablemente y les hace pensar que no tienen necesidad de prestar atención al mensaje de la Biblia. Ese es el mensaje auténtico de Dios que ofrece salvación al hombre y a la mujer que cree en el Señor Jesucristo. El consuelo que da en el momento de la muerte es profundo y genuino, pero es solo para los que creen.

¿Cuál es la esperanza que la Biblia ofrece al que cree en Cristo Jesús? Es una magnífica y segura esperanza que no menciona jardines floridos sino una resurrección a vida eterna con toda la gloria y milagro que esa frase implica. La Biblia no explica la resurrección y la vida que revela sino que habla de ella como un misterio; un momento en que los muertos se levantarán, incorruptibles. La Biblia jamás habla de la vida en el más allá como un estado semiconsciente, sino de una vida abundante en la presencia de Dios. Nos habla con estas palabras, por ejemplo: "Cosas que ojo no vio, ni oreja oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las cosas que Dios tiene preparadas para aquellos que le aman" (I Cor.2:9). Pero esta gloriosa esperanza no debe ser confundida. La Biblia habla de ella en estrecha relación con el Señor Jesucristo. En lo que a la Biblia se refiere no cabe duda alguna que si no fuera por Cristo, no habría resurrección, ni esa gloriosa esperanza tampoco. Basten una o dos referencias como Juan 6:40 "Todo aquel que ve al Hijo, y cree en Él, tenga vida eterna". Y en Juan 11:25 y 26 leemos que es Él quien nos dice: "El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá " y "todo aquel que vive y cree en mí, no morirá jamás". Ese mismo Jesús penetró también la tumba, pero esta no pudo encerrarlo, sino que resucito para dar esa misma vida a los que en Él creen. Por esa razón, los que creen en Cristo pueden, efectivamente contemplar la muerte con calma; para ellos sí, la muerte es pasar a una gloria indescriptible.

En cuanto a aquellos que rechazan al Cristo de Dios, la Biblia no da consuelo alguno. Nos habla de una condición eterna en la cual son rechazados por el que siempre rechazaron. Esto es de suprema importancia para seres que, como nosotros, estamos a cada momento frente a la muerte: todo depende de si creemos o no en el Señor Jesucristo como Señor y Salvador. Es por eso que la iglesia predica este mensaje y hace llegar esta noticia a cuantos sea posible. La Biblia dice "Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo, tú y tu casa" (Hech.4:12). Así que, si no se cree en Cristo, mejor es no decir palabras como estas en el servicio fúnebre porque no son aplicables. Hay muchos que sienten la necesidad de enmendar su triste situación con respecto a la eternidad, pero temen hacerlo porque seres que amaban han llegado ya a esa eternidad sin haber confesado a Cristo como su Señor. Es comprensible su dilema profundo. Pero la Biblia nos hace ver una cosa con toda claridad: nadie debe permitir que ese problema, o cualquier otro, se interponga entre él y su aceptación de Cristo como su Salvador. Jesús dijo: "El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a hijo o a hija más que a mí, no es digno de mí". Estas palabras están dirigidas también a ti en este día querido lector. No debes permitir que nada ni nadie se oponga a tu encuentro con Cristo, porque de ello depende toda una eternidad.

¿Has estado confuso por el consuelo que los hombres y mujeres tan fácilmente se extienden unos a otros? Recordemos que la Biblia no está de acuerdo con ese consuelo. El mensaje divino es inequívoco: hay consuelo, magnífico, seguro, estupendo para los que creen en el Señor Jesucristo. Para los creyentes está la vívida promesa de una futura resurrección porque Cristo les dice: "YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA; EL QUE EN MÍ CREE, AUNQUE ESTÉ MUERTO, VIVIRÁ".

¿Qué consuelo tienes para el día de la muerte?

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La Hora de la Reforma