jueves, 18 de octubre de 2012

EL TESTIMONIO DEL CREYENTE

"…santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo aquel que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros." (1 Pedro 3:15)

La iglesia primitiva era una iglesia que daba testimonio. Siguiendo el mandato de Jesucristo, que dijo: "Me seréis testigos", los cristianos de los primeros siglos llevaron el Evangelio a todos los confines del mundo antiguo. Hoy día necesitamos testificar, pero para ello hay que aprender del apóstol Pedro cómo hacerlo. Hay dos extremos que debemos evitar. El uno es asustar y ofender a quienes hablamos por primera vez del Evangelio. El otro extremo es no hacer esfuerzo alguno para testificar. Hay personas que pueden pasar toda la vida sin hablar a alguien de Cristo. Para aprender, como creyentes, la forma en que debemos testificar es necesario examinar las Escrituras. La carta del apóstol Pedro es muy instructiva en cuanto a este asunto. Hay, según el apóstol, dos maneras de testificar para Cristo.

La primera es el testimonio de la vida y carácter cristianos. El apóstol habla de los deberes de los siervos para con sus amos, de las esposas para con sus maridos, y viceversa, y de los creyentes frente a las críticas injustas de sus vecinos. En el segundo y tercer capítulos de su primera carta, los criados han de obedecer a sus amos, las mujeres a sus maridos, y estos deben tratar a sus esposas sabiamente para que el hogar no se divida espiritual y materialmente. Aun aquellos que son injuriados y maldecidos deben devolver bendición por maldición. Finalmente, el apóstol exclama: "Santificad a Dios el Señor en vuestros corazones", y este es el secreto del verdadero testimonio. Examinemos más de cerca este testimonio de conducta.

Notemos que a veces es la única clase de testimonio que podemos dar. La esposa cuyo marido se burla constantemente del Evangelio solo logrará irritarlo si le repite una y otra vez las mismas exhortaciones. Sin embargo, si cuida amorosamente a los hijos y al hogar y es esposa amante y fiel en todo, la paciencia, bondad y amor de Cristo que desbordan su corazón, serán un testimonio mucho más evidente para aquel esposo que centenares de palabras. En muchos casos acabarán trayéndolos a los pies de Cristo Jesús.

El testimonio de la conducta y carácter es también muy efectivo. El apóstol dice: "Manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación" (1 Pedro 2:12). Es frecuente oír que el testimonio y conducta de un cristiano ha llevado a su vecino al conocimiento del Evangelio. Un conocido proverbio dice: "Obras son amores, y no buenas razones." Una sola acción desgraciada destruirá fácilmente miles de palabras. Vigilemos, pues, nuestras obras y acciones.

El testimonio de nuestra conducta es también un testimonio necesario. Los que confiesan a Jesucristo deben manifestar que han sido transformados por Él. Una de las grandes debilidades del evangelismo en nuestros días es precisamente que nuestras obras no siempre coordinan con nuestras palabras. Un filósofo del siglo XIX argumentaba que si los creyentes quieren que la gente crea en el redentor, deberán presentar más evidencia de que sus vidas han sido realmente redimidas. Lo que necesitamos hoy son creyentes que estén dispuestos a vivir, sufrir, sacrificarse y amar por amor a Jesús.

Asimismo, notemos que el testimonio de vida y conducta del cristiano nunca debe ir solo. Aun cuando el apóstol pone énfasis en la necesidad de un testimonio de conducta, no nos enseña que podemos ganar al mundo simplemente con hacer bien y ayudar a otros. Jesucristo nos exhortó a ser humanitarios y dar un vaso de agua al que tiene sed, pero añadió también: "EN MI NOMBRE." La conducta debe siempre ser interpretada por la Palabra de Dios. La vida y acción deben ser explicadas a raíz de nuestra fe cristiana y de la Palabra Santa.

Esto nos lleva al segundo modo de testificar, que es mediante la palabra. El apóstol nos exhorta a dar razón de nuestra fe a aquel que nos pregunta.

En primer lugar, debemos tener la aptitud para hablar de Cristo. Hay que estar listos siempre. No es necesario un doctorado en sagrada teología para estar listo. Pero sí debemos conocer las verdades fundamentales de la fe cristiana y hablar de nuestra experiencia con Cristo de forma clara y sincera. Si la mayoría de los apóstoles, que eran hombres ignorantes en cuanto al saber del mundo, podían testificar, no hay duda de que nosotros también podemos hacerlo.

Debemos testificar cuando alguien nos pide razón de nuestra fe. Esto no significa que debemos callar siempre hasta que seamos interrogados. Hay también que saber tomar la iniciativa, pero aun el mismo apóstol Pablo habla con frecuencia de puertas que le han sido abiertas para predicar el Evangelio. Esto nos enseña que nuestro testimonio será de mayor eficacia cuanto más interés tenga la persona con quien hablamos. Si hacemos una referencia casual a un amigo acerca de Cristo y notamos que se ha despertado un interés en su corazón, debemos aprovechar inmediatamente esta oportunidad que Dios nos concede.

Notemos aquí que en muchos casos será nuestra propia conducta la que dará lugar a tal oportunidad. El apóstol dice: "Estad siempre preparados… ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros" (1 Pedro 3:15). Es, pues, la actitud que el cristiano adopta en relación a esta esperanza, lo que atrae la curiosidad del no creyente. Esto es de importancia capital al dar testimonio de nuestra fe. La conducta de tal cristiano en situaciones adversas provoca una pregunta de orden espiritual en el corazón de un no creyente. Esta oportunidad es preciosa para testificar del poder salvador y la gracia de Dios en Cristo Jesús.

¿Cuál debe ser en tal caso nuestro testimonio? Muy sencillo. Debemos explicar nuestra conducta y comportamiento, no como fruto propio, sino como fruto de nuestra comunión con Cristo y debido a su fortaleza y su poder que mora en nosotros. Jesucristo es nuestra vida, esperanza y paz. Este es el mensaje que el mundo necesita hoy más que nunca. Si tienes a Cristo en tu corazón, comparte su presencia con otros. El apóstol Pedro nos enseña cómo debemos hacerlo. Testifiquemos, y Dios nos utilizará más. Testifiquemos con nuestra vida, nuestra conducta y con nuestras palabras. Este es el verdadero testimonio. Amén.


Palabras de Esperanza-Reforma viva