lunes, 23 de abril de 2012

LOS NIÑOS DE HOY

De los muchos millones de habitantes que tiene este mundo, todos ellos fueron niños (aunque muchos lo son todavía). ¿Acaso hemos estimado el valor, la importancia, el potencial de los niños de este siglo XXI? Si este mundo continúa en marcha, esos niños que ahora ambulan por las calles serán presidentes, primeros ministros, secretarios de agricultura, profesores de ciencias, padres, madres y conductores de masas. Ahora que ya está por finalizar el mes de abril que se le ha llamado "El mes del niño" es muy bueno fijar la atención sobre los niños y niñas por varias razones.

En primer lugar, allí está la historia que conmueve y estremece con frecuencia.

No solo emanan de ella brillantes luces y dulcísimos recuerdos y grandes lecciones, sino que también surgen páginas de tragedia por las que uno se apena de formar parte del género humano. Esta cuestión de los niños es una de estas tragedias. Hay quienes no se imaginan los capítulos vergonzosos que se han escrito en los anales de los niños. En algunas partes del mundo, solo se aceptaron los bebes del sexo masculino, ya que el resto era arrojado a las corrientes torrentosas de un río. En otras culturas se entregaban a los hijos a las deidades y dioses ofendidos a quienes había que apaciguar. Pero no siempre fueron cosas de carácter religioso o ritual, sino que la brutalidad misma del ser humano se ponía frecuentemente de manifiesto. Hasta el siglo dieciocho no había casi en ninguna parte ley alguna que protegiese los derechos de los niños. En general, los niños eran considerados como propiedad de los padres quienes podían disponer de ellos a su entero gusto y capricho. Podían los padres dejarlos morir por cualquier enfermedad o podían hasta ofrecérselo a alguna otra persona que tuviese interés en ellos. A los seis y siete años de vida se consideraba que los niños habían llegado a "la edad de la razón" lo cual significaba que eran adultos en miniatura y por ende sujetos al peso total de todas las leyes y costumbres vigentes para los demás. Así es que hubo varios casos de niños de siete u ocho años que fueron ahorcados públicamente por haber cometido homicidio o por haber sido culpados de brujerías.

También hay que considerar la situación de los niños de hoy.

El cuadro no es tanto mejor, desde ciertos puntos de vista. Dijo un joven recientemente: "Tengo un empleo excelente, tengo éxito en la vida y quiero cometer suicidio. La vida no tiene significado". ¿Por qué dice un joven semejante cosa y hace tan seria observación? No cabe duda que una gran parte de esa actitud brota de una niñez absolutamente desgraciada e hiriente y deshumanizante. Las condiciones de la niñez moderna se ven complicadas por las realidades tan propias del mundo revuelto en que vivimos. Una de las desdichas más grandes de los niños de hoy son los hogares donde solo se observan disputas y discordias que no parecen tener solución. Este tipo de hogar está en constante aumento en el mundo actual y produce muchísimas víctimas entre el niño de hoy. Pensemos en los miles de casos donde falta completamente ese sentido de responsabilidad que es el marco indispensable de un hogar feliz; hay padres y madres por todas partes que han perdido ese sentido de responsabilidad y quienes poco o nada se interesan en aquellas criaturitas que Dios ha puesto en su sendero. Hay los matrimonios separados, también en número cada día mayor; parejas que han traído al mundo hijos e hijas pero que ahora se han separado en vez de sentirse obligados, sino por otra causa, por lo menos por causa de esos hijos que produjeron. Pero no, ellos se han separado…y los que sufren son los niños –los niños de hoy.

Tal vez nosotros conocemos otro niño o niña que también sufre aunque no lo veamos en lágrimas. Se trata de los miles y miles de niños y niñas que han sido traídos al mundo ilegítimamente. Sabemos que cada día hay más y más niñas y niños en esta lamentable categoría; estos son niños que deben superar los gigantes obstáculos de una vida mal empezada para poder triunfar en la vida que aun los espera. Mucho se ha hecho ya que ciertamente puede beneficiar al niño de hoy. Recordemos que en Inglaterra, por ejemplo, con todo lo progresista y avanzada que era, fue en el año 1802 que se publicaron las primeras leyes de protección de los niños; según estas leyes no se les permitía una jornada de trabajo de más de doce horas, no se los podía hacer trabajar durante las horas de la noche, y era necesario darles por lo menos ciertos elementos de instrucción primaria. El Primer Congreso Internacional del Niño se llevó a cabo en París en el año 1883. Fue en el año 1916 que se realizó el Primer Congreso Panamericano del Niño en Buenos Aires Argentina y que resultó años más tarde en la formación del Instituto Infantil Interamericano; esto fue en el año 1948 bajo los auspicios de las Naciones Unidas; es en la lista de derechos que esta organización ha aprobado que se encuentren estas palabras: "TODOS LOS NIÑOS, LEGÍTIMOS O NATURALES, SON MERECEDORES DE LA MISMA PROTECCIÓN SOCIAL".

Hoy en día, cada país cuida a sus niños y la sociedad ha salido en su defensa, aunque aún hay abusos y actos vergonzosos, pobres niños mutilados, algunos explotados y miles que no saben qué les espera en la vida. No es de sorprenderse que se hayan hecho grandes cosas en pro del niño porque Dios el Creador tiene muy especial interés en él. Es quizá por esta razón que casi todos los movimientos que han impulsado la causa de los niños han nacido en terrenos religiosos.

La Palabra de Dios despliega un enorme aprecio por los niños y las niñas, los de hoy inclusive.

En el Salmo 8, por ejemplo, se leen estas palabras categóricas: "DE LA BOCA DE LOS NIÑOS Y DE LOS QUE MAMAN, FUNDASTE LA FORTALEZA, A CAUSA DE TUS ENEMIGOS". Estos son los niños, esas tiernísimas almas que apenas han aprendido a caminar, corazones que no han sentido aun la influencia venenosa de una humanidad sepultada en cinismo. Es de la boca de los tales, dice la Palabra de Dios, de donde pueden oírse las verdades fundamentales de su vasta creación; es en los niños donde se ven más claramente reflejadas las cosas que de verdad tienen importancia; es por intermedio de los niños que la humanidad puede aprender las importantes lecciones que debe aprender si ha de sobrevivir estos peligrosísimos tiempos en que vive. La lucha de la verdad contra la mentira no es fácil. Tan es así que el Salmo 8 menciona específicamente que es de esas voces infantiles, de esa mentalidad de niño, que sale la fortaleza que ha de vencer al enemigo. ¡Hay un enemigo ciertamente! ¡Rodea al hombre y la mujer con sus fauces abiertas, dispuesto a tragárselo a la menor oportunidad! ¡El niño de hoy es fuente de esperanza en esta clase de mundo! ¿Por qué? ¿Qué puede aprenderse del niño de hoy? ¿Hay acaso en la niña o niño de hoy? Es del niño que el hombre y la mujer pueden aprender la lección más difícil de su vida; tan difícil es la lección que el hombre o la mujer tiene que hacerse como un niño para poder aprenderla.

Hay millones que ni siquiera se han dado cuenta del problema que vive la humanidad; que no saben por qué hay dificultades y por qué se abusa de los niños, y por qué sienten ansiedad, y por qué están intranquilos. La realidad es que estos miles y millones de personas junto con toda la humanidad hemos pecado contra Dios. Este pecado ha causado estragos en todos, ha manchado completamente la vida humana y ha puesto en serio peligro la eternidad del ser humano. Pero la cosa no es totalmente desesperante, hay un rayo de esperanza que llega refulgente a los más apartados rincones de la tierra. Es esto: EN LA PLENITUD DEL TIEMPO DIOS MISMO ENVIÓ A SU HIJO UNIGÉNITO AL MUNDO, UN NIÑITO INDEFENSO, PARA QUE FUESE SALVADOR DEL HOMBRE. Y Cristo cumplió con su cometido: vivió en este mundo, creció y aprendió, caminó y enseñó la verdad, luego fue traicionado y colgado en una cruz y sepultado, pero al tercer día resucito de entre los muertos. Lo curioso es esto: para ser salvos, tenemos que creer en este Jesucristo y eso no es cosa fácil. A cierto hombre de importancia le dijo una vez Jesucristo: "DE CIERTO, DE CIERTO TE DIGO, QUE EL QUE NO NACIERE DE NUEVO, NO PUEDE VER EL REINO DE DIOS". Y al público en general le dijo: "DE CIERTO OS DIGO, QUE SI NO OS VOLVEIS Y OS HACEIS COMO NIÑOS, NO ENTRARÉIS EN EL REINO DE LOS CIELOS".



La Hora de la Reforma-Reforma Viva

viernes, 13 de abril de 2012

EL VIVO QUE MURIO


"Y hallaron removida la piedra del sepulcro; y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús" Lucas 24:2,3.

Todos los vivos mueren. Millones y millones que vivieron en épocas pasadas han pasado a la muerte. Los miles de millones que hoy viven sobre la superficie de la tierra morirán también. Cada momento que pasa mientras escribimos estas palabras hay vivos que mueren. Y quedan muertos. Esto fue una de las muchas cosas excepcionales de Jesucristo, el Hijo de Dios. Murió; tan muerto como el mejor; tan es así que unos soldados recibieron orden específica de ir a cerciorarse de que Jesús había muerto, en efecto. Jesús murió tan muerto como su tío difunto o sus bisabuelos. Pero Jesús resucitó, se levantó de la tumba, salió caminando de su sepulcro; es el vivo que murió; vivo porque Jesús vive para siempre, pero vivo después de morir; no como nosotros que vivimos primero para morir luego. El vivo que murió.

Este concepto de resucitar es muy cristiano. Sabemos que hay religiones en el mundo y todas tienen sus héroes y sus santos y sus grandes figuras, pero ninguna tiene esta idea de resucitar. Esto es exclusividad del cristianismo. Con esta doctrina y este hecho se hace o se deshace la fe cristiana. Imaginémonos que Jesús hubiese sido un muerto más; que se hubiese quedado en la tumba. ¿Habría hoy día una iglesia cristiana, una ética cristiana, una civilización cristiana, una filosofía cristiana? Aquellos discípulos se hubiesen entristecido unos días, se hubieran desengañado más luego y, con el pasar de unos años, se hubieran dado a nuevas causas y nuevos ideales. Las mujeres que descubrieron su sepulcro vacío cuando fueron a embalsamar sus restos mortales ¿conoceríamos hoy sus nombres y parentescos? ¡Por supuesto que no! Como dice un escritor "la tumba vacía fue la cuna de la iglesia". Todo el edificio de la fe cristiana y la cultura que ha impuesto sobre el mundo se basan sobre el estupendo hecho de la resurrección de Jesucristo. No habría lo que hay.

Habrá quizá quienes pongan en duda este hecho como ponen en duda muchos otros. Afirman que no puede ser porque es científicamente imposible, que es cuento de gente explotadora para mantener a las masas en cautiverio sicológico y muchas otras razones que pueden inventarse sin gran esfuerzo. Desde el primer momento hubo oposición feroz contra este hecho singular. El mismo día que ocurrió se hizo una componenda relacionada con este asunto. A las autoridades oficiales del momento no les convenía eso de que Jesús hubiese resucitado. Los soldados que estaban de guardia dieron su testimonio al respecto, pero los funcionarios dieron dinero y órdenes de decir que todo era un cuento; que la tumba estaba vacía por cierto, pero que el cuerpo no había salido de allí caminando sino que los discípulos de Jesús habían venido y robado ese cuerpo. ¡Las mentiras que se siembran por el mundo por un poco de dinero! Pero no bastó el testimonio de aquellos soldados mentirosos. Se supo la verdad, quedó establecida, hubo ojos humanos que vieron a este Jesús resucitado, escribieron sobre ello y comenzaron a proclamarlo por el mundo entero. Hoy en día no cabe duda en círculos respetables que Jesús resucitó y que es el vivo que murió.

La resurrección de Jesucristo es de singular significado porque demuestra que Jesús venció el monstruo de la muerte. No hay enemigo más mortal que la misma muerte; se traga a todo ser humano. Hay quienes escapan sus susurros hasta la edad de ochenta o noventa o cien años pero al fin son derribados por el peso inexorable de la muerte. Mueren y los entierran y quedan en sus tumbas. Si alguien resucitase no alcanzarían los medios de comunicación popular para satisfacer la curiosidad humana. Los vivos mueren y quedan muertos. Pero Cristo resucitó. Uno se pregunta cómo es tal cosa posible y la respuesta es que no es posible. No hay quien pueda levantarse de los muertos y volver a vivir. Solo Cristo lo hizo. Cristo es el vivo que murió. ¿Por qué se levantó Jesús de entre los muerto? Simplemente porque su tarea había sido cumplida, su misión se había realizado. Jesucristo vino a luchar contra el pecado humano y todas sus horribles consecuencias. La culpa del pecado humano es enorme; la ira de Dios contra esa desobediencia humana es inmensurable. El resultado concreto de esa culpa es la muerte. Fue por eso que Jesús murió. Una vez muerto, sin embargo, ha pagado la deuda pendiente. Su obra realizada a entera satisfacción, le permite ahora salir de esa tumba tenebrosa y volver a la vida. Se hizo acreedor al más resonante éxito que fuese posible obtener. Se hizo dueño y Señor de la vida.

Hay más. Hay millones en este mundo que confiesan su fe en el Cristo resucitado. Leer el Nuevo Testamento es darnos cuenta del acento que esa resurrección recibe. Fue el tema fundamental de todos los discursos que se citan en el libro de los Hechos de los Apóstoles. El apóstol Pablo se gloriaba en el Cristo resucitado. ¿Por qué se menciona con tantísima frecuencia un suceso tan excepcional? Es que el hombre necesita un Salvador viviente. Observando en nuestro derredor ¿qué ven nuestros ojos? Muchísima gente ha hecho ídolos de seres muertos, muertos que están muertos todavía y estarán hasta el gran día de los días. Tienen esperanzas cifradas en seres de la mejor calidad pero muertos. Los grandes próceres viven en estatuas y en libros de texto y en el pensamiento de sus compatriotas pero están muertos y bien sepultados. No pueden hacer absolutamente nada por sus amigos, conciudadanos, compatriotas, los pobres y oprimidos. ¡Están muertos y aunque los honremos con todo el ser, nada pueden hacer por nosotros! Pero no es así con Jesucristo. Al resucitar de entre los muertos se ha constituido en el gran Salvador de los hombres: ¡Vencedor contra la muerte, victorioso en su empresa y vive para siempre! ¡Ese fue el Salvador que la iglesia presentó y que la humanidad necesitaba! EL VIVO QUE MURIO.

¿Cómo es tu Cristo? ¿Muerto o vivo? Esta pregunta es crucial porque hay evidencia de mucho cristo muerto por ese mundo de Dios. Un cristo que despierta compasión por su tristísima figura; un cristo que se ve limitado a cajones y crucifijos, y cruces a la orilla del camino; un cristo impotente, muerto e inofensivo porque está siempre crucificado. ¿Cómo es tu Cristo? El de las Escrituras es un Cristo vibrante y vigoroso; un Cristo que demanda adhesión y actividad; un Cristo que llora al ver las multitudes como ovejas sin pastor; un Cristo que tiene las riendas del universo en su mano regidora; un Cristo que envía sus mensajeros a lo largo de la tierra anunciando las buenas nuevas; un Cristo que un día creará una nueva tierra en la que reinarán para siempre la justicia y la paz.

¿Cómo es tu Cristo? Todo el mundo sabe que hay problemas donde quiera que se mire. Cierto y muy cierto, que este Jesucristo no ha purgado las naciones del mundo y renovado las masas, y condenado los malos y rescatado a los buenos. Todo eso es muy cierto. Pero, ¿de quién es la culpa de tales condiciones? ¿Qué acaso, no somos nosotros mismos parte de la respuesta? ¿No es el hombre injusto, explotador, temeroso, engañador y mil cosas más, pocas de ellas halagadoras? Pese a ello, Dios ama de tal manera que envió a Su Hijo al mundo para que todo aquel que en el cree no se pierda mas tenga vida eterna.

Jesús vino a curar al hombre de su mal y hay miles y millones en el mundo que pueden decirles cuán curados están por la mano poderosa del vivo que murió. ¡Jesús vive y actúa en la historia, pero actúa preferentemente en la vida tranquila de un hombre o mujer que sienta el peso de su culpa en su pecho! Cristo libra a ese hombre o mujer de ese peso y los hace nuevas criaturas de modo que puedan empezar a limpiar el mundo en que viven y a hacer lo que Dios quiere que hagan. ¿Cómo es tu cristo? ¿Te ha librado del peso de tu culpa?

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La Hora de la Reforma-Reforma Viva.

martes, 10 de abril de 2012

LA NATURALEZA DE NUESTRA RESURRECCION

1 Corintios 15:20-45
 
El concepto de que una persona está compuesta por partes no es aceptado por la teología de Pablo. Dado que la persona es un ser integral y dado que vivimos en la esperanza de una resurrección integral, ¿cómo debe este pensamiento influir en nuestra vida aquí en la tierra? ¿Cómo afecta el concepto generalizado de la muerte la verdad de una resurrección corpórea? ¿Qué dice Pablo acerca de una manera cómo podemos estar seguros de la resurrección y de un cuerpo glorificado?

En el pasaje bíblico Pablo afirma el hecho indisputable: ¡CRISTO RESUSCITO! Jesús es, por tanto, el primero de una multitud innumerable de personas que resucitarán de los muertos. Pablo señaló el contraste entre Adán y Cristo. "En Adán todos mueren", la humanidad está sujeta a la muerte. "En Cristo todos serán vivificados", su resurrección es la garantía de la resurrección de la humanidad. En los versículos 35-45 el apóstol apela a la naturaleza para mostrar lo razonable de la esperanza que tenemos de una transformación que debe acompañar nuestra resurrección por medio de nuestro Señor Jesucristo.

I. La certeza de la resurrección de Cristo, 1 Corintios 15:20 al 22.

Estos tres versículos son una conclusión de los versos anteriores. Los versículos 3 y 4 contienen un resumen del Evangelio: la muerte de Jesucristo por nuestros pecados, su sepultura y su resurrección al tercer día. En los versos 5 al 10 Pablo menciona algunas pruebas de la resurrección al expresar "Apareció a quinientos hermanos…" y en los versículos 11 al 19 contesta a los que dicen que "no hay resurrección de los muertos" diciéndoles que toda su religión es falsa. Pero en seguida reafirma la resurrección de Jesús. "Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos" (v.20). Pablo sabía que Cristo había resucitado; lo había visto (v.8). Quizá no hay otro hecho histórico mejor establecido que la resurrección de Jesucristo. Al no aceptar como hecho la resurrección de Cristo el sistema doctrinal del cristianismo cae, como Pablo ha explicado; al aceptar esta doctrina, las demás doctrinas cristianas son razonables. "Primicias de los que durmieron es hecho"; primicias era un término que todo judío entendía. Tenían una fiesta anual cuando traían al sacerdote una gavilla por primicia de los primeros frutos de su siega (Levítico 23:10). Así como esta primera gavilla representa la cosecha completa, la resurrección de Jesús es garantía de la resurrección de todos los que han muerto en El. "Porque por cuanto la muerte entró por un hombre" (v21). La muerte entró por Adán, quien desobedeció a Dios en el huerto de Edén. "También por un hombre la resurrección de los muertos"; claro es que este "un hombre" fue Jesucristo. Cuando Jesús venció la muerte, abrió una puerta por la cual todo hombre puede tener la esperanza de la resurrección. "Porque así como en Adán todos mueren" (v22). Es un hecho innegable que todo ser humano nacido de mujer, menos Jesucristo que es Dios-hombre, ha dado evidencia de la depravación; y los hombres han muerto, excepto aquellos que el Señor llevó al cielo de una manera especial (Enoc y Elías). "También en Cristo todos serán vivificados", El levantará a la vida toda la familia humana, pero aquí el apóstol tiene ante la vista especialmente la resurrección de los justos.

II. La certeza de la resurrección del cuerpo del hombre, 1 Corintios 15:35-45.

V.35 "Pero dirán algunos: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán?"; Después de probar el hecho de la resurrección, Pablo procura contestar la pregunta en cuanto al cómo de la resurrección. Trata, bajo la inspiración divina, usar palabras y pensamientos finitos e ilustraciones de la naturaleza para expresar ideas y conceptos infinitos acerca de la resurrección.
"Necio"; las palabras "dirá alguno" en el v.35 indican que Pablo no se dirige a alguna persona en particular. Dice, en efecto, que el necio no es quien cree en la resurrección, sino el que no cree en ella. He aquí el argumento: "Lo que tú siembras no se vivifica, si no muere antes"; la maravilla de la resurrección se demuestra miles de veces cada día en la siembra y la siega. La semilla que se planta tiene que morir para vivificarse y dar su fruto. "Lo que siembras no es el cuerpo que ha de salir, sino el grano desnudo" (v37). Pablo llevó al interrogador al reino de la naturaleza usando la ilustración del grano desnudo que se siembra, que muere, y que no obstante vuelve a salir. Este grano desnudo que sale a la vida otra vez, no sale con el cuerpo con el que fue sepultado en la tierra, sino con un nuevo cuerpo. "Pero Dios le da al cuerpo como El quiso, y a cada semilla su propio cuerpo" (v.38). Las semillas de trigo, por ejemplo, parecen ser iguales y, cuando están sembradas y brotan, las plantas que resultan son muy semejantes, pero no exactamente iguales en tamaño, la cantidad de grano que producen, etc. ¿Por qué? Porque Dios tiene dominio sobre la naturaleza y da el cuerpo a cada semilla como El quiere. Asimismo, por la soberana gracia de Dios, el cuerpo del creyente en la resurrección será lo que Dios quiere.

III. Lo razonable de la transformación en la resurrección

En los versículos 39 al 41, con los ejemplos de (1) las diferentes clases de carne, (2) los cuerpos en el cielo y en la tierra y, (3) los cuerpos celestiales (el sol, la luna, las estrellas), el apóstol trata de hacer razonable el cambio que se efectúa en el cuerpo humano en la resurrección. "No toda carne es la misma carne" (v39); hay muchos que no pueden ver la diferencia corpórea entre animales: para ellos todos son una masa grosera de carne y sangre. Pero hay gran diferencia. El cuerpo del hombre, de la bestia, de los peces, y de las aves es, en cada caso, lo que demanda su ambiente y sus funciones. El más intrincado y desarrollado de todos los cuerpos es el del hombre. "Y hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales" (v40); puesto que Pablo se refiere en el verso 41 al sol, la luna y las estrellas, es probable que "cuerpos celestiales" no se refiere a aquellos. Es más probable que el contraste está entre el cuerpo que el hombre tiene en esta vida y el cuerpo de los ángeles, o quizás entre el cuerpo que tenemos ahora y el que tendremos después de la resurrección. La inferencia es que el cuerpo celestial es más glorioso que el cuerpo terrenal; en una palabra, es superior al cuerpo terrenal. Esta diferencia en gloria se ilustra comparando los cuerpos luminosos que Dios ha puesto en el cielo. El sol emite más luz a la tierra que la luna, y la tierra recibe más luz de estos dos cuerpos que el que recibe de las estrellas. Aun entre las estrellas hay diferencia en gloria. Algunas son más grandes y emiten más luz que otras. "Así también es la resurrección de los muerto" (v42); en los versos anteriores el apóstol ha tratado la importancia de la resurrección para el creyente. Ha declarado que los creyentes serán levantados de la muerte por el poder de Cristo, e introduce la cuestión de la naturaleza del cuerpo que tendrán los resucitados. La conexión es como sigue: como hemos visto una gran variedad de formas arriba y abajo, hay abundante lugar para modificaciones de todas clases en el cuerpo humano; y el sacar, de la condición mortal del cuerpo humano, la conclusión de que no puede éste sufrir transformación ninguna, no deja de indicar gran estrechez de juicio. "Se siembra en corrupción" se refiere al estado del cuerpo una vez sepultado en la tierra. "Resucitará en incorrupción"; habiéndose cambiado por completo, no poseyendo ya ni un vestigio de corrupción. V.43 "Se siembra en deshonra"; haciendo el apóstol referencia de nuevo al cuerpo muerto. "Resucitará en gloria"; lo opuesto a la deshonra, habiéndose operado un cambio radical en el mismo cuerpo que se sepultó. "Se siembra en debilidad"; la flaqueza de la carne que no pudo resistir a la muerte. "Resucitará en poder"; la potencia de una vida nueva, eterna, espiritual, impartida por Dios mismo; nunca sufrirá más pena, ni enfermedad, ni muerte. V.44 "Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual"; es cierto que el cuerpo es animal; pero el hombre es espíritu, alma y cuerpo (1 Tes.5:23). El cuerpo que Dios da al resucitado es cuerpo espiritual y no carnal que se corrompe. "Hay cuerpo animal y hay cuerpo espiritual"; si hay cuerpo animal, lo hay también espiritual. V.45 "Así también está escrito: fue hecho el primer hombre Adán alma viviente"; esto es, fue dotado de un alma animal, el principio viviente de su cuerpo. "El postrer Adán, espíritu vivificante"; Cristo es el postrer Adán, el cual en efecto se manifestó como espíritu viviente después de su resurrección. El primer Adán tiene vida; el postrer Adán comunica vida. "Porque como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida" (Juan 5:21).

Resumen:

Resumiendo en palabras de G. Campbell Morgan, diremos que el apóstol enseña que en la resurrección habrá continuidad de personalidad, pero cambio de cuerpo; esta verdad está ilustrada de manera admirable en los relatos de los Evangelios que se refieren a Jesús durante los cuarenta días que siguieron a su resurrección. Los leemos, y decimos que no podemos entenderlos, y decimos la verdad. Pero si basándonos en nuestra falta de entendimiento rehusáramos creer en los hechos, el apóstol se dirigiría con toda seguridad a nosotros en la misma forma en que se dirigió al interrogador imaginario, llamándonos necios. En este caso también, lo que no conocemos ahora lo conoceremos después; entre tanto, somos llamados a reconocer que el concepto de la resurrección armoniza con las leyes del universo, desde el grano desnudo que arrojamos al surco, hasta los esplendores variados de los espacios estelares.

Aplicación:

La resurrección del cuerpo del creyente, es la suprema manifestación del amor de Dios y de la salvación. La resurrección de Cristo es el fundamento y garantía de nuestra futura resurrección. En Adán trajimos un cuerpo frágil, enfermizo, mortal; pero en Cristo poseeremos un cuerpo glorioso y sin limitaciones. La naturaleza de nuestro cuerpo resucitado, solo puede entenderse como semejante al cuerpo resucitado de Cristo, la Biblia no dice nada más. Todas las imperfecciones físicas que poseían nuestros cuerpos al momento de morir, tales como ceguera, falta de oído o de un brazo o pierna, serán restauradas el día de la resurrección. No habrá circunstancias ni accidentes que causen un mal al cuerpo glorificado de los redimidos por la sangre de Cristo Jesús. Será en el día de la resurrección y al poseer cuerpos con naturaleza distinta que conoceremos al cuerpo y naturaleza del cuerpo resucitado de Jesús. Vivimos en un mundo de dolor, angustia y limitaciones; pero vivimos en la bendita esperanza de ser herederos de un cuerpo que nunca jamás pasará por los horrores de la muerte.

La resurrección de Cristo para no volver a morir, es la verdad más extraordinaria que haya sucedido en toda la historia de la humanidad. La resurrección de Cristo es prueba de que los redimidos resucitarán en alma y cuerpo a una eternidad gloriosa. Por la resurrección corporal de Cristo, el mensaje central del Evangelio es que el hombre es redimido como persona integral. La verdad del Evangelio no es tan solo una alma salvada sino más bien un cuerpo resucitado. El clímax de la salvación es la resurrección del cuerpo, revestido de honra y gloria; semejante al cuerpo físico de Jesús. El cuerpo resucitado será adecuado para la existencia, como una parte del cuerpo de Cristo. El cuerpo resucitado será imperecedero; tendrá gloria, honra, el sello indisoluble de su autor: Dios. El cuerpo resucitado será limitado en tiempo y espacio; tendrá cualidades y capacidades para servir eternamente.

 

 

jueves, 5 de abril de 2012

LA ULTIMA CENA

La última cena fue también la primera. Ultima porque era broche final de un período en los actos de Dios, pero primera de una larguísima serie que aun se mantiene, se extiende y se extenderá hasta otro asombroso evento cuando el Hijo de Dios regrese en las nubes del cielo. Leonardo Da Vinci capturó en la tela el momento crucial de la última cena y su pintura inimitable puede hoy verse en mil formas distintas. El ministerio de Jesucristo había llegado casi al fin de sus difíciles jornadas. Se acerca la fecha de la Pascua, celebración extremadamente solemne y repleta de significado histórico. Había sido utilizada por siglos y siglos como conmemoración de un suceso inolvidable de la historia del pueblo de Dios. Luego de generaciones de esclavitud despiadada en las minas, desiertos y ciudades egipcias, el pueblo de Dios es liberado totalmente. La última noche ocurrió algo desastroso para Egipto porque murieron todos los primogénitos de la tierra, excepto en las familias que habían pintado el dintel de sus puertas con la sangre de un cordero, perfecto, sin mácula ni mancha. Solo la sangre del cordero en el dintel de la puerta salvó a los miembros del pueblo de Dios. Desde aquel momento, la Pascua se había celebrado anualmente. Jesús y sus discípulos desean celebrar la Pascua pero ¿Dónde? El Maestro ruega a dos discípulos que se acerquen a la ciudad y que pregunten por un aposento alto, preparado de antemano para esa celebración pascual. El Evangelio de Lucas nos dice: "Y cuando era la hora, se sentó a la mesa, y con él los apóstoles" (Luc.22:14).

Un tiempo atrás, Jesucristo había confiscado prácticamente un borriquito para entrar triunfalmente en la santa ciudad. Reclamó así sus derechos de Rey soberano sobre toda la creación, pues, si necesita un asno, envía a sus siervos que lo tomen de donde esté. Pero en su última cena, no es el Rey soberano quien participa sino el humilde Hijo de Dios que ha venido para salvar lo que se había perdido. Desea, anhela ardientemente celebrar la fiesta de la Pascua, pero no tiene ni donde reclinar su cabeza; siente necesidad de mendigar para que le faciliten el lugar donde poder celebrar esta última cena junto a sus amados discípulos. ¡Qué humildad del humilde siervo de Dios y redentor de la humanidad! ¡Hijo de Dios, Señor de cielo y tierra, qué humillación fue la tuya para poder cumplir tu misión redentora!

Dispuesto está el Señor Jesús con sus discípulos a comer el cordero de la Pascua. Ese cordero que simbolizaba la salvación de los antiguos israelitas. Pero esta es la última cena, ya no habrá necesidad de cordero en el futuro porque Cristo será y es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. En aquella última cena se mezclaron inconfundiblemente el Antiguo Testamento y el Nuevo, el cordero de la Pascua antigua y el Cordero de Dios. La última cena dio lugar a la primera cena cristiana. Imaginemos lo que habrá pensado el Salvador al tomar de aquel cordero de la Pascua. Esa carne lo representaba a El, al que daría su vida en rescate por muchos. El era el cordero perfecto, sin mácula ni mancha, que requerían las leyes de Dios. La carne del cordero pascual habrá quemado su paladar y ensuciado su lengua al comerla. Tomó y comió de aquel plato pletórico de historia y de significado espiritual. La última cena porque aquella misma noche, el singular Jesucristo instituyó una nueva cena para su pueblo de todas las generaciones futuras.

Dice la Escritura que Jesucristo tomó la copa, dio gracias y dijo a sus discípulos: Tomad esto y repartidlo entre vosotros, esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama. Tomó el pan, dio gracias, y dijo: Esto es mi cuerpo que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. ¿Qué significa todo esto? ¿Simbolismo? ¿Ritos y ceremonias puramente formales? ¿Qué es esto de pan que es cuerpo de Cristo y vino que es su sangre? Podemos ver en aquella última cena que dio paso a la primera la estrecha relación que existe entre el Antiguo y Nuevo Testamento. Hay quienes arbitrariamente dividen una parte de la Palabra de Dios de la otra, la separan violenta y brutalmente, sin consideración a la angustia que provocan. Creen que el Dios del Antiguo Testamento fue un ogro que solo sentía satisfacción en el sufrimiento y el castigo del ojo por ojo y diente por diente; consideran que el Dios del Nuevo Testamento es el que dice que es amor y quien demostró ese amor tan grande al enviar a su Hijo al mundo. Esto es una aborrecible equivocación porque el Dios del AT es exactamente el mismo hoy y ayer y por los siglos. Podemos verlo en aquella última cena. Jesucristo no puede introducir en la historia su Cena sin antes dar cumplimiento a la cena de la Pascua según las instrucciones del Antiguo Testamento. La nueva cena no puede dar comienzo hasta que se cumplan los requisitos de la antigua, y Cristo obedientemente cumple su misión.

Era un memorial aquella primera cena de la nueva época, el pan y el vino. Un memorial que, dice Cristo, debe continuarse hasta que El vuelva en el día final. ¿Por qué? ¿Por qué mantener una costumbre así y poner en práctica tal ceremonia? Hay varias razones para ello. En primer lugar es un acto de memoria. ¿Creemos acaso que los agudos sufrimientos de Cristo fueron poca cosa? Experimentó la soledad absoluta de los infiernos, sintió conmoverse en sus mismas entrañas; percibió con sus ojos y oídos la degeneración humana. Y luego había de morir cual ignominioso criminal en una cruz y coronada su cabeza con corona de espinas. Todo para poder salvar al hombre de su dilema imposible y traerlo de nuevo a Dios. Era su cuerpo herido y cortado por la lanza, ese cuerpo sufriente, ese cuerpo que cayó al fin inerte, y su sangre inocente vertida en su crucifixión, era eso lo que hizo factible la salvación del hombre. La Santa Cena se instituye para mantener vivísima aquella memoria del gran sacrificio del Cristo. El pan es pan, y el vino, vino, pero simbolizan bella y claramente los sufrimientos del Cristo; comerlos y beberlos dan una idea visible de la viviente relación que existe entre el Cristo resucitado y el que participa de su cena.

Hay varias relaciones valiosas en aquella cena que pasó a ocupar el lugar de la última cena. Era, en primer lugar, demostración cabal de la total obediencia a Dios el Padre, al ordenar que se hiciese aquella cena "en memoria de El", Jesucristo admite su condición divina porque ¿cómo han de hacerse tales honores a un mero hombre? El y Dios se identificaron repetidamente en el tiempo en que anduvo por esta tierra, pero en ese momento de la última cena Jesucristo hace girar los honores que se dan a Dios en el Antiguo Testamento hacia sí mismo en el Nuevo.

Hay también en aquella cena instituida por Cristo una relación directa con el mundo. Es como Rey sufriente que se presenta ante el mundo entero. Cierto es que ordenó que se hiciese esto en memoria de El, señal cierta de que se consideraba realeza pura. Pero es una realeza que se demuestra en pan partido y sangre vertida, porque es en esos elementos que hallamos paz, seguridad y salvación eterna. Bien había dicho Jesucristo que su reino no es de este mundo porque no lo es; no tiene ejércitos poderosos, ni briosos corceles, ni cañones de largo alcance, ni bombas de destrucción personal. Lo único que puede ofrecer es un Cristo moribundo, sufriente, cuyo cuerpo y cuya sangre se representan en su Cena Suprema.

Pero aquella cena memorable tiene también mucho que ver con la Iglesia de Cristo. Es, estrictamente hablando, solamente para la Iglesia de Cristo. El creyente puede volver a esta fuente de amor singular y beber a entera satisfacción hasta saciarse y ser libre de todos sus pecados porque aquel Cristo dio, efectivamente, su cuerpo inocente a las furias del pecado y derramó ciertamente su sangre preciosa. Jesucristo al derramar su sangre, quitó para siempre la sangre como elemento de salvación. Ahora es la fe, la fe en El, que dejó que lo castigaran y se derramara su sangre poco después de aquella última cena. ¿Hemos gustado de aquel pan y bebido de aquel vino? Jesús dijo que quien bebe de El, jamás tendrá sed.


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La Hora de la Reforma – Reforma Viva

martes, 3 de abril de 2012

EL TEMOR A LAS CONTROVERSIAS


R. C. Sproul

La teología engendra controversias. De esto no cabe la menor duda. Siempre que se estudie teología, inevitablemente surgirán discusiones a continuación. Todos deseamos mantener relaciones signadas por la paz y la unidad. También comprendemos que la Biblia nos prohíbe el ser contenciosos, el provocar divisiones, el ser discutidores, y el emitir juicios con ligereza. Debemos manifestar el fruto del Espíritu, el cual incluye la benignidad, la mansedumbre, la paciencia y la bondad.

Nuestro razonamiento entonces sigue este curso: si hemos de evitar el tener un espíritu discutidor y mostrar el fruto del Espíritu, entonces debemos evitar el estudio de la teología. Existe axioma generalizado que expresa: "Nunca se debe discutir sobre religión ni política". Este axioma ha sido elevado a un sitial preferencia por la sencilla razón que las discusiones sobre religión o política suelen generar más calor que iluminación.

Estamos cansados de la caza de brujas, de la discusión de cosas menores, de las persecuciones, y hasta de las guerras que han comenzado por controversias teológicas.

Sin embargo, la controversia siempre acompaña al compromiso teológico. John Stott, en un libro titulado Christ the Controversialist2 ("Cristo, el controversial"), afirmó algo que debería resultar obvio a cualquiera que lea la Biblia -la vida de Jesús estuvo envuelta en una tormenta de controversias. Los apóstoles, como antes también le había sucedido a los profetas, no podían pasar un día de sus vidas sin controversias. Pablo dijo que discutía todos los días en el mercado. Eludir la controversia es eludir a Cristo. Podremos tener paz, pero será una paz obsecuente
y carnal mientras la verdad sea pisoteada en las calles.

Hemos sido llamados a evitar las controversias impías, sin Dios. Hemos sido llamados a tener controversias piadosas, con Dios. Un aspecto positivo de las controversias cristianas es que los cristianos tienen la tendencia a discutir entre sí sobre teología porque comprenden que la verdad, especialmente la verdad teológica, tiene consecuencias eternas. Las pasiones afloran porque lo que está en juego es muy valioso.

Las controversias impías surgen con frecuencia no porque los combatientes sepan mucho sobre teología sino porque saben demasiado poco. No disciernen la diferencia entre temas contundentes de disputa y detalles menores que nunca deberían ser motivo de división entre nosotros.

Tenemos otra máxima: "Tener poco conocimiento sobre algo es muy peligroso".El que se detiene a discutir nimiedades es el estudiante de teología inmaduro. Es el teólogo que todavía no terminó su entrenamiento el que rebosa confianza en sí mismo e insensibilidad, y el que es discutidor. Cuánto más uno se adentra en el estudio de la teología, uno más discierne cuáles son aquellos temas negociables y tolerables y cuáles son aquellos temas que demandan toda nuestra fuerza para defenderlos.