martes, 17 de julio de 2012

LOS DEBERES DEL CREYENTE

“Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado”  (1 Pedro 1:13).

La carta del apóstol Pedro tiene secciones que se ocupan de la doctrina y otras que nos enseñan los deberes del creyente. Los deberes son fruto de las bendiciones. Los que poseen esta esperanza viva deben también observar una conducta santa. El apóstol empieza con una exhortación, al decir: "Ceñid los lomos de vuestro entendimiento"; en otras palabras, animaos y afrontad la vida con aquella esperanza, ánimo y determinación que han de caracterizar al cristiano, estando dispuesto siempre a hacer lo que es justo.

Existen hoy día dos tendencias. La una es hacia un misticismo exuberante que casi no se preocupa por los problemas de la vida. La otra es hacia un materialismo exorbitante que no se contenta sino con el mayor lijo y esplendor. Los días en que vivimos son días peligrosos, y no debemos ser ni soñadores ni materialistas. Debemos pensar, vivir sobriamente y con celo, propósito y resolución. Las palabras "Sed sobrios" no se refieren exclusivamente a la cuestión de las bebidas intoxicantes, sino muy especialmente al intoxicamiento de los placeres y riquezas del mundo. El dinero, prestigio, honor y sensualidad intoxican también al ser humano. Hay que hallar siempre un equilibrio en nuestra vida diaria que manifieste la bondad de Dios y su propósito para con los seres humanos. Veamos ahora en particular cuáles son estos deberes.

El primer deber es la santidad. El apóstol dice: "Sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir", y sostiene su afirmación recordando que los creyentes deben ser santos como Dios es santo. Dios nos redimió para que vivamos una vida santa. Notemos la esfera de esta santidad. La santidad a que el apóstol hace referencia no es una mera santidad de ritos y ceremonias, ni tampoco una serie de crisis espirituales. La santidad de la Biblia es una santidad en la vida y conducta. Por esto el apóstol dice: "Sed santos en toda vuestra manera de vivir". La santidad es obediencia absoluta a Dios. Tiene dos aspectos. El primero es negativo y consiste en abandonar todas aquellas prácticas pecaminosas que caracterizaban nuestra vida antes de conocer a Cristo. Los apóstoles no se abstienen de mencionar estos pecados por su nombre y hablan de la fornicación, borracheras, adulterio, así como del robo, los celos, la envidia, avaricia e hipocresía. Todo esto hemos de abandonar. Debemos repudiar y resistir al pecado.

Positivamente, ser santo significa practicar la justicia. Tenemos los diez mandamientos, las enseñanzas de Jesús y las cartas de los apóstoles que nos inclinan e instruyen para practicar la justicia. Debemos, pues, mantener ideales de verdad, pureza y honestidad.

La segunda obligación o deber del creyente es reverenciar y temer a Dios. Dice el apóstol: "Conducíos en temor todo el tiempo de vuestra preparación." Aun cuando Dios es nuestro Padre, Él es también nuestro Juez. Hay quienes no se dan cuenta de esto último. Todos los apóstoles sostienen esa aseveración del apóstol Pedro de que nuestra vida en Cristo Jesús permanece bajo el juicio y escrutinio de un Dios imparcial. Porque somos creyentes, debemos aun con más tesón ser honestos y verdaderos. El apóstol Pablo dice: "Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres; pero a Dios le es manifiesto lo que somos." El creyente no vive aterrorizado de Dios, pero porque ama a Dios y le reverencia, procura siempre hacer su voluntad. Si desobedecemos a Dios, debemos de arrepentirnos y acercarnos a Él cual hijos, pidiendo su perdón. Sabemos que "Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad."

Finalmente, el creyente tiene el deber del amor. El amor nace del carácter social de nuestra santidad. El cristiano no es un solitario, sino que vive una vida social completa especialmente con aquellos que comparten su fe y sus creencias. El amor es la característica del cristiano y el nuevo mandamiento de Jesucristo. El apóstol Juan, discípulo del amor, dice: "El que dice que está en la luz y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano permanece en la luz, y en él no hay tropiezo." El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor." El amor es esencial para el creyente como el aire y el agua son necesarios para la vida. El apóstol Pablo, en el capítulo trece de la carta a los corintios, enseña que aún una confesión de fe y una esperanza sincera no son mayores que el verdadero amor. El amor a Dios y a nuestros prójimos es una consecuencia natural de haber nacido de nuevo.

Nuestra civilización enferma necesita hoy más que nunca la medicina del amor. Necesitamos un amor sincero, no de palabras solamente, sino de hecho. Todos los versos y cantos sobre el amor son de poco valor si nos falta la práctica del mismo. En tiempos de odio y sospecha, de incomprensión y de amor propio, los que confesamos a Cristo hemos de recordar que somos la luz del mundo y la sal de la tierra. El ingrediente que producirá cambios radicales en nuestra vida y sociedad es el amor.

Los deberes a que nos sometemos gozosos los creyentes no son deberes imposibles de llevar a cabo. Por nuestras propias fuerzas sí que sería inútil intentarlos, pero sabemos que Jesucristo nos ayuda. Dios dio a su Hijo Jesucristo como suprema manifestación de su amor y este amor es el que nos inspira y nos da fuerza para amar a nuestros prójimos. Nuestros países necesitan el amor de Jesucristo y este amor debe empezar en nuestros corazones. Si somos hijos de Dios, redimidos por Jesucristo, nos amaremos entrañablemente y de corazón puro como dice el apóstol. ¡Qué importa que nos separen fronteras, o que sea distinto el color de nuestra piel, o que hablemos lenguas diferentes! Jesucristo nos hará uno en su perfecto amor. Este, es el deber esencial del cristiano.

Palabras de Esperanza – Reforma Viva.