martes, 11 de septiembre de 2012

LOS ESTÍMULOS DEL CREYENTE


"…a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso."

Se ha dicho que uno de los mayores motivos en el decaimiento de las civilizaciones ha sido la falta de estímulos adecuados. Lo mismo ocurre en la esfera espiritual. El cristiano que no tiene poderosos motivos para seguir a Cristo y vivir la vida cristiana, desfallece y finalmente su obra no produce fruto alguno. Los cristianos primitivos tenían poderosos estímulos y motivos para vivir la vida cristiana. Su conducta era intachable, practicaban el amor y el perdón, soportaban el sufrimiento con paciencia y el abuso sin vengarse. También el cristiano de hoy tiene poderosos estímulos para seguir a Cristo. El apóstol Pedro nos los describe en su carta.

El primer estímulo es nuestra gratitud a Dios por su redención. El apóstol dice: "Bendito el Dios y padre… que nos hizo renacer." La base de toda conducta cristiana es ciertamente la gracia de Dios. No es que nosotros hayamos amado a Dios hasta merecer su gracia, sino que Él nos amó primero y en su amor nos hizo objeto de su misericordia divina. Dios nos salva de su propia voluntad y, por tanto, nuestra respuesta a su amor y misericordia debe ser la obediencia. Este principio tan fundamental de la gratitud cristiana lo hallamos ya expresado en los escritos de la Reforma y muy particularmente en el Catecismo de Hidelberg, que nos dice: "¿Cuántas cosas debes saber para vivir y morir felizmente?" Y la respuesta es: "Tres cosas. Primero la grandeza de mi pecado y miseria. Después cómo he sido redimido de todos mis pecados y miseria, y finalmente cómo debo dar gracias a Dios por tal redención." En este instructivo Catecismo los Diez Mandamientos ocupan la tercera sección y van precedidos por esta pregunta: "Si has sido redimido de tu miseria por la gracia de Cristo y sin mérito tuyo, ¿por qué debes hacer buenas obras?" Responde el catecismo: "Porque Cristo, después de redimirme con su sangre, me renueva por su Espíritu según su propia imagen, para que en mi vida entera me muestre agradecido a Dios por sus bendiciones y para que Él se glorifique en mí."

El segundo estímulo para una vida santa es el amor. Dice el apóstol Pedro refiriéndose a Jesucristo: "A quien sin haber visto le amáis" (1 Ped. 1:8). Aquí llegamos al corazón del Nuevo Testamento. En el N.T. hubo pocos que vieron a Jesús. Solo los primeros discípulos. Después de ellos, millares creyeron en Jesús sin haberle visto y a estos se dirige el apóstol. El amor a Cristo no se funda en la visión física de Jesús. La comunión verdadera con Cristo no necesita auxilios u objetos algunos que recuerden al Maestro. El que de entre nosotros ama a otro ser, le ama aún sin verle. El mismo Napoleón Bonaparte comprendió esta verdad: "Un poder extraordinario para influenciar y mandar nos ha sido dado –decía refiriéndose a Alejandro Magno, Carlomagno y a él mismo-, pero para ello ha sido necesaria nuestra presencia física, el ojo, la voz y la mano. En cambio, Jesucristo influenció y dirigió a sus súbditos sin su presencia visible y corporal por más de mil ochocientos años." ¿Le amamos nosotros, a Cristo, sin haberle visto?

El tercer estímulo para vivir una vida pura y justa es la esperanza cristiana. "Dios nos hizo renacer para una esperanza viva." En otro lugar el apóstol dice: "Y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios" (1 Ped.1:21). Solo podemos darnos cuenta de la importancia de esta esperanza cristiana cuando pensamos en lo que el cristiano debe renunciar por amor a Dios. El cristiano debe abstenerse de los deseos carnales (1Ped.2:11); vivir una vida santa (1Ped.1:14-15), soportar abuso e injusticia sin vengarse (1Ped.2:20-21). Hacer todo esto implica una inmensa renuncia y todas nuestras inclinaciones naturales están en contra de ello. El único estímulo es nuestra esperanza en la gloria eterna. El Nuevo Testamento enseña que hay una recompensa eterna después de la muerte en los cielos para aquellos que obedecen a Dios. Esta gloria futura es la que sostiene a los creyentes aquí en la tierra.

Este pasaje nos dice que debemos ejercitar esta esperanza. Los cristianos primitivos estaban dispuestos a morir, y lo hacían con una sonrisa en los labios. Aún hoy día, en países donde existe persecución religiosa, sabemos que muchos siguen dando su vida a sus verdugos, con la alegría que esta esperanza eterna les proporciona. El apóstol Pablo, aquel gran servidor de Dios que había sufrido toda clase de estragos y brutalidades por amor a Jesucristo, decía: "Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida" (2Tim.4:6-8). Notemos especialmente sus últimas palabras: "…y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida." El retorno de Jesucristo es la bienaventurada esperanza de la iglesia. En otro lugar decía: "Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo" (Fil.3:20).

Si negamos esta esperanza, hemos silenciado el estímulo más poderoso que tenemos para vivir la vida cristiana. El creyente que pierde su fe en la segunda venida del Señor Jesucristo ha desmoronado el último baluarte de su fe. El Nuevo Testamento es la fuente más segura de esa gloriosa esperanza de la venida de Cristo.

¿Sobre qué fundamos nuestra vida y cómo miramos al futuro? Si hemos puesto nuestra fe en el Señor Jesucristo, necesitamos meditar más y más en estas gloriosas promesas que han de ser estímulos poderosísimos para que nuestra fe no caiga y desfallezca. El tiempo corre muy veloz, la vida presente es toda ella un período de crisis humana, y los que no tienen su fe y esperanza puestas en Jesucristo, no tienen donde refugiarse. Cree en Jesús y considera su gracia que nos redime, nuestro amor por Jesucristo, y la esperanza de la gloria eterna. Estos son los verdaderos estímulos del creyente.



Palabras de Esperanza-Reforma viva