martes, 11 de diciembre de 2012

SAN NICOLÁS DE MIRA (1)


Ed Thompson
 
Era nochebuena, y en toda la casa
Ni un ojo abría, pues todo dormía,
Al calor de la estufa, las medias colgaban
Esperando un solaz, la llegada de San Nicolás.
    

 
Así comienza uno de lo poemas navideños más conocidos. Por supuesto, aunque menciona una casa silenciosa y quieta, para muchos, como yo, es la noche más agitada del año, y lo digo porque —en la que pasó— experimenté las seis horas más frustrantes de mí tratando de armar una pequeña casa de muñecas de tres pisos. Una abuela amorosa e ingenua de mi vida tratando de armar una pequeña casa de muñecas de tres pisos. Una abuela amorosa e ingenua, la compró para regalársela a mi hija, y me hizo armarla esa nochebuena, después de acostar a los niños, para sorprenderla al amanecer la Navidad. Sin conocer las seis horas de agobiante labor, mi hija jugó con la casa durante un total de tres minutos antes de descubrir que el lazo que la mantenía en pie era mucho más divertido, por lo que lo haló. Ya se imaginarán lo que ocurrió. Desde entonces le dije a la abuela que todos los regalos en el futuro deben venir armados.

Respecto al poema inicial, se escribió en menos de una hora en una nochebuena, hace 175 años, en una linda ciudad costera del Mediterráneo llamada Mira (hoy Turquía), en el Asia Menor del Imperio Romano. ¡Allí, en el siglo IV, a una familia adinerada le nació un varón que llamó Nicolás! Nicolás de Mira, bajo la fiel crianza de sus padres, llegó a ser un cristiano muy consagrado. Su vida impactó de tal manera que inspiró la leyenda de Santa Claus, debido a que obsequiaba regalos desinteresadamente. Pero más importante aun es el hecho de que San Nicolás era un siervo de Jesucristo, un pastor consagrado. El primero en llevar el evangelio a Mira fue el mismo apóstol Pablo en uno de sus viajes misioneros. Los bisabuelos de Nicolás se encontraban entre los convertidos por el mensaje de Pablo. Ellos construyeron la Iglesia de San Pablo como un monumento viviente para que generaciones futuras pudieran adorar al Señor y predicaran la redención a través de Cristo.

La fe de los bisabuelos de Nicolás pasó de generación a generación, por lo que nació en un hogar con una fe cristiana sólida. Cuando Nicolás era adolescente, el padre de él murió mientras oraba en la iglesia durante un culto de adoración. Su madre sobrevivió solo dos días más. Eso hizo que Nicolás pasara de niño a hombre vertiginosamente. Como sus padres fueron terratenientes ricos, heredó las propiedades de su familia. Así que con solo diecisiete años se encargó de administrar esos bienes. Sin embargo, buscaba la dirección divina, orando en la iglesia siempre que podía. Las palabras de Cristo al joven rico penetraron su corazón: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme». 2   

Mientras luchaba pidiendo la dirección de Dios, supo de un noble que perdió todo y no podía pagar la dote de su hija. (En esos días los padres tenían que proveer una dote suficiente, de lo contrario sus hijas no podrían casarse). Una de las hijas del hombre decidió venderse como esclava para poder conseguir la dote de su hermana. Cuando Nicolás se enteró de su situación, secretamente ubicó el hogar y, a media noche, lanzó por la ventana una bolsa llena de oro. Poco después lanzó otra para que la segunda hija pudiera casarse. Cuando llegó la fecha del casamiento de la tercera hija, el noble estaba tan decidido a descubrir quién era su benefactor secreto, que ató una campana a una cuerda que puso alrededor de su casa. Por supuesto, cuando Nicolás se acercó al hogar con su tercera bolsa llena de oro, la alarma sonó y fue descubierto. Sorprendido, Nicolás le hizo prometer al noble que no lo diría a nadie. Pero el secreto duró muy poco. Rápidamente se difundió la noticia de que Nicolás era el responsable de aquello, al igual que de muchos otros actos benéficos que había realizado en secreto durante muchos años. 

Al cumplir con esos gestos de generosidad, Nicolás se convirtió en agente secreto de Cristo. A veces se disfrazaba para poder caminar por las calles y evaluar personalmente las necesidades de la gente. Luego regresaba a escondidas, de noche, y lanzaba comida, ropa, o dinero —según la necesidad—, por las ventanas. Algunos decían que lanzaba sus regalos por las chimeneas para despistar a los que quisieran saber quién era el responsable de aquello. De allí surgió la leyenda de que San Nicolás reparte sus regalos bajando por las chimeneas. Mientras caminaba por las calles de Mira, imaginen la mezcla de tristeza y alegría que sentía al ver a alguien sufriendo. Tristeza debido a la gran necesidad de la gente, y alegría puesto que sabía que Dios lo usaría para ayudar de manera significativa.

¿Quién creen que recibió la mayor bendición?

Los que recibían los regalos no tenían idea de su procedencia. A su parecer, el Señor era quien contestaba las oraciones de ellos para satisfacer sus necesidades. Y en verdad así lo hizo —por medio de este generoso siervo. La alegría que Nicolás experimentaba marcó claramente la senda de su vida. Se dedicó, con todo lo que poseía, a servir a Cristo ayudando a los necesitados. A fin de prepararse para el ministerio, emprendió un peregrinaje a Tierra Santa. Viajó por espacio de tres años a través de Palestina aprendiendo, predicando y ministrando a los necesitados. Poco después de regresar Nicolás a Mira, el muy querido y respetado pastor de la ciudad murió. Conseguir un sucesor sería una tarea difícil. Según informes, al presidente del consejo de la iglesia se le encomendó en sueños que nombrara a Nicolás como nuevo pastor de Mira. A pesar de que este método para escoger pastores no lo recomiendan muchos comités de elección, en este caso resultó efectivo.

Nicolás contaba con unos veinte años de edad cuando lo nombraron pastor de Mira. La fecha fue aproximadamente el año 300 d.C. Enseguida se le conoció como un fuerte defensor de la fe. Cuando Dioclesio, el malvado emperador romano, proclamó el edicto de encarcelar o matar a todos los cristianos, Nicolás reunió a su congregación en la iglesia. Hermanos», comenzó, «ha llegado el día de nuestra mayor gloria o nuestra vergüenza más negra. Por la gracia de Dios, hemos de descubrir ahora lo que en nosotros es tamo y lo que es buen trigo». Sabiendo que la persecución estaba por comenzar, exhortó a los cristianos a estar firmes por Cristo, y dispuestos hasta a morir por Él. Según la tradición, a Nicolás lo arrastraron fuera de su iglesia, lo golpearon públicamente, lo torturaron y lo encarcelaron. Los cristianos escaparon y muchas iglesias a través de la provincia fueron quemadas.

No fue sino hasta que Constantino el Grande conquistó el imperio occidental y declaró el final de la persecución de los cristianos que a Nicolás se le dejó en libertad. Tendría más o menos cuarenta y cinco años cuando regresó a Mira, pero la severidad de la persecución le dio la apariencia de un hombre de sesenta y cinco. Nicolás volvió a ministrar a su rebaño, cuyo número había sido bastante reducido. Los creyentes tenían muchas necesidades y Nicolás estuvo al cuidado de ellos. Él sabía la importancia de una fe que se muestra por sus obras. Sentía que era su responsabilidad satisfacer las necesidades de su prójimo. Comenzó también a enseñar acerca del gozo que produce ayudar a otros en secreto. 3 Muy pronto, otros siguieron sus pasos sin esperar recompensa o reconocimiento.

Después de su muerte, muchos de los ciudadanos de Mira continuaron calladamente con la tradición establecida por el pastor Nicolás. Cuando la gente preguntaba de dónde venían los inesperados regalos, se les decía: « ¡Debe haber sido San Nicolás! » Mientras más aumentaba la práctica de dar en secreto, más crecía la leyenda de Nicolás. Gente de todo el mundo llegaba al puerto de Mira. Muy pronto, marineros italianos llevaron la historia y la costumbre a su tierra natal y el dar en secreto comenzó a popularizarse por todo el mundo occidental y San Nicolás seguía llevándose el mérito. Cuando la costumbre llegó a Alemania, el nombre de este santo fue traducido como San Niklaus. De Alemania, se llevó a Holanda. En holandés, su nombre llegó a ser Sinter Klaus. Los holandeses trajeron la tradición al Nuevo Mundo en los años 1600. En América, Sinter Klaus fue cambiado a Santa Claus. La fama e inspiración de San Nicolás continuaban en aumento.

Una fría nochebuena, en 1822, Clement C. Moore, distinguido profesor del Seminario Teológico General de Nueva York, terminaba sus compras navideñas. Su esposa había preparado unas cestas de comida para algunas familias pobres, y le faltó un pavo. Al salir de prisa a buscarlo, el doctor Moore se encontró con su conserje, Jan Duychinck. Jan era bajo de estatura, gordo, tenía una nariz grande y roja, unos labios bien delineados, dos hoyuelos perfectamente colocados en sus mejillas y una gran barba blanca. El doctor Moore y su conserje holandés conversaron bajo la nieve acerca de la Navidad y en cuanto a proveer comida a los pobres. Fue en esa víspera de Navidad que Jan le relató la fascinante historia de San Nicolás a su patrón. «Cada Navidad», comentó el conserje, «los holandeses sacaban a alguien, vestido de San Nicolás, a pasear en un trineo». Explicó cómo los niños llenan las calles esperando ansiosos la llegada de esa persona especial vestida de rojo y blanco: era como un santo entregando regalos.

Al doctor Moore le inspiró tanto la historia, que corrió a su casa a escribir un poema. Al describir a San Nicolás en sus versos, hizo un bosquejo de su conserje holandés.

Sus ojos brillantes,
su rostro ¡qué alegre!
Su tez como rosa,
su nariz cereza.
Su boca sonriente, cual
regalo tiene,
Su barba tan blanca,
¡tan blanca cual nieve!
Sonrisa en su rostro,
él siempre mantiene.
La alegría circunda,
su faz cual guirnalda.
Su cara muy ancha,
su panza redonda
ondea y se mueve,
cuando ríe y goza.
    

 
En 1860, Thomas Nast pintó un cuadro de Santa Claus para un periódico de Nueva York, basado en el poema del doctor Moore. En 1931, la compañía Coca-Cola actualizó la imagen y comenzó a usar a Santa Claus en una campaña publicitaria. El mundo comercial de hoy le ha dado a Santa Claus una personalidad propia. En efecto, se ha convertido en uno de los personajes más reconocidos en todo el mundo. Sin embargo, es interesante ver que el espíritu que inspira a dar a otros desinteresadamente, que enseñó el verdadero San Nicolás, aún vive. ¿Ha observado que, en general, el mundo es más amable, más paciente, y más generoso durante la Navidad? En esta temporada, las personas sonríen más, se abrazan más, se ríen más. Las estadísticas comprueban que aun la incidencia del crimen disminuye significativamente durante la temporada navideña.

Los cristianos discrepan mucho respecto al asunto de Santa Claus, ya que la NAVIDAD, en verdad, SE TRATA DE JESÚS y no de San Nicolás, y están en lo cierto. Dios mismo estableció el símbolo del dar en la Navidad. Él mismo nos dio, aun sin merecerlo, el mejor regalo de todos los tiempos. Y el regalo de Jesús fue la razón por la cual San Nicolás dedicó su vida y sus posesiones en beneficio de los necesitados. Él daba en secreto y desinteresadamente, porque lo hacía en el Nombre de Jesús, y no en el de Nicolás. Aunque el mundo trate de sacar a Jesús del camino durante la Navidad, el espíritu de generosidad vive callado y gozosamente en aquellos que ponen de lado el orgullo y el egoísmo para dar como Dios dio.
Y repentinamente estaba
con el ángel una
multitud de las huestes
celestiales que alababan
a Dios diciendo:
Gloria a Dios en las
alturas,
Y en la tierra paz,
buena voluntad para
con los hombres.

 

 
Guía Pastoral Logoi
www.logoi.org


Notas:
  1. Artículo editado en base a The Life and Legends of Saint Nicolas, Eric Grozier, Duckworth & Co.
  2. Mateo 19:21
  3. Mateo 6:1-4

miércoles, 5 de diciembre de 2012

UN MENSAJE DE LA BENDITA MARÍA

"Bendita tú entre todas las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre". Lucas 1:42

¡Hola! Yo fui la madre de Cristo. Me alegra que pueda hablarles desde ultratumba. Hay ciertas cosas que es necesario decirlas, y bien claras. Soy bendita y bendito también es el fruto de mi vientre. Esto hay que recalcarlo. Es agradable, francamente, ver los excesos de los hombres con respecto a ciertas cosas. El caso mío, por ejemplo. No puedo darles nuevas revelaciones, por supuesto. Dios ha revelado ya todo lo necesario en ese famoso libro llamado La Biblia. Es esa palabra de Dios que puede hacerlos a ustedes sabios para la salvación. No es necesario que interrumpa yo ahora las normas divinas y les traiga nuevas verdades. La Biblia contiene suficientes.
 

Poco puedo decirles de mi origen, niñez y juventud. Como toda mujer hebrea, mi más grande aspiración era tener hijos; hijos varones especialmente. Dios había prometido a lo largo de los siglos un Mesías que salvaría a su pueblo. Había cosas inciertas en esa profecía, pero la verdad es que toda mujer honesta tenía la esperanza de ser ella la madre de ese héroe nacional y universal. Cuando me desposé ocurrieron cosas muy, pero muy extrañas. Un ángel del cielo vino un día súbitamente, y me dijo que no tuviese miedo, que tendría un hijo y que su nombre sería Jesús. Ustedes pueden imaginarse mi total confusión porque, físicamente, no había tal posibilidad todavía. Me explicó que sería algo sobrenatural, milagroso; que el Espíritu Santo vendría, y que por eso, el Santo ser que nacería sería llamado el Hijo de Dios. No puedo explicar la ansiedad que estas cosas produjeron en mi propio corazón y en la mente de muchos otros. Mi esposo me quiso dejar secretamente, escandalizado al ver lo que pasaba. Fue Dios mismo quien lo detuvo de seguir ese curso, de otra manera tan normal. Mucho me alegro de esto porque José fue siempre buen hombre y esposo para mí.
 

Pero todos estos detalles están escritos en la Biblia. Quiero hablarles de algunas de las cosas que se han hecho con esta historia. Me da pena o me avergüenza; no sé cuál de las dos me afecta más. Andan muchos por ese mundo que se horrorizan cuando oyen la historia del nacimiento de Jesús. Se sonríen con aire de superioridad intelectual. Dicen que esto hace bonitos cuentos para los niños cuando uno los pone a dormir. No puede aceptarse científicamente. ¿Quién ha oído jamás semejante cosa? ¡Que alguien nazca de una virgen, sin intervención de hombre alguno! Esta gente se ríe de tales cosas porque las consideran no solamente pueriles, sino absolutamente contrarias a todas las inquebrantables leyes naturales del universo. Debo admitir que los hombres han aprendido muchas cosas en los últimos siglos y descubierto muchos secretos del universo. Pero, ¡qué triste resulta ver que tanta inteligencia no les permita ver las realidades del mundo espiritual!
 

Francamente yo, María, no alcanzo a comprender esta actitud tan limitada. ¿Será que no conocen a Dios y que han visto muy poco de las obras de Dios? ¡Decir que el nacimiento de Jesucristo no es posible! Ustedes pueden comprender cuán errado es eso y cuán contrario a lo que claramente dice el Libro de Dios. Admito que no es según leyes matemáticas de la ciencia humana, pero es claramente según las leyes infinitamente superiores de la ciencia divina. Créanme que Yo soy María, la que concibió siendo virgen. Pero hay más que me inquieta, ahora que tengo esta oportunidad de hablarles. Me pregunto, ¿Por qué será que tantas veces han abusado de mi nombre y de la distinción que me cupo como madre del Señor Jesús? Alguien dijo de mí por ejemplo, que "la Santa Escritura fue escrita para María, sobre ella y a causa de ella". Esto me estremece un poco, hablándoles con franqueza. Se ven estatuas y figuras de mi supuesta persona en muchos de los pueblos y ciudades. En cierto sentido me alaga esto porque también yo soy ser humano. Pero ahora estoy en el cielo donde las imperfecciones de lo humano desaparecen completamente. Desde esta altura muchas de estas cosas duelen. ¿Saben por qué? PORQUE DESPLAZAN A MI HIJO, AL ÚNICO EN QUIEN PUEDEN EL HOMBRE Y LA MUJER SER SALVOS. Es lo triste del caso.
 

Bendita soy yo entre las mujeres, bien bendita. No creo que sea posible para nadie estimar cuán fantástica bendición fue ser designada como la madre de Jesucristo mi Salvador. No puede haber bendición más grande en toda la historia y en toda la tierra. De los millones y millones de mujeres, dignas exponentes de la creación divina, magníficas mujeres, piadosas y rectas delante de Dios, fui yo seleccionada para esa gloria incomparable. ¡Eso sí que es ser bendita entre las mujeres! Mi corazón se dobla de gratitud cuando pienso en tal favor y gracia de Dios. Bendita soy por los siglos de los siglos, pero más bendito es aun el fruto de mi vientre porque Él es el Mesías prometido, Él es el Hijo de Dios, Él es el Salvador de su pueblo. No sé si ustedes sabían esto, pero también yo necesito de esa salvación. Cuando supe del gran milagro que estaba tomando lugar en mi, recuerdo que compuse un pequeño poema. En esas líneas decía yo: "Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador". Lo creo firmemente; también yo necesito la salvación que solo Dios puede dar. Y Él me la dio, por medio de Jesucristo. ES EL QUIEN ES TODO Y EN TODO. La Biblia habla mucho de estas cosas y es por eso que a veces me preocupo por lo que hacen los hombres por estas verdades.
 

Jesús mismo, mi hijo, dijo una vez a las multitudes que Él era el camino, la verdad y la vida, y que nadie viene al Padre sino solamente por Él. No se confundan, esa frase de "a Cristo por María", es una invención de los religiosos que viven de la ignorancia y superstición de los pueblos. Cristo, mi hijo es el único camino al cielo, no hay otro mediador más que Él. Hay un pasaje en la Biblia que expresa bellamente estos sentimientos. No habla de mí, la madre de Jesús, sino de mi hijo y lo que hizo, hace y hará, y eso sinceramente, es lo importante. Dice así:
 

"Cristo Jesús, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre".

Eso lo expresa brillantemente, en mi opinión. Revela la denigrante humillación que fue para mi hijo el nacer de una mujer; muestra el terrible delirio de someterse a las angustias de la cruz y de la muerte; pero manifiesta también el puesto elevadísimo que Dios le ha dado en el universo. Fue un fidelísimo siervo de Dios quien dijo una vez, cuando habló de Jesús: "Es necesario que Él crezca, pero que yo mengue". Recuerdo un exasperante incidente en la vida mía y la de Cristo. Recién empezaba Él a manifestarse en público, fuimos todos a una fiesta de bodas. Era una ocasión feliz y había muchos invitados. Reinaba una alegría general pero, si por descuido o por excesivo número de invitados no lo sé, empezó a faltar el vino para la fiesta. En una tierra de hospitalidad reconocida, no podría ocurrir cosa más desastrosa que esa. ¡Qué desesperación y angustia de parte de los anfitriones! ¿Qué hacer? Poco se podía hacer. Fui a conversar con mi hijo y le expuse el problema. Fue un tanto presuntuoso de mi parte posiblemente, y muy pronto Él me lo hizo saber. Pero recuerdo claramente lo que dije a los encargados de servir en la fiesta. Es lo mismo que digo ahora: "HACED TODO LO QUE OS DIJERE".
 

Tal vez mucha gente no conoce a Jesucristo todavía como su Salvador. Aunque me conozcan a mí y me veneren, y me recuerden, y equivocadamente me oren y me pidan cosas. El mismo Jesucristo dice que debemos pedir, pero en Su Nombre. Quiero recordarles que quien me coloca primero que a Jesús está perdido y confundido. "NO HAY OTRO NOMBRE DADO A LOS HOMBRES EN QUE PODAMOS SER SALVOS". Yo no soy ninguna mediadora, ni me he aparecido en algún lugar, ni he pedido templo alguno. Soy María, sí, la humilde sierva del Señor. Gracias por escucharme. He dicho lo que quería decir.

 

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La Hora de la Reforma-Reforma viva