miércoles, 3 de diciembre de 2008

LA IMPORTANCIA DE LA ORACIÓN



TEMA 1
(Curso impartido en el STPSP)


Iniciamos nuestro curso de liturgia con una breve reflexión sobre la oración. Juan Calvino mencionó que “la alabanza y la acción de gracias deben ir siempre unidas a nuestras oraciones”(1) , de este modo no podemos pensar en el culto cristiano sin pensar inmediatamente en la oración. De hecho en ocasiones se ha definido el culto como la “asamblea de oración”. Cuando nos reunimos como pueblo para orar estamos adorando, celebrando, pidiendo y dando gracias a Dios, siguiendo a Calvino, cuando juntamos las peticiones y las acciones de gracias a Dios:

"Le manifestamos nuestros deseos, pidiéndole no solamente lo que se refiere al aumento de su gloria y a ensalzar su nombre, sino también lo que mira a nuestro servicio y provecho. Al darle gracias, celebramos con alabanzas sus beneficios y mercedes, protestando que todo el bien que tenemos lo hemos recibido de su liberalidad".(2)

De este modo, nos damos cuenta que estamos llamados continuamente a ofrecerle culto a Dios porque no faltan los motivos para agradecerle o bien para clamar a El. Sin embargo, ya desde aquí podemos ver que la oración es también expresión de la historia, de lo que Dios ha hecho, de lo que está haciendo y lo que hará; en consecuencia, el culto tiene una dimensión histórica profunda, es tiempo de manifestación de Dios como en la llamada de Moisés (Éx 3-4), Isaías (Is 6) o Jeremías (Jer 1) o los demás profetas en donde se nos dice específicamente el tiempo histórico en que tal manifestación de Dios ocurrió: “En el año en que murió el rey Uzias vi yo al Señor…” (Is 6:1). A esta manifestación de Dios hay una respuesta, un servicio, un movimiento, que les convierte en profetas, o mensajeros. De este modo, como menciona Xabier Pikaza:

"La oración se vuelve así fuente de futuro. Siendo palabra de Dios y respuesta activa del humano, ella es lugar de realización histórica. Dios no se encuentra en el puro mundo, ni en la interioridad extra-mundana, sino en la misma tarea de la comunidad creyente y orante que traza su camino de futuro desde la misma Palabra divina".(3)

La oración histórica se vuelve comunitaria, ya que el orante, al comunicarse, al unirse con Dios en la oración se vincula con su pueblo tornándose así en una comunidad de orantes, ya que la experiencia del encuentro con Dios se expresa en la oración comunitaria en donde “se celebra y se recuerda la presencia de Dios tanto en la palabra compartida como en la celebración del misterio”.(4)

Aunque la oración es colectiva en el culto, es dirigida únicamente a Dios, a aquel que nos ha hablado, que nos confronta y en esta confrontación nos descubrimos “desnudos”, como “hombres que tienen labios inmundos y habitan en pueblo que tiene labios inmundos”. En esta situación no estamos solos, contamos unos con otros, “la oración no nos puede alejar de los hombres, no puede sino unirnos más a ellos porque se trata de una cuestión que nos concierne a todos”, decía Kart Barth (5) , pero aún ello es gracias a Dios.

La oración es un Don de Dios, por lo cual, cuando oramos, hacemos uso del ofrecimiento de Dios que nos confronta nuevamente, al ser una gracia de Dios, el ser humano la toma porque se reconoce como necesitado de dicha gracia.

"Cuando oramos, nuestra condición humana nos es revelada, sabemos que estamos en angustia y en esa esperanza; Dios nos coloca en esa situación, pero al mismo tiempo el viene en nuestra ayuda. La oración es pues la respuesta del hombre cuando comprende su miseria y sabe que el socorro se aproxima".(6)

Pero oramos “Padre nuestro”, no “padre mío”. Es decir, es una oración comunitaria. Jesús mismo lo indicó, cuando oren, digan “Padre nuestro”. “Esta es una exhortación de cuán fraterno afecto debemos tener los unos para con los otros, pues todos somos hijos de un mismo Padre, y con el mismo título y derecho de gratuita liberalidad”.(7)

Pero también la oración nos muestra un aspecto central del culto y es que es un diálogo. El que ora, cree, no es un monólogo, sino que Dios está presente, El escucha y responde de algún modo. La oración consiste en ese intercambio entre el nosotros de los orantes y el tú de Dios. Dios habla, escucha y responde. “Dios habla a los hombres para revelarse; responde cuando el hombre se le dirige. En este caso Dios es quien habla primero. La oración es entonces, de alguna manera, una respuesta”.(8)

La oración comunitaria es la que más trabajo exige de nosotros, ya que es nuestro tiempo de hablar. Después de escuchar la voz de Dios, nos corresponde dirigirnos a El y esta oración ha de ser nuestra palabra, ya D. Bonhoeffer decía:

"Nuestra oración por ese día, por nuestro trabajo, por nuestra comunidad, por las miserias y los pecados particulares que pesan sobre todos, por las personas que nos están encomendadas. ¿O tal vez no deberíamos pedir nada para nosotros? ¿Sería inadmisible la necesidad de orar en común y con nuestras propias palabras por nosotros? Sea como fuere, es imposible que cristianos llamados a vivir bajo la autoridad de la palabra no acaben por dirigir, también unidos, sus oraciones personales a Dios. Presentarán a Dios las mismas preces, la misma gratitud, la misma intercesión, y deberán hacerlo con alegría y confianza".(9)

Pero hay que aprender a orar. Los discípulos se acercaron a Jesús y le pidieron que les enseñara a orar. Nosotros también ahora debemos ir a Jesucristo. Orar no es sólo desahogar el corazón sino encontrar a Dios, con el corazón lleno o vacío y la oración en comunidad ha de ser la oración de todos, no la de un individuo que la pronuncia. Al que se le encomienda orar por la comunidad es importante que comparta los intereses y preocupaciones de la comunidad:

"Es preciso que comparta la vida diaria de la comunidad, que conozca sus afecciones y necesidades, su alegría y gratitud, sus ruegos y esperanzas. Tampoco debe ignorar su trabajo y sus problemas que éste acarrea. Ora como un hermano en medio de otros hermanos. El no tomar su propio corazón por el de la comunidad, exige lucidez y vigilancia. Por esta razón será útil que reciba continuamente ayuda y consejo de los demás y que recuerde en su oración esta necesidad, aquel trabajo, a tal persona determinada. De este modo la oración se transformará cada vez más en la oración de todos los que forman la comunidad".(10)

Es importante notar que la oración es la actividad que nos une como pueblo, que nos permite alzar la voz hacia el Señor y es además el don por el que el Señor nos capacita para dialogar con El. Nuevamente, la oración es una actividad de comunidad, de pueblo de Dios porque la experiencia personal con Dios está abierta a la experiencia en comunidad con Dios, así es estar dispuestos a dar de la propia experiencia y a recibir de la experiencia de otros con Dios.

"A priori puede ya decirse que Dios es Dios de un pueblo y que la experiencia de Dios tiene que ser hecho por todo un pueblo. En lenguaje más sistemático tiene que decirse que no hay ninguna experiencia personal concreta que agote el misterio de Dios y que entre las experiencias personales concretas de todo el pueblo de Dios puede ir acercándose asintóticamente al encuentro con Dios en plenitud […] Nadie debería ser tan timorato que pensase no tener nada que ofrecer a otros de su propia fe, y nadie debiera ser tan presuntuoso como para pensar que no puede recibir para su propia fe la de los otros".(11)


De esta manera podemos decir que nosotros, somos templo de Dios, espacio de invocación y presencia que es a la vez acogido por Dios mismo como morada, templo “místico” del Señor, es decir, lugar consagrado. Como J. Daniélou afirma:

"El templo no es un simple edificio, sino el lugar consagrado; y si se le considera en sus perfecciononamientos sucesivos, lo primero es el templo cósmico, con la presencia de Dios en el universo; a continuación, el templo mosaico, habitación de Dios en el tempo de Jerusalén; después el templo crístico, presencia de Dios en la persona de Cristo; más tarde, templo místico, Dios en el corazón de los cristiano elegidos; y finalmente, el templo escatológico".(12)

Cuando oramos como pueblo y rogamos al Dios y Padre celestial en los tiempos de angustia, nos convertimos en espacio de consuelo y esperanza, pero no por nosotros mismos, sino por lo que la cercanía de Dios, un Dios que a veces se oculta y que en medio de su pueblo, sin embargo, está. Es el Dios de Jesucristo el que responde para sanar al enfermo, para perdonar el pecado, para liberar al oprimido y para levantar al caído. La oración en común es vital y da sentido a la iglesia, así frente a la búsqueda de Dios, la iglesia ha de ser una “iglesia santuario”, como dice Ronaldo Muñoz:

"Un espacio humano donde el pueblo y cada uno puede encontrarse con su Dios, una escuela de oración y adoración “en espíritu y en verdad”, un camino compartido para crecer en la fe y el conocimiento del Dios de la vida, del Dios del reino predicado y encarnado por Jesucristo. La capillas y los templos materiales pueden ser espacios de acogida y signos visibles. Pero es la comunidad misma, con sus rostros y su fraternidad concreta, con su oración y sus celebraciones bien “situadas”en la vida, la que tiene que constituir para el pueblo el”cuerpo” de Cristo” y el “templo del Espíritu”, el espacio humano donde encontrarse con el Dios vivo".(13)

Como podemos apreciar, la liturgia nos lleva a un plano colectivo, a una verdadera relación entre los miembros de una comunidad, entre el miembro y el cuerpo. Tomamos en nuestro destino, el destino de los demás.(14) Las oraciones arrastran a los presentes como una ola más allá de ellos mismos y del círculo familiar hacia la comunidad, aun hacia los ausentes, hacia la ciudad, hacia las naciones, hacia los que padecen y están sufriendo, hacia los que están en peligro, hacia los que agonizan. El culto no se deja centrar en una persona, en un individuo, siempre es compañerismo. Quizá por ello dijo Jesús “porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estaré yo en medio de ellos” (Mt 18:20).


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1 Juan CALVINO Institución de la religión cristiana. III, xx, 28. 3ed. Trad. Cipriano de VALERA. Países Bajos, Feliré. 1986, p. 696.
2 Idem.
3 Xabier PIKAZA, El fenómeno religioso. Curso fundamental de religión. Madrid, Trotta. 1999, p. 244.
4 Ibid, p. 245.
5 Karl BARTH, La oración. Reflexiones sobre el Padrenuestro. Trad. José MÍGUEZ Bonino. Buenos Aires, La aurora. 1978, p. 18.
6 Ibid, p. 28
7 Juan CALVINO, op cit., III,xx,38, p. 707.
8 Angel GONZALEZ, La oración en la Biblia. Madrid, Cristiandad. 1968, p. 21.
9 Dietrich BONHOEFFER, Vida en comunidad. 5 ed. s/t. Salamanca, Sígueme. 1982. p. 63.
10 Ibid, p. 64
11 Jon SOBRINO, “Espiritualidad y seguimiento de Jesús”, en I. ELLACURIA Y J. SOBRINO, Mysterium liberationis. Conceptos fundamentales de la teología de la liberación. 2 ed. Madrid, Trotta. 1994, T. II, p. 474,
12 Citado en Rosino GIBELINI, La teología del siglo XX. Trad. Rufino Velasco. Santander, Sal Terrae. 1998, p. 205.
13 Ronaldo MUÑOZ, “Experiencia popular de Dios y de la iglesia” en J. COMBLIN, et al (comps.), Cambio social y pensamiento cristiano en América Latina. Madrid, Trotta. 1993, p. 169.
14 Cf. Paul EVDOKIMOV, Ortodoxia. Trad. Enrique PRADES. Barcelona, Peninsula. 1968, p. 263.