viernes, 30 de marzo de 2012

EL CRECIMIENTO DEL CREYENTE


"Desead, como niños, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación."

Habiendo nacido de nuevo es importante recordar que toda persona que nace ha de crecer, si es que continúa viva. Examinemos la cuestión del crecimiento del creyente. El apóstol pedro nos dice "Desead… la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación." Hay quienes hablan de la conversión o nuevo nacimiento como si fuera el clima de las experiencias cristianas. Tales personas no comprenden que el primer acto divino es la justificación, pero que a ella sigue la santificación. Dios, primero nos justifica, es decir, nos declara justos delante de El, como si nunca hubiéramos pecado, y nos reviste de aquella gloriosa justicia de Jesucristo. La justificación es, pues, un perdón instantáneo y completo. Por amor a Jesucristo, Dios borra nuestro pecado y nos acepta como hijos suyos.

Sin embargo, Dios no solamente se ocupa de nuestros pecados, sino que transforma totalmente nuestra naturaleza pecaminosa. Alguien lo ha resumido así: "La justificación es aquello que Dios hace por amor a nosotros; la santificación es lo que Dios hace en nosotros." La justificación es algo instantáneo, mientras que el camino de la santificación es progresivo y, a veces, muy lento. Cuando el Nuevo Testamento nos exhorta a crecer en conocimiento, amor y justicia, se refiere especialmente a la santificación. La salvación es un hecho consumado, pero al mismo tiempo, es también una obra de Dios en nosotros que va progresando mientras crecemos en la gracia y conocimiento del Señor Jesucristo. ¿Cómo, pues, podemos crecer en esta gracia y conocimiento del Señor? Debemos hacer notar inmediatamente que no se trata de un crecimiento automático. El correr del tiempo tampoco es una señal de que una persona haya crecido en Cristo. Como hay leyes de crecimiento físico hay también leyes de crecimiento espiritual. Dos leyes muy importantes son el alimento y el ejercicio.

La primera ley es la del alimento, y nuestro alimento espiritual es la Palabra de Dios. Uno de los motivos por los cuales la iglesia de hoy no es una iglesia tan fuerte como debiera ser es porque muchos de sus miembros padecen seriamente de anemia espiritual. El apóstol dice: "Como niños recién nacidos desead la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis…" esta Palabra divina, no solamente nos imparte fe, sino que sostiene nuestra fe. Dios dio a la iglesia sus ministros, apóstoles, profetas, maestros y pastores, para que la iglesia crezca. Es imperativo que asistamos a una iglesia que predique la Palabra de Dios. El crecimiento espiritual del creyente depende de esta primera ley. No podemos esperar a ser creyentes fuertes y maduros si somos negligentes en leer, estudiar y escuchar la Palabra de Dios. Notemos que la responsabilidad es nuestra. Dios nos hace llegar por mediación de sus siervos el mensaje de la Palabra divina, pero es responsabilidad nuestra continuar escuchando esta Palabra que nos da crecimiento.

Notemos también la expresión: "Como niños recién nacidos." Algunos han interpretado esta frase como si se refiriera solamente a los nuevos convertidos. Pero fijémonos que es una comparación. Como un bebé desea la leche que le da vida, asimismo el creyente, tanto si es un recién convertido como si es un miembro antiguo de cualquier iglesia, ha de desear la Palabra de Dios. Todo el pueblo de Dios, quienes somos llamados santos, hemos de desear su Palabra. El apóstol usa un imperativo: Desead. Un niño que no quiere comer es porque, o bien ha comido fuera de hora, o está enfermo. Esto puede muy bien ser el caso del creyente. A veces nos ocupamos de tantas cosas que estamos espiritualmente desganados, y hasta enfermos del alma. Ya dice el apóstol Juan: "No améis al mundo ni a las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él." 1 Juan 2:15

La otra ley del crecimiento del creyente es el ejercicio. Esto significa que no solo debemos escuchar la Palabra, sino que debemos responder a ella. Dice el apóstol Santiago: "Sed hacedores de la Palabra, y no solamente oidores" (Sant.1:22). Hay muchos a quienes les gustaría que hubiese menos predicación y menos cultos religiosos. ¡Cuán opuesto es esto al crecimiento del creyente! Durante la época de la Reforma religiosa del siglo XVI, las iglesias de la ciudad de Ginebra en Suiza tenían hasta dos servicios religiosos por semana. Además, todos los grandes avivamientos espirituales del cristianismo han tenido como base una predicación continua de la Palabra de Dios. Sabemos que después de la gran experiencia de Pentecostés los apóstoles y cristianos primitivos continuaron perseverando en la doctrina apostólica y en la predicación de la Palabra de Dios.

El problema no es un exceso de predicación, sino una falta de actividad por parte del creyente. A veces escuchamos tanto la predicación del Evangelio que nos adormecemos espiritualmente y escuchamos lo que nos es dicho sin llevarlo a cabo. El crecimiento y madurez del creyente son el resultado de escuchar la Palabra divina y ponerla en práctica. Debemos poner en práctica los preceptos del Evangelio cuando los conocemos. ¿Es necesario perdonar? Pues perdonemos y reconciliémonos con nuestros ofensores. ¿Es pureza en la vida lo que necesitamos? Pues abandonemos cualquier práctica y vicio inmoral que nos impiden progresar en Jesucristo. ¿Es integridad y justicia lo que nos falta? Entonces debemos corregir inmediatamente nuestra actitud. ¿Nos falta amor? Pues, como dice el apóstol Pedro: "Amémonos unos a otros, entrañablemente y de corazón puro." Estas son las leyes del crecimiento cristiano: ALIMENTO Y EJERCICIO ESPIRITUAL.

Quizá deseamos andar por este camino. Para ello es necesario dar el primer paso; aceptando de todo corazón el sacrificio de Jesucristo. Y una vez que hayamos recibido de Cristo la Vida Eterna y nacido de nuevo, no nos detengamos y continuemos en el ejercicio cristiano hasta llegar a una verdadera madurez espiritual. La Palabra de Dios no solamente infundirá vida, sino que nos alimentará espiritualmente todos los días de nuestra vida. Sus preceptos nos enseñarán cual es el verdadero ejercicio del cristiano. Tendremos integridad, pureza, amor y todas las demás virtudes cristianas. Demos este primer paso hoy mismo. Esta es la verdadera obediencia al Evangelio de Cristo.

jueves, 22 de marzo de 2012

ORQUESTA SERMÓNICA


"Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. Y abriendo su boca les enseñaba" –Mateo 5:1

Hay sermones elocuentes y tediosos; largos y breves; buenos y malos; políticos y exegéticos; sociales y personales; unos llevan a la acción y otros ponen a dormir. Toda clase de sermones. Seguramente hemos oído nuestra parte de sermones y tenemos nuestra opinión sobre lo que debe ser un sermón. Hay un sermón que no admite comparación; es viejísimo, pero es nuevo; sencillo pero complicado. Se lo ha llamado simplemente "El Sermón del Monte" porque Jesucristo se subió a una colina cuando lo pronunció. Dice la Escritura al fin de este sermón que… "Cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad". Y hasta el día de hoy, cuando la gente oye este sermón, hay admiración por lo que dice y asombro por la forma de decirlo.

Pero ha ocurrido algo muy trágico a lo largo de estos siglos: la gente, mucha gente, se ha tomado la libertad de dar su propia interpretación a este sermón extraordinario. Se lo juzga como ejemplo de oratoria oriental; se lo observa como ilustración de literatura clásica; se lo juzga como colección de sabias sentencias y juicios juiciosos. Esto es una tragedia porque estas palabras de Jesucristo son mucho más que esas trivialidades superficiales. Este sermón encierra Vida Eterna; es voz que viene del cielo; proclama nuevo camino al hombre confuso; muestra derroteros a los vencidos por la vida. Lo que no debe hacerse con este sermón es acuchillarlo, cortarlo y despedazarlo como si fuese una colección de perlas sueltas o eslabones que no están unidos en cadena. No se puede tomar una frase de este sermón y adoptarla como lema, dejando de lado lo demás. No se puede tomar una parte del sermón sin comprender y aceptar su totalidad. Es un sermón que puede compararse con una orquesta. Un solo instrumento por sí solo produciría muy mala música, pero todos los instrumentos juntos producen una sinfonía maravillosa que deja embelesado al oyente. Es una ORQUESTA SERMÓNICA –un conjunto de enseñanzas estupendas que no deben separarse unas de otras sino que deben interpretarse a la luz de las demás.

Se habla de muchas cosas en este sermón. Se habla de quiénes son bienaventurados, de costumbres idealistas como arreglar los problemas personales antes de ir a los tribunales y pedirle al juez que lo arregle; define el adulterio como algo que brota, nace y se consume en el pecho humano; ordena amar al enemigo, caminar dos millas con el que pide una y darle la capa al que roba la túnica; dice que la gente debe hacerse tesoros, no en los bancos de la tierra sino en los recintos del cielo. Muchos sabios consejos y sobresaliente sabiduría. Pero, ¿es para todos esa riqueza moral? Esa es la primera pregunta que nos debemos hacer al ver esta joya de sermón. Hay quienes piensan que estas palabras de Jesucristo son para todos, sin excepción, y que si todos obedeciesen estas leyes del reino de los cielos tendríamos el cielo en la tierra. Otros piensan que Jesús pronunció estas palabras para una clase muy especial de gente, representada por los judíos de su tiempo, con quienes quiso establecer un reino nuevo en la tierra. Cuando los judíos rechazaron estas propuestas de Cristo, Dios las retiró de circulación, las tiene ahora conservadas en algún rincón del cielo y tal vez más tarde se decida a lanzarlas nuevamente sobre la tierra y hacer que venga su reino. Todo esto es opinión humana, por supuesto, y no se le debe prestar gran atención.

Hay que resaltar que, no pueden estas palabras de Cristo ser para todo el mundo porque distinguen ellas entre dos clases de gente ciertamente distintas. Dice, por ejemplo: "Cuando ores, no seas como los hipócritas" –vemos que el sermón admite dos clases de gente, por lo menos. Tampoco puede aceptarse eso de que estas leyes del reino de los cielos se hayan congelado para un tiempo más propicio. Si esto fuere cierto, no serían los creyentes luz del mundo ni sal de la tierra; no podrían jamás hacer la oración modelo y decir: "Padre nuestro, que estás en los cielos". Además, no hay una sola cosa en esta orquesta sermónica que no se encuentre también en otras partes de la Sagrada Escritura y si esto es así ¿por qué quitar una parte y no las demás? No, no es en alguna otra dirección que debemos marchar si hemos de disfrutar de esta orquesta sermónica.

Debemos en primer lugar, reconocer que el reino de Dios es espiritual. Esto es muy importante porque cada dos por tres en la historia surgen estos mesías que quieren identificar el reino de Dios con los reinos de esta tierra. Los judíos de la antigüedad lo hicieron y fue por esa razón que rechazaron al final al Cristo de Dios. Anhelaban un general de espada brillante y sombrero florido; y soldados y victorias, y ruinas romanas. Cuando se dieron cuenta que el reino de Jesucristo era distinto, lo abandonaron y al fin lo persiguieron. También en otros casos en la historia se han hecho estas cosas que tergiversan la enseñanza divina pero muestran la insensatez humana: reyes que representan a Cristo, naciones que se dicen ser cristianas y rechazadas que levantan el estandarte de la cruz mientras matan a mansalva y destruyen y se sacian solo con la sangre del prójimo. El reino de Dios no es cosa militar ni terrenal, ni política en primer término sino espiritual. Eso es lo que este sermón de Jesucristo deja ver a quien escucha sin prejuicio; hace ver que este reino está en el hombre, que bienaventurado son los pobres en espíritu, los pacificadores y los que padecen persecución por causa de la justicia. Una vez entendido este aspecto, será mucho más fácil escuchar esta sinfonía maravillosa.

En segundo lugar, debemos saber otra cosa. Este sermón de Jesucristo demuestra a las claras algo que la Biblia enseña también a las claras. Tal vez alguien jamás supo de esto, pero es bueno que lo sepa porque de ello depende su eternidad. El hombre, a raíz de su pecado, es incapaz de vivir para la gloria de Dios; no puede caminar derecho en senderos derechos; es egoísta y, por eso, no puede ni quiere amar y servir a Dios o a su prójimo. Es totalmente incapaz de hacer lo bueno. Necesita ser transformado, "nacer de nuevo" dice la Biblia. Esto es algo sumamente difícil para el ser humano. Nació una vez pero no puede entender eso de nacer de nuevo. Sin embargo, debe suceder. El sermón predilecto de Jesucristo demuestra sin lugar a dudas la necesidad absoluta de este nuevo nacimiento. Es literalmente imposible para el ser humano el empezar a comprender los distintos elementos del sermón de Jesucristo, y mucho más ponerlos en práctica. Si se desea aceptar el Sermón del Monte como guía para la existencia, se debe primero nacer de nuevo, obtener nuevo corazón. Es insensatez indescriptible suponer que alguien pueda vivir según las leyes del reino de Dios sin ser súbdito de ese reino, vivir eternamente sin haber llegado a ser cristiano primero.

Hay otro aspecto de esta orquesta sermónica que debe notarse; cuanto más se pone en práctica lo que enseña, mayores bendiciones se reciben y se siembran. Se habla de ser llenos del Espíritu Santo como si eso fuese el objetivo primordial de la vida humana. Este sermón de Jesucristo es mucho más práctico. Se limita a las experiencias de cada día, al aquí de la vida, al trajín cotidiano. Según Jesucristo son los que tienen hambre y sed de justicia los que serán saciados, llenos o satisfechos. Habla de ser luz en un mundo de tinieblas, es decir, posición de liderazgo para una humanidad que solo pueda tantear su camino incierto. Tremenda orquesta este sermón de Jesús. Muchos instrumentos y conmovedores sonidos. Pero el impacto es claro, en este sermón podemos ver lo más importante en la vida humana: cómo puede el ser humano vivir en la presencia de Dios su creador. Este sermón enseña a caminar en la presencia del todopoderoso; si alguien quiere vivir cerca de Dios, tendrá que vivir la vida que se describe en él. Si se quiere vivir para la gloria de Dios, que fue la intención inicial de Dios, deberá prestar atención a este sermón. Y si recordamos que un día habrá un juicio general, lo mejor sería examinar este sermón. Pudiera resultar en vida eterna y vida plena.


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La Hora de la Reforma –Reforma Viva

martes, 6 de marzo de 2012

EL NUEVO NACIMIENTO DEL CREYENTE Y LA PALABRA SANTA

"Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre" (1 Pedro 1:22,23).

La carta del apóstol Pedro nos enseña cómo el hombre y la mujer pueden llegar a ser un creyente en Cristo. Hay quienes piensan que uno ya nace cristiano, o porque nació en un país cristiano, de padres cristianos y por tal motivo en un hogar en el que se adora y respeta a Dios, ya hay bastante para alcanzar la vida eterna. Otros hay que mantienen que, si se es miembro de alguna iglesia, esto ya es bastante. Finalmente hay quienes creen que, si alguien quiere ser un cristiano, al fin lo será solo por su propio esfuerzo y decisión.

El gran apóstol Pedro niega todas estas opiniones al afirmar muy categóricamente: "Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre." Debemos afirmar que sólo el poder del Espíritu Santo puede hacernos cristianos. El apóstol Pedro agrega: "Elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Cristo" (1 Ped.1:2). Los hijos de Dios, nos dice el evangelista S. Juan- "no son engendrados de sangre ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios" (Jn.1:12,13). El nuevo nacimiento es la obra de Dios, y nadie puede llegar a ser cristiano sin que la gracia divina obre en su corazón por el Espíritu Santo. Pablo dice: "De gracia sois salvos, por la fe; y esto no es de vosotros, sino un don de Dios" (Efesios 2:8).

El valor del pasaje que estudiamos hoy en el primer capítulo de esta epístola, es que nos enseña cómo un hombre nace de nuevo. Notemos que el Espíritu santo opera un cambio radical en los corazones por la Palabra de Dios: "Si alguno está en Cristo, nueva criatura es, las cosas viejas pasaron…". Dice el apóstol Pablo: "La fe es por el oír, y el oír, por la por la Palabra de Dios" (Rom.10:17). Es de gran importancia notar que el Espíritu Santo y las Sagradas Escrituras se compenetran en la obra de la salvación. El mero oír, no salva a nadie; es el escuchar y asimilar la Palabra de Dios lo que produce la verdadera salvación. No es suficiente escuchar a un gran orador, es necesario oír lo que Dios nos dice en su Palabra, la Biblia.

El apóstol Pedro compara a la Palabra de Dios a una simiente incorruptible. Esto es probablemente una referencia a aquella conocidísima parábola de Jesucristo, la parábola del sembrador. La simiente germina, y al llamar a la Palabra de Dios simiente incorruptible, sabemos que tiene poder para crear nueva vida. Una simiente mala no produce vida, solo la buena simiente da vida en abundancia, y esta es la Palabra de Dios. El apóstol nos hace notar también que la simiente incorruptible –la Palabra de Dios- "vive y permanece para siempre". Compara al ser humano con la hierba que se seca o con la flor que cae marchita, y entonces exclama: "Mas la Palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la Palabra que por el Evangelio nos ha sido anunciada".

Esta es la mejor respuesta a aquellos que dicen: "Si la Biblia fue escrita hace tantos años, ¿cómo es posible que tenga un mensaje para nosotros en el día de hoy?...". La Palabra de Dios nos habla aún por que es una Palabra viva y eficaz. Si la creemos con nuestra mente y corazón somos salvos. La Palabra de Dios obrando por el poder del Espíritu Santo en nosotros nos lleva a Cristo, porque esa Palabra es el poderoso mensaje de salvación. Preguntémonos, pues, de nuevo: ¿Cómo podrá una mujer o un hombre ser salvo? Primeramente debemos escuchar la Palabra de Dios. Si tenemos un verdadero propósito en nuestra vida, si deseamos paz, esperanza, alegría y felicidad, debemos ir donde la Palabra de Dios es proclamada con toda pureza. La Palabra de Dios hará por nosotros todo lo que ha estado haciendo durante muchos siglos: creará fe en nuestro corazón, pero debemos escucharla sin prejuicios previos. Lo que la Palabra de Dios ha hecho para muchos otros, lo hará también para nosotros. El profeta Isaías exclama: "OID Y VIVIRA VUESTRA ALMA" (Is.55:3).

En segundo lugar, debemos responder con fe a esta Palabra que nos es predicada. No basta oír solamente, es necesario un acto de fe, una respuesta consciente. El apóstol Pedro recuerda a sus oyentes cómo llegaron a ser creyentes en Cristo Jesús con estas palabras: "Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad." La palabra clave en esta declaración es la obediencia. Esta es la respuesta necesaria. La salvación nos es descrita en el Nuevo Testamento a veces con la palabra creer y otras con la palabra obedecer. El carcelero de filipos dijo: "¿Qué debo hacer para ser salvo?", y la respuesta fue: "Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo tú y tu casa". El mensaje de la fe cristiana es "ARREPENTIOS Y CREED EN EL EVANGELIO".

Hablar de la fe, aparte de la obediencia, es hacer del nuevo nacimiento un mero proceso intelectual. Este es un peligro muy grande que a veces ha llevado a muchos a discutir sin fin las verdades del Evangelio. La Palabra de Dios es la verdad. El apóstol Pedro habla de la "obediencia a la verdad", y el Señor Jesucristo oró así: "SANTIFICALOS EN TU VERDAD; TU PALABRA ES VERDAD" (Jn.17:7). Esta verdad del Evangelio se dirige a toda la personalidad del hombre y requiere una completa obediencia. Es Dios quien viene a nuestro encuentro; Él es el Dios infinito, nosotros sus criaturas. Él es santo y nosotros pecadores. Pero Dios nos habla en la persona de Cristo y nos llama. La voz de Dios pide obediencia, y si respondemos a ella con sinceridad y con verdad desde lo más profundo de nuestro corazón, Dios nos recibe por su Gracia y Misericordia.

Jesucristo dijo: "El que quiera hacer la voluntad de mi Padre, conocerá si la doctrina es de Dios…". El problema de aceptar el Evangelio no es un problema intelectual, sino moral. Sus raíces no están en el intelecto, sino en la voluntad. La respuesta que el Evangelio requiere es una obediencia absoluta. Debemos someternos a la voluntad de Dios. Cuando el apóstol Pedro describe a aquellos que salieron del paganismo y nacieron de nuevo por la Palabra de Dios, nos dice que purificaron sus almas por la obediencia a la verdad. Fuente de salvación es esta Palabra de Dios que vive y permanece para siempre.