sábado, 10 de octubre de 2009

UNA IGLESIA REFORMADA EN CONTINUA REFORMA

Está en plena consonancia con el carácter propio de la Iglesia Reformada el que procuremos reconsiderar nuestra labor como portadores del Evangelio "hasta los confines de la tierra". Si nos atrevemos a llevar el título de "ecclesia reformata Semper reformanda", si creemos en la gran tradición de las iglesias reformadas, según la cual, la reforma no es algo que se hace simplemente una vez y luego se da por concluida, sino más bien que la Iglesia debe en cada generación estar lista a someter su tradición bajo el juicio de la Palabra de Dios, entonces estaremos completamente de acuerdo en que el trabajo de las misiones extranjeras no es una excepción a esta regla.

La comisión dada por el Señor a Su Iglesia de predicar a todas las naciones es de validez inalterable hasta cuando Él venga de nuevo. La manera en que esa comisión debe ser realizada está ciertamente sujeta a cambios. Las misiones extranjeras, en el sentido en que las conocimos, son una forma relativamente de obediencia a la Gran Comisión. Por un lado ellas fueron y han sido usadas por Dios para escribir uno de los capítulos gloriosos de la historia de la Iglesia. Pero, por otro lado, según nos dimos cuenta desde hace algún tiempo, ellas han sido influidas profundamente de lo que nos parece, por los eventos del mundo en medio del cual operaron, por el movimiento cultural y de expansión política, efímero, pero de inmenso significado, de las razas blancas de Europa Occidental en el resto del mundo.

Ahora que ese dominio temporal ha llegado a su fin, es natural que con un cambio tan profundo en las circunstancias del mundo actual, las normas de acción misionera que nos han sido tan familiares se hallen sometidas a críticas severas. En este punto necesitamos tener cuidado, al darnos cuenta de que nos hemos conformado demasiado a los siglos XIX y XX. Y el tratar de conformarnos también al siglo XXI no es precisamente la solución adecuada. No estamos llamados a conformarnos a este mundo, sino a ser transformados por la renovación de nuestro entendimiento.

Dios, de tiempo en tiempo, usa los cambios y los incidentes de la historia para sacudir la conformidad de su pueblo con el mundo, pero cuando esto sucede, nuestra tarea no es simplemente la de soltar el timón y dejarnos llevar por los nuevos vientos, sino más bien la de mirar nuevamente nuestra carta de navegación, tomar el compás, y preguntarnos cómo vamos a utilizar los nuevos vientos para cumplir con la ruta que se nos ha trazado. Cada nueva situación es en sí misma una invitación a poner de nuevo todas nuestras tradiciones bajo el juicio de la Palabra de Dios. Esta frase describe con propiedad el propósito de todo lo que tenemos que hacer, y a la vez, preguntarnos con seriedad, cómo debemos enfocarnos a la luz de la Santa Palabra.