martes, 19 de octubre de 2010

METAMORFOSIS (III): REFORMAR LA ENSEÑANZA

Leopoldo Cervantes-Ortiz
 

1. La educación de la fe

Uno de los puntos críticos del debate religioso actual es la posibilidad de que la educación religiosa se legalice y reglamente en países donde se ha impuesto el Estado laico. En Costa Rica, por ejemplo, el gobierno le paga a los profesores de religión en las escuelas públicas, aunque la Iglesia Católica es quien nombra y autoriza a los docentes. Semejante situación, tan desafiante para la laicidad del Estado actual, obliga a replantear las características de la educación en materia de fe. En este aspecto habrá que preguntarse acerca de la responsabilidad de las familias y las iglesias ante el Estado y si éste verdaderamente debería desempeñar un papel en este proceso. Las enseñanzas bíblicas acerca de la interacción entre estas tres instancias se concentran en una crítica de las que van más allá del ámbito familiar, el cual es visto como el lugar privilegiado para la educación en su forma más elemental.

Deuteronomio 6.6-9 (lo mismo que 31.9-13), el capítulo clásico sobre la instrucción para las nuevas generaciones de Israel, insiste en la responsabilidad de que en el seno familiar se establezca sólidamente una enseñanza que hoy podría calificarse de religiosa ("Grábate en la mente todas las cosas que hoy te he dicho, y enséñalas continuamente a tus hijos; háblales de ellas, tanto en tu casa como en el camino, y cuando te acuestes y cuando te levantes. Lleva estos mandamientos atados en tu mano y en tu frente como señales, y escríbelos en el marco de la puerta de tu casa y en las puertas de tus ciudades"), pero que si hemos de ser honestos no queda más remedio que llamarla "teológica" porque el contenido de esa enseñanza tiene que ver con las características del pacto que Yahvé había llevado a cabo con el pueblo desde la antigüedad en camino hacia una nueva forma de sociedad. Escribe Edesio Sánchez: "...el mensaje central de la Biblia, resumido en el shemá (Dt 6.4.5) abarca tanto la lealtad total a Dios y la justicia social. Eso explica por qué Jesús, cuando se le inquiere sobre 'la palabra más importante en la Biblia' responda resumiendo los dos grandes bloques del Decálogo: preocupación por la fidelidad a Dios y preocupación por el bienestar del prójimo: Ama Dios con todo lo que eres y ama a tu prójimo como a ti mismo (Mc 12.28-34)".[1]

Deuteronomio es un libro para un pueblo en transición, para una generación que debe enfrentar tentaciones y desastres, y "no halla otro lugar más importante para depositar el meollo de la fe bíblica que el hogar".[2] En una época de reformas, cuando el redescubrimiento de la voluntad divina en su palabra fue asumido como el motor para replantear la vida de la sociedad, se expuso la necesidad de volver al espacio familiar como el lugar educativo por excelencia, aun cuando las demás instancias (el Estado y el templo) cumplían ya una función prescriptiva determinante. Ambas advirtieron, desde su responsabilidad propia, que lo más relevante para lo que podría denominarse "enseñanza teológica intrafamiliar" serían los "diálogos pedagógicos" como el que aparece esbozado en los vv. 20-25, en donde la generación anterior ubica históricamente las acciones de Dios y las coloca en el nuevo contexto que le toca vivir a los nuevos integrantes del pueblo que no fueron testigos de las acciones divinas. La lucha profética contra la idolatría tenía que desembocar en la definición familiar de "Dios verdadero" y "culto verdadero", las cuales debían conducir a una serie de prácticas éticas individuales y colectivas como fruto de la genuina reflexión sobre los mandamientos de Dios (teología).

2. Educar y reformar

Catequesis es una palabra con la que estamos familiarizados gracias a algunas de sus derivadas: catecúmenos, catecismo. Estamos hablando de formación cristiana, de educación. Porque la Reforma Protestante retomó el impulso de la Iglesia antigua para contribuir sólidamente a la formación integral de las personas, sobre todo en una época en que la educación sólo llegaba a los núcleos más favorecidos. En ese sentido, la catequesis sirvió como adoctrinamiento y "escuela pública", que no existía como tal hasta ese momento. La lectura de la Biblia y de los documentos doctrinales que comenzaron a circular profusamente marcó a las nuevas comunidades y las transformó en espacios culturales y religiosos en los que el contacto con los textos sagrados funcionaría como una auténtica escuela en todos los sentidos. En este ámbito, la doctrina del sacerdocio universal fue también el trasfondo de los hábitos y prácticas educativas que se establecerían formalmente con el paso del tiempo.

En vida de Calvino, dos fueron los momentos más importantes de este proceso educativo. En el primero, mediante su Catecismo de 1538, como explica J.C. Coetzee, "intentó explicar de la forma más clara y convincente las enseñanzas de su Institutio en palabras más simples y en construcciones más asequibles para la comprensión de los niños. Este Catecismo era el libro de texto para las clases de catecismo de los domingos al mediodía, a las que debían asistir infaltablemente todos los niños con estricta puntualidad, bajo penas civiles impuestas a sus padres, quienes además estaban obligados a impartir enseñanza religiosa en sus hogares".

En el segundo, la fundación de la Academia de Ginebra (en 1559), una institución que puso al alcance de la población los saberes de la época, ciertamente desde una óptica teológica, pero con notoria influencia del humanismo con que este reformador asumió su tarea dentro y fuera de la iglesia. De ese modo, intentó aplicar los avances pedagógicos de la época para que los estudiantes recibieran una formación integral que respondiera a las necesidades del momento.

En la Academia, también conocida como "escuela pública", y en el Colegio o Gimnasio, conocido como "escuela privada", se enseñó Teología, Artes y ciencias seculares. En la Academia, se añadirían Leyes y Medicina. La escuela privada era preparatoria para la escuela pública. La calidad de estas escuelas se llegó a comparar con la que ofrecía La Sorbona en Francia. Coetzee cierra su resumen así: "En la escuela de Calvino el hogar como tal no jugaba ningún papel de control. A los padres se les pedía dos cosas: enseñar a sus hijos los primeros principios de la religión cristiana de acuerdo con el Catecismo y enviar a los niños sin objeción ni descuido a la escuela; si no, estaban sujetos a castigo. Calvino consideraba la educación secular y religiosa como deber de los padres".[3]

De esta manera, Calvino trató de conjuntar en una práctica educativa equilibrada el papel que cada instancia debía desempeñar: el Estado, visto aún como promotor de la fe cristiana, debía crear las condiciones para que el mensaje del Evangelio se expandiera de la mejor manera posible. Actualmente, con la laicidad que debe caracterizarlo, este aspecto se transforma en un respeto básico por las creencias de todos. La Iglesia, especificando su tarea como enlace entre las familias y el Estado, cumpliría su responsabilidad ante Dios mediante una adecuada transmisión de las verdades bíblico-teológicas. La familia, una vez más, según los postulados bíblicos seguiría siendo la depositaria del legado de la fe para preservarlo, transmitirlo y actualizarlo.


 


 

[1] E. Sánchez Cetina, "En la instrucción de YHVH está su delicia. La Palabra de Dios en la Iglesia", en sitio de la Fraternidad Teológica Latinoamericana, http://ftl-al.org/index.php?option=com_content&view=article&id=110:en-la-instruccion-de-yhvh-esta-su-delicia-edesio-sanchez&catid=15:ponencias&Itemid=46.

[2] E. Sánchez Cetina, "La familia, educadora de la fe", en Jorge E. Maldonado, ed, Fundamentos bíblico-teológicos del matrimonio y la familia. Grand Rapids, Desafío, 2006, p. 83.

[3]
 J.C. Coetzee, "Calvino y el estudio", en Jacob T. Hoogstra, comp., Calvino, profeta contemporáneo. Grand Rapids, TSELF, 1974, p. 228.