jueves, 28 de octubre de 2010

“LA HORA DE LA REFORMA”

(ROMANOS 12: 1-2)

Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.

La palabra reforma es probablemente la más popular en el mundo en el día de hoy. En ella están canalizados los anhelos de pueblos que durante años han estado ansiando una transformación total. Hoy se habla con toda naturalidad de la reforma social, la reforma de la enseñanza, la reforma moral de los pueblos, etc. y en estas reformas están cifradas las esperanzas de pueblos nobles, generosos y amantes de su libertad. Pero hay más, este mismo año como en los anteriores es también el año de la reforma para el mundo protestante. Una figura ciclópea la de Juan Calvino asoma de nuevo su perfil y se convierte de pronto en un personaje contemporáneo, veamos las fechas y los datos. En el año 1509 hace justamente 501 nació Juan Calvino en Noyons Francia. En el año 1559, a la edad de 50 años (es decir, hace 451), Calvino produjo dos obras fundamentales para el protestantismo. La edición definitiva de las institutas, que es el más portentoso esfuerzo realizado por un hombre para dar a conocer a su pueblo las doctrinas de la biblia. Y la fundación de la universidad de ginebra, que vino a ser el impulso inicial de la formidable obra educativa de las iglesias presbiterianas y reformadas por todos los ámbitos de la tierra.

También celebramos un año más de la organización de la iglesia reformada en Francia, el aniversario 452 del primer presbiterio fundado en el mundo. Y otro fiero personaje –Juan Knox- siembra casi al mismo tiempo las raíces de la reforma en su patria con la organización de la iglesia presbiteriana escocesa. Este como cada año, es pues, año de jubileo protestante, cuando la reforma está en todas las bocas y los aniversarios se suceden uno tras otro. Así que, no es exagerado afirmar que esta es la hora de la reforma, y conviene que analicemos paso a paso las implicaciones de esta afirmación. Para ello, comencemos por leer la base y sentido bíblico de nuestros comentarios, por que las experiencias que se relatan en la biblia son reproducibles en todo punto y hora, es decir, que tienen vigencia en cualquier lugar y en cualquier ocasión.

En su carta a los romanos, Pablo escribe once largos y difíciles capítulos de corte teológico y doctrinal. Al llegar al duodécimo, comienza de esta manera: "por tanto yo os ruego que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a dios, que es vuestro culto racional. y no os conforméis a este siglo; sino reformaos por la renovación de vuestro entendimiento. Esta doctrina fundamental es la sustancia de la fe. Solo cuando se cree rectamente se llega a obrar correctamente. Por ello, al comenzar el duodécimo capitulo se ofrece el otro lado de la moneda (el de la conducta) y se dice "por tanto". Así que, es la lógica del por tanto. Es como decir: "si es verdad que creemos todo lo que decimos que creemos, debemos actuar en consonancia". La ética no es más que una consecuencia de la teología. El hacer no es más que una derivación del creer.

La palabra clave –creo yo- de este ruego es- mitad consejo, mitad mandato- la palabra reformaos. Es el apóstol Pablo quien dice a los cristianos de Roma: "REFORMAOS". Y la iglesia toma para sí esta palabra fundamental, la hace suya, y la lanza por boca de sus ministros y profetas a los cuatro vientos del mundo. Porque esta palabra fue escrita en el primer siglo, más tiene vigencia en todos los siglos.

"REFORMAOS", dice la iglesia hoy a los que claman por una paz justa y duradera entre las naciones del orbe;

"REFORMAOS, a los que tienen en sus manos el poder y la riqueza;

"REFORMAOS", a los viejos cínicos y a los jóvenes ambiciosos;

"REFORMAOS", a los que viven sin fe y sin Dios;

"REFORMAOS", a los que tienen una fe insípida y un dios intrascendente.

Esta es la hora de la reforma de la mujer y del hombre. Todo tiene que empezar por la mujer y el hombre mismo. Revolución en todos los sentidos, y la revolución bien entendida, es el retorno a la justicia y el orden. La revolución exige caminos, rutas ciertas, soluciones, planes de largo alcance. Nada hay tan lejos de la revolución como la revuelta. Este solo busca la venganza, es un salto en el vacío. Y yo hablo de la revolución que empieza por cambiar al hombre mismo, que intenta transformar su argamasa espiritual y construir los muros de su redención permanente. No podemos olvidar esta verdad: este pueblo se salva definitivamente o se pierde irremisiblemente en el crecer y en el hacer de cada uno de sus hijos. La reforma del País tiene que empezar por el ciudadano mismo. Y ya sabemos por experiencia de uno y mil casos que no hay honestidad verdadera sino existe el fundamento espiritual que solo Cristo ofrece; que no hay verdadera moral si no está basada en las firmes convicciones de la ética cristiana. Que no hay patriotismo verdadero si el ciudadano que se dice patriota no está dispuesto a la entrega sin reservas, al sacrificio gozoso de que solo un creyente puede ser dechado y ejemplo. "oh, hombre – declara el profeta miqueas 6:8, Dios te ha declarado lo que es bueno, y lo que él espera de ti: solamente hacer justicia, y amar la misericordia, y humillarte para andar con tu Dios".

Como consecuencia natural de esta esperanza y estas ansias, afirmamos que esta es la hora de la reforma de la sociedad. Y si esta reforma lleva la impronta protestante, el sello evangélico, la rúbrica bíblica, mucho mejor. Una democracia verdadera necesita ciudadanos realmente libres, y solo son realmente libres aquellos que han roto las cadenas de la esclavitud del pecado y arreglado sus cuentas con Dios. Una democracia necesita también de ciudadanos con desarrollado espíritu crítico y agudo sentido de sus responsabilidades. Solo el ciudadano cristiano cumple cabalmente con estos deberes sociales. Su entera adhesión a la suprema soberanía de Dios por sobre todos los otros poderes y gobiernos de este mundo –"solo Dios es señor de mi conciencia"- le enseña a calibrar. A establecer una bastante exacta escala de valores, a colocar naturalmente las ideas y los deberes en el orden que en verdad les corresponde. En una democracia genuina – que es la que anhelamos en nuestros países – todo hombre respeta la dignidad de los demás, el derecho de los demás, el pensar y el sentir de los demás. Solo donde reina el espíritu de Cristo se puede hallar esta tolerancia que es raíz directa de la armonía y de la paz. En este respeto al derecho ajeno desaparecen las castas, y los privilegios, y los favoritismos, y los abusos, y todo tipo de injusticia.

Esta es la hora de la reforma de la iglesia. Y aquí me refiero tanto a una como a la otra vertiente de la iglesia. Hemos de recordar que uno de los énfasis de la otra reforma, la del siglo XVI fue esta: Que la iglesia de Dios no es una jerarquía de potentados que se pavonean de sus prerrogativas y poderes, sino que es una comunidad de creyentes, de hombres y mujeres unidos por el amor de Dios revelado en Jesucristo y presentado en las escrituras. La iglesia tiene que reformarse en sus enfoques y en su programa, porque de otra manera el pueblo pierde la fe en ella, si es que no la ha perdido ya. Nada hay más peligroso para la iglesia que su propia complacencia, si no hay inquietud, no hay progreso. Y hay iglesias que van perdiendo paulatinamente el sentido de su misión, el empuje de su pasión y la calidad de su proclamación. Tratando de alejarse de la controversia ineludible que hay en todas las cuestiones vitales, la iglesia descubre repentinamente que no tiene importancia ni ante sus propios ojos. Y si hay algo mas muerto que una iglesia que ya no encaja en las necesidades de su pueblo, tendríamos que verlo. Las gentes dejaran de estar interesadas – y con razón – en una institución que no ministra a las necesidades más profundas – y aun desesperadas – de sus vidas. Pero hay que tener mucho cuidado – en medio del entusiasmo que despierta todo llamado a una reforma – de no confundir el propósito con el programa. El programa de la iglesia ha de estar siempre en proceso de cambio, pero el propósito de la iglesia jamás cambia, porque en este propósito van imbíbitos la misión y el mensaje de Jesucristo. El propósito de la iglesia será siempre el de proclamarle como el señor de las vidas y de la historia, porque para eso la iglesia es columna y apoyo de la verdad. Pero este propósito no será más que letra muerta de los cuadernos de la escuela dominical y palabra muerta de los ministros desde el púlpito, si la iglesia toda no es un pueblo escogido y salvado que sirve a otro pueblo descarriado y perdido, en el nombre de Dios, cuyo amor no tiene límites, y cuya piedad no reconoce fronteras.

Hay un cuadro de salvador Dalí, el famoso pintor catalán ya muerto. Y este cuadro lo tituló "la persistencia de la memoria", y en el mismo están representados tres relojes de bolsillo, a los cuales se ha extraído todo el mecanismo interior. Entre las cuerdas y los tornillos, colocados en lugar aparte, pululan toda clase de insectos. Uno de los relojes cuelga, como un trapo, de un árbol seco que se alza al borde del mar. Otro cabalga sobre un animal indescriptible. El tercero, colocado al borde de una mesa, como se ha derretido y licuado, y está a punto de caer al suelo. Son relojes flácidos y desmayados, que representan el curso detenido del tiempo. Son relojes con horarios, minuteros y números dibujados en la superficie, pero no pueden dar la hora, porque les falta el ensamblaje interno. Yo me pregunto si en este instante en nuestro país nos estamos rigiendo por relojes que no representan exactamente la hora que vivimos, porque les falta el mecanismo interior, la dinamo espiritual que es capaz de mover las montañas por medio de la fe.

No basta con tener agujas que señalan y números bien dibujados: la función de un reloj es dar la hora, y dar la hora exacta. Y si sabemos leer las señales de los tiempos, nos daremos cuenta de que esta es la hora de la reforma "Iglesia reformada siempre reformándose". Reformaos por la renovación de vuestro entendimiento. Porque reformar no siempre es innovar. A veces reformar consiste en renovar. Como el caso de los reformadores protestantes del siglo XVI, cuyo interese no era fundar una nueva iglesia, sino volver a la iglesia de los primeros tiempos, renovar la prístina pureza del Evangelio de Jesucristo. Quizás si lo que más necesitamos ahora no es introducir inyecciones de novedad, sino volver a las viejas verdades de que "el que cree en Cristo es una nueva criatura", y de que "esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe".

Cuando estas afirmaciones lleguen a ser realidad sustancial, habrá una verdadera reforma en el hombre y la mujer, en la sociedad, en la iglesia. Y mientras no sea así, todas las otras reformas no serán más que soluciones temporales y circunstanciales. Nuestro país está urgido ahora más que nunca – de la operación reformadora de una iglesia en continua reforma. Cabe aquí, pues, un llamado. "yo os ruego, por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional". Porque no hay reforma vital, si no hay sacrificio. Solo por el sacrificio de Jesucristo hay posibilidad de reforma para el hombre. Solo por la entrega de los cristianos presbiterianos a un ideal superior – la gloria de Dios y el establecimiento de su reinado entre los hombres – habrá una patria nueva.

Estoy cada día más convencido de que el llamado profético de esta hora va especialmente dirigido a la juventud, porque este es el minuto de los jóvenes. He dicho el minuto, y me apresuro a repetirlo, porque es solo un minuto, porque es una oportunidad que pasara muy rápidamente y es ahora cuando hay que bregar con ella, en una lucha parecida a la de Jacob con el ángel de Dios. La iglesia – Dios mismo – está llamando a los jóvenes con madera heroica a entregar sus vidas en sacrificio vivo, santo, agradable señor, por amor a esta tierra que nos vio nacer. En manos de jóvenes cristianos han de estar los aperos de labranza que habrán de roturar la conciencia mexicana para sembrar en ella la reforma permanente que dará frutos de victoria.

Oremos: te rogamos, padre amante, que perdones a este pueblo sus desviaciones y sus rebeldías. Que nos enseñes el camino sabio y la conducta limpia. Concédenos el ansia por la constante reforma, pero basada en el fundamento único que es Jesucristo. Bendice a la juventud para que comprenda la magnitud de esta hora y entregue cada uno su vida en sacrificio vivo, santo, agradable a tus ojos. Te lo rogamos en el nombre de Jesús, amen.