lunes, 5 de diciembre de 2011

NI RECHAZO, NI ABRAZO

Este mundo está repleto de cosas buenas y está repleto de cosas malas. No es fácil determinar cuáles son cuáles. Es de suponer que siempre habrá una cierta medida de confusión en este escabroso tema y que jamás habrá una sola opinión sobre todo ello. Hay quienes piensan que estos tiempos han visto una multiplicación de las cosas malas en la cultura. Los medios masivos de comunicación han destruido muchas cosas maravillosas de antaño y han traído muchas nuevas a la vida. Esto dificulta aun más la gran tarea de colar las cosas y separar lo que es bueno y lo que es malo. Hay pornografía que estremecería a los malvados de Sodoma; hay violencia en la pantalla y hasta en las calles; hay incentivos a la inmoralidad que antes no se permitían; cinco divorcios por parte de una actriz es cosa normal y las drogas se las considera normales, y el abuso de mujeres y niños, y la explotación de semejantes y falta de libertades con las cuales el hombre nació por naturaleza. Las películas promueven cosas que Dios prohíbe y las costumbres van en descenso moral. Es en el trajinar diario que se forma la cultura. Es una mezcla de las canciones y las comidas, de la música y de las meriendas, la propaganda y el progreso, la escuela y el estudio, el teatro y los títeres, los libros y los lujos. Todo esto y mucho más pasa a formar parte de lo que se llama la cultura. A través de los siglos, los creyentes en Cristo Jesús han tenido un serio problema con este asunto. ¿Se separa el hijo de Dios de las cosas que considera como propias del hijo del diablo? ¿Puede un redimido que se dirige al cielo, detenerse en esta vida y recrearse en su jornada? Hay sentencias bíblicas que parecen enigmáticas porque es claro que la vida no es tan solo comer y beber y dormir; hay responsabilidades y tareas; hay un juicio que espera al fin del viaje; hay un Dios que ve los actos de cada uno. ¿Viven los creyentes en Cristo la misma vida que los inconversos? ¿Comen igual? ¿Se divierten del mismo modo? ¿Se ríen de las mismas cosas? ¿Escriben libros? ¿Componen música idéntica?

Históricamente, se han dado dos extremos en respuesta a esta incógnita. Una podría llamarse el extremo número uno. Allí estaba el ermitaño de fama universal. Este creía que su destino era el cielo y que nada tenía que ver con este mundo. Su único interés era separarse completamente de las actividades diarias de sus contemporáneos. Creía que el mundo estaba enredado en mal y pecado e inmoralidad y que, en consecuencia, él no tenía ni derecho, ni deber, ni deseo alguno de hacerse partícipe. Se edificaba una torre bien alta y allá arriba se pasaba su existencia esperando la muerte y condenando los grandes males que ocurrían allá abajo en la tierra. Él estaba a salvo en su elevada torre o en su cueva o en su monasterio o en su iglesita o en su grupito de iguales. Si era algo, solo era espectador y crítico; jamás participante. Este extremo puede definirse como un rechazo pleno y plano de toda actividad humana. El mundo tiene su cultura pecaminosa y el tenía su cultura independiente. La tragedia de esta filosofía de la vida es que se está haciendo cada vez más difícil si es que jamás fue posible. ¿Cómo puede una persona hoy en día mantenerse totalmente ajeno al mundo en que vive, a la música y las costumbres? Si cierra las puertas, alguien puede mantener los ladrones y drogadictos y maleantes en la calle…pero los conceptos y representaciones se le meten en la casa de todos modos por medio de películas, de televisión, radio, discos, revistas y visitas de amigos. Es prácticamente imposible mantenerse totalmente alejado del diario trajinar si es que uno ha nacido en este mundo y en este siglo. Pero esta mentalidad aun persiste porque hay miles de genuinos creyentes que se ilusionan con la idea de que ellos no participan ni participarán jamás en el desarrollo de la cultura en que se desenvuelven. Extremo número uno: RECHAZO.

La otra postura común –tal vez más común hoy en día que en otro siglo- es EL ABRAZO. Estos cristianos consideran que deben meter sus dedos en todo lo que ocurre; deben abrazar tan fuerte como puedan los elementos culturales que los rodean. Si el mundo gusta de cierta música, ellos también gustarán; si el mundo aprueba la unión legal de los homosexuales, ellos no pueden oponerse; si el mundo promueve una idea novelesca, ellos también aprueban. El creyente y el que no lo es se pierden en un fraternalísimo abrazo que los confunde totalmente. No hay diferencias visibles, no hay distinciones palpables, no hay separaciones discriminatorias, la cultura existente es la cultura en la que Dios los ha ubicado y ellos pasivamente lo aceptan todo como si fuese también don divino.

Pero hay también la posición media –entre el rechazo y el abrazo. Las Sagradas Escrituras no toleran esos extremos ni Dios exige que sus hijos e hijas se vayan a ellos. Ni rechazo ni abrazo. El creyente debe permanecer independiente de las corrientes culturales que lo rodean pero debe también ser parte de ellas; debe de abstenerse de lo sucio y atenerse a lo limpio; es su deber filtrar la maldad e introducir la bondad; el creyente tiene la responsabilidad delante de Dios de servir delante de los hombres. Esto es, en primer lugar, la voluntad específica del Dios que ha redimido y salvado. ¿Creemos acaso que dejaría Dios a sus hijos en este mundo apenado si no fuera porque tienen aquí una enorme responsabilidad? Si no tuviéramos algo que hacer aquí Dios nos hubiese extraído de esta vorágine y nos hubiera llevado a sus pacíficas mansiones celestes. Pero aquí nos ha redimido y aquí nos ha puesto, y aquí nos ha dejado. Una de las principales razones para esto es que este mundo no es del diablo por más que así parezca. No es este mundo de las fuerzas diabólicas aunque haya abundante evidencia de tal cosa. Cierto es que hay crimen y hay violencia, y hay mentira y hay deshonestidad, pecado, pecado y más pecado, pero también es cierto que Dios no ha abandonado a su mundo, ni lo ha dejado a la deriva. El es soberano del universo y todo está en su mano. Nada, absolutamente nada ocurre si su expresa voluntad. ¡Dios no ha concedido la victoria al demonio ni mucho menos! su hijo es Rey de reyes y Señor de señores. El levanta reyes y los vuelve a quitar y todos los detalles de la historia están bajo su control. Por eso NI RECHAZO NI ABRAZO, sino una postura de soldados que obedecen al comandante en jefe, una postura de agentes que representan los intereses de Dios en un campo de batalla donde el diablo tiene a veces sus triunfos. ESTE MUNDO ES DE DIOS aunque esté invadido por fuerzas enemigas, y las fuerzas de Dios están haciendo todo lo que pueden por reconquistar la nación ocupada. PORQUE ESTE MUNDO ES DE DIOS, El ha puesto a sus hijos como agentes activos en las líneas de acción y la cultura.

Tal vez haya quien no acepte esta tesis, pero es necesario que se oiga: LAS FUERZAS DE CRISTO EN ESTE MUNDO NO QUIEREN RECHAZAR ESTE MUNDO NI TAMPOCO ABRAZARLO, PERO SÍ INVOLUCRARSE PLENAMENTE EN EL TRAJÍN PORQUE ESA ES LA ÚNICA ESPERANZA PARA ESTE MUNDO ENFERMISO Y CANCEROSO. Basta observar el escenario ante nuestra vista, contemplar estadísticas sociales, analizar realidades políticas, estudiar los problemas económicos, etc. La única conclusión sana es que se requieren soluciones y soluciones nuevas y mejores, establecidas por las leyes del cielo mismo. Hay que dar oportunidad a las fuerzas de Dios para que se introduzcan en todas las esferas de la acción humana y sean allí levadura o fuerza saneadora. Es a esto precisamente que se refería el Señor Jesús cuando designó a sus seguidores, no como azúcar o miel o jarabe, sino como LA SAL DE LA TIERRA. El mundo necesita los efectos preservativos de la sal; el mundo necesita de las virtudes dolientes pero curativas de la sal.

No, no abracemos a este mundo si fuese hermano carnal, pero no lo rechacemos tampoco como si fuese extranjero y extraño y de otro planeta. Estamos aquí y no en Saturno; estamos aquí porque Dios aquí nos puso, ESTAMOS AQUÍ PARA SER SAL DE LA TIERRA. Decía el apóstol Pablo a sus amados romanos "no os conforméis a este siglo", es decir, "no os dejéis dominar por el mundo que os rodea, ni permitáis que ese mundo os dicte el pensamiento, no dejéis que esa cultura impía formule vuestras soluciones". El creyente tiene fuentes inagotables de recursos para que pueda salir al mundo a hacerle batalla al enemigo y transformar no solo la vida suya sino también el ambiente donde se mueva. Debe activarse, debe agregar su nombre a la lista de quienes participan y se ensucian las manos, y mueven sus pies y enfocan sus ojos. Ni rechazo ni abrazo, sino participación cristiana y positiva.

A esto la Reforma le llamó EL MANDATO CULTURAL. Somos llamados a permanecer en este mundo y ser sal y luz en todos los aspectos. Nuestra doctrina reformada enfatiza la obligación que tenemos los cristianos de vivir una vida activa en la sociedad, y trabajar para la transformación del mundo y su cultura. Pero esto no será fácil. La batalla misma es dura. Los enemigos son fortísimos. Los peligros merodean por todas partes. Amenazas acechan. Pero en, por y para Cristo, la batalla y las corrientes del mundo no nos arrastrarán hacia el abismo. Necesitamos obedecer a Cristo como nuestro único e incuestionable Señor. Y recordemos que para nuestro accionar no hay mejor compañero y amigo.