jueves, 22 de diciembre de 2011

ESAS PRECIOSAS PROFECÍAS

¿Cómo sería el Salvador del mundo? Esta pregunta se alojaba en la mente de millones durante siglos enteros. Preguntas miles en mil formas distintas. Preguntas sin respuesta clara y definida. Nadie fue anunciado con más frecuencia, ni de nada se hicieron más predicciones que de ese Salvador del hombre. Era el centro de la historia. Pero… ¿qué es eso de Salvador? Bueno, la cuestión es teológica por cierto, pero también es práctica. Teológicamente, el hombre había caído en pecado y los resultados de su pecar eran tales que no había posibilidad alguna de que fuese admitido nuevamente en el hogar paternal de quien fuera su Creador. ¡El hombre creado a imagen de Dios, era un paria de lo divino! Si habría de reconciliarse con Dios era absolutamente necesario que surgiese un Salvador; alguien que fuese capaz de satisfacer las demandas de Dios y meterse en la realidad humana. Esa es cuestión teológica. Pero es también de carácter práctico. Solo se requería, entonces como ahora, echar una mirada sobre la condición humana, y el menos despierto se daba cuenta de que las cosas no andaban bien. El significado de la vida no existía; la comprensión de las grandes realidades estaba ausente; el mal. El dolor, angustias y tergiversaciones. Era bien claro que la vida humana no marchaba sobre rieles; su cielo se veía borrascoso, su paso era indeciso; su camino, azaroso; su destino, sólo enormes interrogantes. ¡Sí, ciertamente, era necesario un Salvador, algo, alguien, alguna cosa, remedio, solución, respuesta al dilema humano!

Como siempre, fue Dios quien produjo la solución. El hombre no podía producirla, pese a sus esfuerzos aplastantes. Dios lo produjo. El Dios soberano que creó todas las cosas y las gobierna según el poder de su palabra y según su inquebrantable voluntad. Fue la solución de los siglos. La única solución posible. Una solución que la humanidad no siempre entiende y no siempre quiere entender. Pero Dios puso en movimiento sus múltiples programas que traerían, al fin, la solución indispensable. Dios revelo con su verbo el plan de redención. Desde muy temprano demostró sus planes en palabras humanas. Cuando, decaídos de espíritu, los primeros hombres fueron expulsados del paraíso, oyeron también las palabras alentadoras de Dios: Habrá enemistad entre la simiente de la mujer y la del diablo; profunda enemistad; pero un día esa simiente humana dará por tierra con la otra. No era la clara visión, algo así como una montaña que se encuentra casi a invisible distancia. Pero hubo más revelación y nuevas declaraciones de Dios en distintos momentos de la historia. Envió profetas que hablaron del presente decadente pero también señalaron hacia un futuro brillante. Palabras como estas se hicieron populares entre la gente: "Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces. Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová".

Muchos otros detalles fueron revelados. Usted puede leer algunos capítulos de las profecías de Isaías y verá claramente ese Salvador que Dios prepara para el hombre. Las naciones serían benditas en él. No habrá forma de contar sus redimidos. Establecerá su trono eternamente. Será bálsamo de las naciones. Su nombre será Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la Paz no tendrán límite. Será despreciado y desechado entre los hombres, experimentado en quebranto y herido por nuestros pecados. Pero estas preciosas profecías fueron sostenidas por otras realidades. No es solo cuestión de palabras proféticas. Nada de eso. Era el Dios soberano que estaba preparando la salvación del hombre y todo el concierto del universo toma parte en el proceso. Dios utiliza las locuras humanas y los errores, la idiosincrasia del universo, para cumplir sus designios. Podemos ver imperios orgullosos que levantan su cresta y luego caer como gigante sin piernas. Dios crea una nación especial para llevar a cabo adelante su plan redentor. Selecciona un Abraham en lejanas tierras para que tome la antorcha de su verdad y hacer de ese desconocido el padre de una famosa nación. Tienen que aprender muchas cosas en su desarrollo y cada experiencia es una enseñanza y lección. Su país prospera pero luego cae de su pedestal a la vergüenza; sienten alegría cuando viven cerca de Dios pero lloran en la miseria de su exilio cuando lo abandonan. ¿Por qué mantiene Dios su interés en semejante pueblo rebelde, contumaz, insensato, desagradecido? No era por bonitos o graciosos, sino solo porque Dios estaba empeñado en la gran empresa de producir un Salvador para el hombre –un Salvador que aparecería un día en medio de aquel pueblo suyo. Por eso y para eso existió la nación hebrea.

Pero Dios se apoderó aun de las otras naciones del mundo para llevar a cabo su plan y cumplir sus preciosas profecías. Vemos el poderío de un Egipto que explota a los hebreos como si fuesen esclavos. Los hebreos edifican ciudades para los egipcios –tal vez pirámides. Pero cuando llega el momento, no hay fuerzas egipcias, ni generales poderosos que puedan detener la marcha del pueblo de Dios. A Canaán se dirigen y a Canaán llegan pese a esfuerzos de gobernantes, salvajes y asaltantes. Los babilonios se llevan a los hebreos al exilio. Adornan su capital con estos judíos y los ponen al servicio del imperio; funcionarios en todos los niveles, comerciantes, gente de progreso. Pero cuando llega el momento propicio, no hay Babilonia ni Nabucodonosor, ni cosa parecida que impida el plan divino. Todos los recursos del universo y los poderes de los hombres son incorporados en la gran campaña divina de traer al mundo un Salvador. Podemos leer esa epopeya en el Antiguo Testamento, la primera parte de la Biblia. Jamás en la historia ha habido libro más popular que este, de mucha demanda y mayores ventas. Ha sido traducido a todos los idiomas del mundo y hay organizaciones mundiales que no hacen otra cosa que proveer de este libro a las tribus más apartadas del globo. La Biblia es el libro de Dios, escrito sí por manos de intelectos humanos, pero inspirado, ordenado por el mismo Dios que hizo los cielos y la tierra. Publicó este libro estupendo con el gran propósito de hacer llegar al hombre pecador la feliz solución a su pecado. Ese libro fascinante contiene profecías casi increíbles sobre el Salvador que vendría. Aunque escrito siglos y siglos antes de los sucesos propios, la Biblia contiene más de sesenta detalles que se predicen en el Antiguo Testamento y que luego se cumplieron literalmente. ¡Esas preciosas profecías!

Pero uno se pregunta: ¿Por qué tanto esfuerzo de parte de Dios? ¿Por qué se tomó Dios la molestia de buscar un Abraham y prepararlo para que fuese padre de muchas gentes? ¿Por qué mantener en vigencia a un pueblo tan rebelde y quejoso como lo fue Israel? ¿Por qué levantar imperios y dirigir eventos en la historia, y hacer que vengan los griegos y construyan caminos los romanos y se afiancen los hebreos? ¿Por qué la angustia de escribir la Biblia y luego preservarla contra los ataques enloquecidos de mil fuerzas infernales? ¿Por qué todo eso? Bueno, porque Dios en su amor infinito quiso hacer llegar al hombre su solución al problema humano; SU SOLUCIÓN AL PECADO. No fue cosa fácil bajo ningún concepto. Toda la historia se convirtió en escenario de la gran realización. Los imperios eran actores y los hombres y el universo porque, bueno, la solución era también para la humanidad entera. En efecto, si hemos de entender la historia tendremos que entender el plan divino, y si queremos entender el plan divino tendremos que tomar en cuenta la historia y el dilema humano. DIOS ENVIÓ A SU HIJO AL MUNDO, SU UNIGÉNITO. Lo hizo para abrir las puertas de su familia a todo hombre en su buena voluntad. Por medio de Cristo podemos pasar a ser parte de la familia de Dios. Podemos estar seguros porque este plan es de Dios.

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La Hora de la Reforma -Reforma Viva