martes, 6 de marzo de 2012

EL NUEVO NACIMIENTO DEL CREYENTE Y LA PALABRA SANTA

"Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre" (1 Pedro 1:22,23).

La carta del apóstol Pedro nos enseña cómo el hombre y la mujer pueden llegar a ser un creyente en Cristo. Hay quienes piensan que uno ya nace cristiano, o porque nació en un país cristiano, de padres cristianos y por tal motivo en un hogar en el que se adora y respeta a Dios, ya hay bastante para alcanzar la vida eterna. Otros hay que mantienen que, si se es miembro de alguna iglesia, esto ya es bastante. Finalmente hay quienes creen que, si alguien quiere ser un cristiano, al fin lo será solo por su propio esfuerzo y decisión.

El gran apóstol Pedro niega todas estas opiniones al afirmar muy categóricamente: "Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre." Debemos afirmar que sólo el poder del Espíritu Santo puede hacernos cristianos. El apóstol Pedro agrega: "Elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Cristo" (1 Ped.1:2). Los hijos de Dios, nos dice el evangelista S. Juan- "no son engendrados de sangre ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios" (Jn.1:12,13). El nuevo nacimiento es la obra de Dios, y nadie puede llegar a ser cristiano sin que la gracia divina obre en su corazón por el Espíritu Santo. Pablo dice: "De gracia sois salvos, por la fe; y esto no es de vosotros, sino un don de Dios" (Efesios 2:8).

El valor del pasaje que estudiamos hoy en el primer capítulo de esta epístola, es que nos enseña cómo un hombre nace de nuevo. Notemos que el Espíritu santo opera un cambio radical en los corazones por la Palabra de Dios: "Si alguno está en Cristo, nueva criatura es, las cosas viejas pasaron…". Dice el apóstol Pablo: "La fe es por el oír, y el oír, por la por la Palabra de Dios" (Rom.10:17). Es de gran importancia notar que el Espíritu Santo y las Sagradas Escrituras se compenetran en la obra de la salvación. El mero oír, no salva a nadie; es el escuchar y asimilar la Palabra de Dios lo que produce la verdadera salvación. No es suficiente escuchar a un gran orador, es necesario oír lo que Dios nos dice en su Palabra, la Biblia.

El apóstol Pedro compara a la Palabra de Dios a una simiente incorruptible. Esto es probablemente una referencia a aquella conocidísima parábola de Jesucristo, la parábola del sembrador. La simiente germina, y al llamar a la Palabra de Dios simiente incorruptible, sabemos que tiene poder para crear nueva vida. Una simiente mala no produce vida, solo la buena simiente da vida en abundancia, y esta es la Palabra de Dios. El apóstol nos hace notar también que la simiente incorruptible –la Palabra de Dios- "vive y permanece para siempre". Compara al ser humano con la hierba que se seca o con la flor que cae marchita, y entonces exclama: "Mas la Palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la Palabra que por el Evangelio nos ha sido anunciada".

Esta es la mejor respuesta a aquellos que dicen: "Si la Biblia fue escrita hace tantos años, ¿cómo es posible que tenga un mensaje para nosotros en el día de hoy?...". La Palabra de Dios nos habla aún por que es una Palabra viva y eficaz. Si la creemos con nuestra mente y corazón somos salvos. La Palabra de Dios obrando por el poder del Espíritu Santo en nosotros nos lleva a Cristo, porque esa Palabra es el poderoso mensaje de salvación. Preguntémonos, pues, de nuevo: ¿Cómo podrá una mujer o un hombre ser salvo? Primeramente debemos escuchar la Palabra de Dios. Si tenemos un verdadero propósito en nuestra vida, si deseamos paz, esperanza, alegría y felicidad, debemos ir donde la Palabra de Dios es proclamada con toda pureza. La Palabra de Dios hará por nosotros todo lo que ha estado haciendo durante muchos siglos: creará fe en nuestro corazón, pero debemos escucharla sin prejuicios previos. Lo que la Palabra de Dios ha hecho para muchos otros, lo hará también para nosotros. El profeta Isaías exclama: "OID Y VIVIRA VUESTRA ALMA" (Is.55:3).

En segundo lugar, debemos responder con fe a esta Palabra que nos es predicada. No basta oír solamente, es necesario un acto de fe, una respuesta consciente. El apóstol Pedro recuerda a sus oyentes cómo llegaron a ser creyentes en Cristo Jesús con estas palabras: "Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad." La palabra clave en esta declaración es la obediencia. Esta es la respuesta necesaria. La salvación nos es descrita en el Nuevo Testamento a veces con la palabra creer y otras con la palabra obedecer. El carcelero de filipos dijo: "¿Qué debo hacer para ser salvo?", y la respuesta fue: "Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo tú y tu casa". El mensaje de la fe cristiana es "ARREPENTIOS Y CREED EN EL EVANGELIO".

Hablar de la fe, aparte de la obediencia, es hacer del nuevo nacimiento un mero proceso intelectual. Este es un peligro muy grande que a veces ha llevado a muchos a discutir sin fin las verdades del Evangelio. La Palabra de Dios es la verdad. El apóstol Pedro habla de la "obediencia a la verdad", y el Señor Jesucristo oró así: "SANTIFICALOS EN TU VERDAD; TU PALABRA ES VERDAD" (Jn.17:7). Esta verdad del Evangelio se dirige a toda la personalidad del hombre y requiere una completa obediencia. Es Dios quien viene a nuestro encuentro; Él es el Dios infinito, nosotros sus criaturas. Él es santo y nosotros pecadores. Pero Dios nos habla en la persona de Cristo y nos llama. La voz de Dios pide obediencia, y si respondemos a ella con sinceridad y con verdad desde lo más profundo de nuestro corazón, Dios nos recibe por su Gracia y Misericordia.

Jesucristo dijo: "El que quiera hacer la voluntad de mi Padre, conocerá si la doctrina es de Dios…". El problema de aceptar el Evangelio no es un problema intelectual, sino moral. Sus raíces no están en el intelecto, sino en la voluntad. La respuesta que el Evangelio requiere es una obediencia absoluta. Debemos someternos a la voluntad de Dios. Cuando el apóstol Pedro describe a aquellos que salieron del paganismo y nacieron de nuevo por la Palabra de Dios, nos dice que purificaron sus almas por la obediencia a la verdad. Fuente de salvación es esta Palabra de Dios que vive y permanece para siempre.