jueves, 4 de septiembre de 2008

EVANGELISMO Y MASAS

Los horizontes de la patria son extensos. Uno puede tomar cualquier rumbo de esta tierra y situarse en una multitud de compatriotas, la mayor parte de ellos indígenas, viviendo todavía en las antiguas tradiciones religiosas de sus antepasados, vestidos con los andrajos de un falso cristianismo y de una burda y paupérrima civilización. Ellos rinden culto a su antigua religión bajo el velo del cristianismo impuesto por la conquista ibérica.

Esos mexicanos aún no incorporados a la vida actual, ni tampoco conocedores de la verdad del mensaje redentor en Cristo, hacen sus oraciones hacia los dioses simbolizados en los cuatro puntos cardinales, en las diferentes llamadas "advocaciones" a María, los santos, imágenes, escapularios, rosarios, aguas benditas, etc.. Ello demuestra que nuestra raza fue dominada por la fuerza de las armas españolas, pero no convertida al evangelio de Cristo predicado por sus apóstoles. Ellos siguen creyendo que Dios se encuentra tras alguna forma corporal. La "piedad conquistadora" iconoclasta del paganismo del llamado "viejo mundo, demolió las deidades autóctonas, sustituyéndolas por los dioses y los santos europeos, en muchos casos con los vicios y pasiones debidamente aumentados de aquellos que los proclaman con tanto celo y fervor.

Esta visión de la miseria espiritual en que dormita el pueblo debiera ser para las iglesias evangélicas, algo así como un grito desesperado solicitando ayuda. Por eso, debiera reiniciarse una verdadera cruzada evangelística para alcanzar a esa gente que gime bajo la opresión espiritual de su idolatría. Son miles de mexicanos, que con la vista puesta en lo inescrutable de una noche que no termina, esperan la Luz de Dios para disipar sus tinieblas espirituales.

Nuestros seminarios e institutos bíblicos producen cada año decenas de teólogos, pastores, evangelistas, misioneros y maestros. Hombres y mujeres con quienes sucede lo mismo que en otras profesiones, todos quieren permanecer en las ciudades y poblaciones donde puedan gozar de las comodidades de la vida moderna. Son muy pocos los graduados de nuestras escuelas de teología que convencidos de su responsabilidad, acuden al llamado de la gente necesitada del mensaje de salvación que es en Jesucristo el Señor. Hoy, se requiere que alguien con amor a Dios y a sus semejantes, se lance a la aventura, quizá para muchos parezca quijotesca, pero no por ello menos verdadera y apoyada por el Espíritu Santo de Dios, de internarse en las selvas y montañas portando la Antorcha de la Redención espiritual.

Las iglesias evangélicas, a la vez de elaborar sus planes para nuevas instituciones, para más amplios edificios sociales y culturales, debieran abrir los ojos a la realidad de esta patria que gime ante el paso de tanta gente que aún no ha oído el mensaje de redención. Las iglesias debieran ayudar no solo moral, sino material y económicamente a quienes tienen la visión y el amor para quienes vagan por las selvas, montañas y caminos, y también por las ciudades, ignorando los Bienes Eternos puestos al alcance del pecador.

La iglesia local debiera pensar seriamente en estas personas no redimidas. Debiera hacer planes no solo de carácter lírico o sentimental, sino buscar la forma tangible para acercarse a esos compatriotas sin Cristo, sin Dios y sin Salvación. La razón de la existencia de la iglesia y su responsabilidad suprema, en la mente de Dios, es y ha sido, alcanzar a los perdidos con el mensaje de salvación.