sábado, 27 de septiembre de 2008

Nuestras raíces: IDOLATRÍA Y DIVISIÓN


Al estudiar la historia de México, encontramos una incógnita: Que unos cientos de españoles pudieron conquistar al imperio Azteca, una civilización en extremo poderosa y desarrollada. ¿Cómo fue posible tal hazaña? La respuesta es que los conquistadores fueron considerados dioses por los nativos y ellos aprovecharon esta idolatría por sus personas, mas el descontento entre los pueblos tributarios de los aztecas para lograr que los unos lucharan contra los otros.

Esto nos revela dos claves del dominio de las tinieblas en nuestro país durante tanto tiempo: LA IDOLATRÍA DEL LIDERAZGO Y LA DIVISIÓN. En Lucas 11:21 y 22 el Señor Jesús nos enseñó que debemos quitar al enemigo las armas en que el confía. Por lo tanto debemos atacar las fortalezas espirituales y los pecados de nuestra nación. Si no lo hacemos, nos encontraremos peleando las mismas batallas vez tras vez sin una victoria definitiva, tanto en la iglesia como en nuestra lucha por alcanzar a los perdidos.

La división ha caracterizado nuestra vida social y nacional desde el principio. El sistema de castas establecido durante la época colonial produjo una impenetrable barrera entre las clases sociales. Una vez iniciada la lucha por la independencia, México se vio sumido en una serie de guerras civiles que dividieron la recién nacida república durante cerca de sesenta años. Pesaban más las ideologías y las personalidades que el bienestar de la nación. Presidentes entraban y salían. Naciones extranjeras se apoderaban de los recursos del país y México se hundía en la mas abyecta pobreza.

En el período de la revolución México volvió a experimentar esta división interna. Nuestros héroes estaban en pugna entre sí mismos: Zapata contra Madero, Venustiano Carranza contra Pancho Villa, y Obregón en contra de todos. La idolatría por los diversos caudillos dividió a los mexicanos con una intensidad cuyo resultado fue miles de muertos y décadas de retraso en el desarrollo del país. Viendo esto podemos entender cómo una nación con tan grandes recursos naturales y humanos haya permanecido por siglos en el subdesarrollo.

Al estudiar las cartas del apóstol Pablo a los Gálatas y a los Corintios encontramos que la idolatría va de la mano con la división. En Gálatas 5:20 la idolatría está enumerada junto con las enemistades y pleitos como obras de la carne relacionadas entre sí (en la idolatría el hombre exalta a la criatura por encima del Creador, Romanos 1:25; en la división el hombre se exalta a sí mismo por encima de su prójimo). Por su parte los corintios idolatraban a sus líderes espirituales y como consecuencia estaban profundamente divididos.

Esta misma situación está afectando fuertemente a la iglesia mexicana, y muchos creyentes tendemos a depender demasiado de algún caudillo espiritual. Sentimos la necesidad de tener su aprobación para sentir que Dios nos valora y nos aprueba (muy común entre católicos romanos con su referido papa, cardenal, obispo y sacerdote). Se termina más enfocando en nuestro líder, denominación o doctrina, que en La Salvación en Cristo. Como resultado dividimos el cuerpo de Cristo rechazando aquellos hermanos nuestros que no piensan igual que nosotros. Entonces empiezan los celos, envidias, críticas y enemistades que destruyen la Obra de Dios.

No se mal entienda creyendo que estoy diciendo que no hay necesidad de una sumisión sana a los líderes que Dios ha levantado y un respeto para ellos. ¡De ninguna manera! Debemos tener una relación realista y bíblica con los líderes espirituales que el Señor ha puesto en nuestra vida; debemos reconocer el don de Dios sobre ellos y unirnos a la visión que Él les ha dado. En lo que Dios nos ha permitido viajar por el mundo, podemos decir que la iglesia mexicana tiene uno de los peores problemas de división y sectarismo. Es una fortaleza espiritual que está estorbando la sana proclamación del Evangelio de Salvación que es en Jesucristo el Señor.

Santiago 3:16 dice que: "Donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa". En otras palabras, cuando hay división y conflictos entre los creyentes, líderes o iglesias, el diablo tiene la libertad absoluta para hacer lo que quiera. Nuestras oraciones, trabajo y dádivas pierden su efectividad cuando dividimos a la iglesia mediante palabras, acciones y actitudes que levantan tradiciones y organizaciones en vez del glorioso nombre de Cristo el Señor.

Con razón la Escritura nos amonesta diciendo que "es abominación a Dios quien siembra discordia entre hermanos".
Con razón el apóstol Pablo dedicó dos extensas epístolas a los Corintios para tratar con la idolatría del liderazgo y la división.
Con razón el señor Jesús dedicó su más amplia oración de intercesión a la suprema necesidad de unidad entre nosotros sus seguidores (Juan 17:20-23).

Al hablar de unidad no estamos hablando de una unidad producida por medio de actividades masivas u organizaciones ecuménicas, o alianzas pastorales. Recordemos que campañas unidas y organismos unificadores no pueden producir la unidad del Espíritu. Solo el poder de Dios, obrando por las oraciones sinceras de cristianos que anhelan su reino, puede romper las fortalezas de idolatría y división que por tanto tiempo han permitido al enemigo robar, matar y destruir a nuestra nación y por ende a la iglesia de Cristo.

Oremos por las diversa denominaciones cristianas y sus líderes, que el Espíritu de Dios revele a Cristo de tal manera, que las ambiciones personales, institucionales, organizacionales, eclesiásticas y el celo denominacional se dobleguen ante el intenso deseo y propósito único de ver a Cristo reinando en cada rincón del país. Oremos, pues, intensamente, para que el clamor de nuestro Señor Jesús se haga realidad en México y el mundo:

"QUE TAMBIÉN ELLOS SEAN UNO EN NOSOTROS; PARA QUE EL MUNDO CREA QUE TÚ ME ENVIASTE."