jueves, 9 de abril de 2009

PREDICADOR CALLEJERO MARCÓ RUMBO DE LAS CELEBRACIONES DE SEMANA SANTA


En los mismos años en que el bautista John Bunyan, el cuáquero George Fox y el presbiteriano Robert Browne estremecían las calles y plazas de Inglaterra y Holanda con sus inflamadas prédicas, un sacerdote católico, Francisco del Castillo, congregaba multitudes, principalmente esclavos negros e indígenas, en un mercado de abastos de la capital del Perú. Las prédicas de Del Castillo (1615-1673) no han sido recogidas en ningún libro pero su recuerdo perdura como el iniciador del Sermón de las Tres Horas, una de las tradiciones distintivas de la celebración de la Semana Santa, es decir el tiempo del apresamiento, juicio, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.

El sermón de las tres horas es una predicación que se extiende por ese tiempo, entre las doce del mediodía y las tres de la tarde, en recuerdo del lapso transcurrido, según la tradición, entre la crucifixión y la muerte de Cristo en el monte Calvario. Se dice que el jesuita del Castillo predicó su primer sermón de las tres horas en 1651, en la capilla de Los Desamparados, situada a espaldas de la residencia del virrey español, en la manzana que actualmente ocupa el Palacio de Gobierno. En todo caso, la idea de dedicar tres horas a una reflexión sobre las últimas frases que, según la Biblia, pronunció Jesús en la cruz, se extendió rápidamente por todo el imperio colonial español de ese tiempo y pronto fue acogida en el resto del mundo católico. Lástima que en las décadas recientes haya caído en desuso, incluso en Lima, en parte por la escasez de oradores con suficiente aliento.

El sermón versa sobre las siete siguientes frases de Jesús: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso He ahí tu madre Dios mío ¿por qué me has desamparado? Tengo sed Consumado es y Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. La historia dice que del Castillo nació el 15 de febrero de 1615 en una ciudad de 60.000 habitantes, de los cuales la mitad eran esclavos negros y quizá 20.000 indígenas, siervos de los pocos españoles y criollos que habitaban la capital del virreinato del Perú.

En 1624, al quedar huérfano empezó a trabajar como sirviente del deán de la catedral Juan de Cabrera, que le dio instrucción y en 1632 ingresó al noviciado de la Compañía de Jesús y fue ordenado sacerdote en 1642. Desde sus primeros años en el ministerio se interesó por ayudar a los negros esclavos y a las prostitutas, y como tenía que cruzar el río Rímac para enseñar en la parroquia de San Lázaro pasaba por el mercado del Baratillo, en donde negros e indios hacían sus compras. Al ver esas multitudes desorientadas, a pesar de la religiosidad imperante en la época, del Castillo empezó a predicarles desde un muro donde había una cruz de caña de Guayaquil. Allí empezó su predicación callejera, que se extendió durante los años siguientes de su vida.

En los primeros años del siglo XX, en Lima, famosos oradores religiosos participaban en la predicación de las Siete Palabras en los templos de la ciudad y los fieles católicos discutían durante semanas sobre cuál había sido más elocuente y profundo en su discurso. A mediados del siglo pasado, ante la penuria de la iglesia de grandes oradores que pudiesen predicar durante tres horas seguidas, con algunos minutos de intervalo, se optó por recurrir a varios predicadores alternados e incluso alguna veces se incorporaron laicos distinguidos. Pero el hecho es que cada vez más el Sermón de la Tres Horas está cayendo en desuso. SELAH