viernes, 12 de junio de 2009

OBJETO DETERMINADO



Contrario a los discursos de los primitivos discípulos, siempre pronunciados con propósito determinado y construidos expresamente para producir resultado preciso y deseado, es de temer que muchos sermones actualmente se predican porque sí, y de manera que produzcan el menor resultado posible. Prueba de ello es que millares de personas, cada domingo, vuelvan de las capillas o templos sin acordarse un ápice de lo que se ha dicho o proclamado en el sermón.


Tantos puntos y tantas cosas contienen, que bien se pueden asemejar a una descarga de perdigones al pájaro que vuela a metros de distancia. Otros discursos se oyen, calculados, sí, para producir resultado, pero resultado más digno del fabricante de objetos de pirotécnica que del ministro del evangelio y del Señor a quien sirve. El objeto que se proponía el predicador apostólico no era hacer un discurso porque sí, ni una obra maestra de retórica, sino se proponía glorificar al Señor, salvar las almas, pastorear, instruir y edificar al creyente mediante la Palabra.


¿Podemos, por ejemplo, imaginar por un momento que Pablo se sentase a preparar un sermón, simplemente por tener que predicar el domingo siguiente? No era el sermón lo que embargara la mente del apóstol, lo que pesaba sobre su corazón; lo que le molía era la condición perdida de los hombres, la maldición de la Ley que ya padecía; y por otro lado, lo que le conmovía y constreñía era el amor de Dios, la salvación gratuita por la fe en Cristo; y respecto a los creyentes, se agolpaban sobre su mente las necesidades urgentes de todas las iglesias. He aquí, en resumen, lo que le proporcionaba objetos definidos y determinados para sus discursos y escritos. El discurso nunca era su objeto, sino solo el medio para alcanzar el objeto propuesto.


Estúdiense sus discursos y se verá claramente cómo siempre se propone un fin determinado que por medio de la Palabra procura alcanzar. ¿Siempre hemos obrado así nosotros? ¿Siempre hemos tenido presente que Dios "…depositó en nosotros la Palabra de reconciliación"? ¿Hemos obrado siempre como embajadores, en lugar de Cristo, exhortando y suplicando a la gente a que se reconcilie con Dios? ¿Nos hemos propuesto y hemos procurado, siempre que se ofrece la ocasión, apacentar y alimentar el rebaño de Dios mediante la predicación, de suerte que adquiriera vida abundante, virtud y potencia de lo alto y buen conocimiento de la verdad? O, ¿Hemos procurado el prestigio propio puliendo los discursos y llenándolos de frases relumbrantes?


Más vale afrontar con seriedad estas preguntas ahora, que en el momento de rendir la cuenta final.