viernes, 13 de abril de 2012

EL VIVO QUE MURIO


"Y hallaron removida la piedra del sepulcro; y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús" Lucas 24:2,3.

Todos los vivos mueren. Millones y millones que vivieron en épocas pasadas han pasado a la muerte. Los miles de millones que hoy viven sobre la superficie de la tierra morirán también. Cada momento que pasa mientras escribimos estas palabras hay vivos que mueren. Y quedan muertos. Esto fue una de las muchas cosas excepcionales de Jesucristo, el Hijo de Dios. Murió; tan muerto como el mejor; tan es así que unos soldados recibieron orden específica de ir a cerciorarse de que Jesús había muerto, en efecto. Jesús murió tan muerto como su tío difunto o sus bisabuelos. Pero Jesús resucitó, se levantó de la tumba, salió caminando de su sepulcro; es el vivo que murió; vivo porque Jesús vive para siempre, pero vivo después de morir; no como nosotros que vivimos primero para morir luego. El vivo que murió.

Este concepto de resucitar es muy cristiano. Sabemos que hay religiones en el mundo y todas tienen sus héroes y sus santos y sus grandes figuras, pero ninguna tiene esta idea de resucitar. Esto es exclusividad del cristianismo. Con esta doctrina y este hecho se hace o se deshace la fe cristiana. Imaginémonos que Jesús hubiese sido un muerto más; que se hubiese quedado en la tumba. ¿Habría hoy día una iglesia cristiana, una ética cristiana, una civilización cristiana, una filosofía cristiana? Aquellos discípulos se hubiesen entristecido unos días, se hubieran desengañado más luego y, con el pasar de unos años, se hubieran dado a nuevas causas y nuevos ideales. Las mujeres que descubrieron su sepulcro vacío cuando fueron a embalsamar sus restos mortales ¿conoceríamos hoy sus nombres y parentescos? ¡Por supuesto que no! Como dice un escritor "la tumba vacía fue la cuna de la iglesia". Todo el edificio de la fe cristiana y la cultura que ha impuesto sobre el mundo se basan sobre el estupendo hecho de la resurrección de Jesucristo. No habría lo que hay.

Habrá quizá quienes pongan en duda este hecho como ponen en duda muchos otros. Afirman que no puede ser porque es científicamente imposible, que es cuento de gente explotadora para mantener a las masas en cautiverio sicológico y muchas otras razones que pueden inventarse sin gran esfuerzo. Desde el primer momento hubo oposición feroz contra este hecho singular. El mismo día que ocurrió se hizo una componenda relacionada con este asunto. A las autoridades oficiales del momento no les convenía eso de que Jesús hubiese resucitado. Los soldados que estaban de guardia dieron su testimonio al respecto, pero los funcionarios dieron dinero y órdenes de decir que todo era un cuento; que la tumba estaba vacía por cierto, pero que el cuerpo no había salido de allí caminando sino que los discípulos de Jesús habían venido y robado ese cuerpo. ¡Las mentiras que se siembran por el mundo por un poco de dinero! Pero no bastó el testimonio de aquellos soldados mentirosos. Se supo la verdad, quedó establecida, hubo ojos humanos que vieron a este Jesús resucitado, escribieron sobre ello y comenzaron a proclamarlo por el mundo entero. Hoy en día no cabe duda en círculos respetables que Jesús resucitó y que es el vivo que murió.

La resurrección de Jesucristo es de singular significado porque demuestra que Jesús venció el monstruo de la muerte. No hay enemigo más mortal que la misma muerte; se traga a todo ser humano. Hay quienes escapan sus susurros hasta la edad de ochenta o noventa o cien años pero al fin son derribados por el peso inexorable de la muerte. Mueren y los entierran y quedan en sus tumbas. Si alguien resucitase no alcanzarían los medios de comunicación popular para satisfacer la curiosidad humana. Los vivos mueren y quedan muertos. Pero Cristo resucitó. Uno se pregunta cómo es tal cosa posible y la respuesta es que no es posible. No hay quien pueda levantarse de los muertos y volver a vivir. Solo Cristo lo hizo. Cristo es el vivo que murió. ¿Por qué se levantó Jesús de entre los muerto? Simplemente porque su tarea había sido cumplida, su misión se había realizado. Jesucristo vino a luchar contra el pecado humano y todas sus horribles consecuencias. La culpa del pecado humano es enorme; la ira de Dios contra esa desobediencia humana es inmensurable. El resultado concreto de esa culpa es la muerte. Fue por eso que Jesús murió. Una vez muerto, sin embargo, ha pagado la deuda pendiente. Su obra realizada a entera satisfacción, le permite ahora salir de esa tumba tenebrosa y volver a la vida. Se hizo acreedor al más resonante éxito que fuese posible obtener. Se hizo dueño y Señor de la vida.

Hay más. Hay millones en este mundo que confiesan su fe en el Cristo resucitado. Leer el Nuevo Testamento es darnos cuenta del acento que esa resurrección recibe. Fue el tema fundamental de todos los discursos que se citan en el libro de los Hechos de los Apóstoles. El apóstol Pablo se gloriaba en el Cristo resucitado. ¿Por qué se menciona con tantísima frecuencia un suceso tan excepcional? Es que el hombre necesita un Salvador viviente. Observando en nuestro derredor ¿qué ven nuestros ojos? Muchísima gente ha hecho ídolos de seres muertos, muertos que están muertos todavía y estarán hasta el gran día de los días. Tienen esperanzas cifradas en seres de la mejor calidad pero muertos. Los grandes próceres viven en estatuas y en libros de texto y en el pensamiento de sus compatriotas pero están muertos y bien sepultados. No pueden hacer absolutamente nada por sus amigos, conciudadanos, compatriotas, los pobres y oprimidos. ¡Están muertos y aunque los honremos con todo el ser, nada pueden hacer por nosotros! Pero no es así con Jesucristo. Al resucitar de entre los muertos se ha constituido en el gran Salvador de los hombres: ¡Vencedor contra la muerte, victorioso en su empresa y vive para siempre! ¡Ese fue el Salvador que la iglesia presentó y que la humanidad necesitaba! EL VIVO QUE MURIO.

¿Cómo es tu Cristo? ¿Muerto o vivo? Esta pregunta es crucial porque hay evidencia de mucho cristo muerto por ese mundo de Dios. Un cristo que despierta compasión por su tristísima figura; un cristo que se ve limitado a cajones y crucifijos, y cruces a la orilla del camino; un cristo impotente, muerto e inofensivo porque está siempre crucificado. ¿Cómo es tu Cristo? El de las Escrituras es un Cristo vibrante y vigoroso; un Cristo que demanda adhesión y actividad; un Cristo que llora al ver las multitudes como ovejas sin pastor; un Cristo que tiene las riendas del universo en su mano regidora; un Cristo que envía sus mensajeros a lo largo de la tierra anunciando las buenas nuevas; un Cristo que un día creará una nueva tierra en la que reinarán para siempre la justicia y la paz.

¿Cómo es tu Cristo? Todo el mundo sabe que hay problemas donde quiera que se mire. Cierto y muy cierto, que este Jesucristo no ha purgado las naciones del mundo y renovado las masas, y condenado los malos y rescatado a los buenos. Todo eso es muy cierto. Pero, ¿de quién es la culpa de tales condiciones? ¿Qué acaso, no somos nosotros mismos parte de la respuesta? ¿No es el hombre injusto, explotador, temeroso, engañador y mil cosas más, pocas de ellas halagadoras? Pese a ello, Dios ama de tal manera que envió a Su Hijo al mundo para que todo aquel que en el cree no se pierda mas tenga vida eterna.

Jesús vino a curar al hombre de su mal y hay miles y millones en el mundo que pueden decirles cuán curados están por la mano poderosa del vivo que murió. ¡Jesús vive y actúa en la historia, pero actúa preferentemente en la vida tranquila de un hombre o mujer que sienta el peso de su culpa en su pecho! Cristo libra a ese hombre o mujer de ese peso y los hace nuevas criaturas de modo que puedan empezar a limpiar el mundo en que viven y a hacer lo que Dios quiere que hagan. ¿Cómo es tu cristo? ¿Te ha librado del peso de tu culpa?

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La Hora de la Reforma-Reforma Viva.