jueves, 5 de abril de 2012

LA ULTIMA CENA

La última cena fue también la primera. Ultima porque era broche final de un período en los actos de Dios, pero primera de una larguísima serie que aun se mantiene, se extiende y se extenderá hasta otro asombroso evento cuando el Hijo de Dios regrese en las nubes del cielo. Leonardo Da Vinci capturó en la tela el momento crucial de la última cena y su pintura inimitable puede hoy verse en mil formas distintas. El ministerio de Jesucristo había llegado casi al fin de sus difíciles jornadas. Se acerca la fecha de la Pascua, celebración extremadamente solemne y repleta de significado histórico. Había sido utilizada por siglos y siglos como conmemoración de un suceso inolvidable de la historia del pueblo de Dios. Luego de generaciones de esclavitud despiadada en las minas, desiertos y ciudades egipcias, el pueblo de Dios es liberado totalmente. La última noche ocurrió algo desastroso para Egipto porque murieron todos los primogénitos de la tierra, excepto en las familias que habían pintado el dintel de sus puertas con la sangre de un cordero, perfecto, sin mácula ni mancha. Solo la sangre del cordero en el dintel de la puerta salvó a los miembros del pueblo de Dios. Desde aquel momento, la Pascua se había celebrado anualmente. Jesús y sus discípulos desean celebrar la Pascua pero ¿Dónde? El Maestro ruega a dos discípulos que se acerquen a la ciudad y que pregunten por un aposento alto, preparado de antemano para esa celebración pascual. El Evangelio de Lucas nos dice: "Y cuando era la hora, se sentó a la mesa, y con él los apóstoles" (Luc.22:14).

Un tiempo atrás, Jesucristo había confiscado prácticamente un borriquito para entrar triunfalmente en la santa ciudad. Reclamó así sus derechos de Rey soberano sobre toda la creación, pues, si necesita un asno, envía a sus siervos que lo tomen de donde esté. Pero en su última cena, no es el Rey soberano quien participa sino el humilde Hijo de Dios que ha venido para salvar lo que se había perdido. Desea, anhela ardientemente celebrar la fiesta de la Pascua, pero no tiene ni donde reclinar su cabeza; siente necesidad de mendigar para que le faciliten el lugar donde poder celebrar esta última cena junto a sus amados discípulos. ¡Qué humildad del humilde siervo de Dios y redentor de la humanidad! ¡Hijo de Dios, Señor de cielo y tierra, qué humillación fue la tuya para poder cumplir tu misión redentora!

Dispuesto está el Señor Jesús con sus discípulos a comer el cordero de la Pascua. Ese cordero que simbolizaba la salvación de los antiguos israelitas. Pero esta es la última cena, ya no habrá necesidad de cordero en el futuro porque Cristo será y es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. En aquella última cena se mezclaron inconfundiblemente el Antiguo Testamento y el Nuevo, el cordero de la Pascua antigua y el Cordero de Dios. La última cena dio lugar a la primera cena cristiana. Imaginemos lo que habrá pensado el Salvador al tomar de aquel cordero de la Pascua. Esa carne lo representaba a El, al que daría su vida en rescate por muchos. El era el cordero perfecto, sin mácula ni mancha, que requerían las leyes de Dios. La carne del cordero pascual habrá quemado su paladar y ensuciado su lengua al comerla. Tomó y comió de aquel plato pletórico de historia y de significado espiritual. La última cena porque aquella misma noche, el singular Jesucristo instituyó una nueva cena para su pueblo de todas las generaciones futuras.

Dice la Escritura que Jesucristo tomó la copa, dio gracias y dijo a sus discípulos: Tomad esto y repartidlo entre vosotros, esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama. Tomó el pan, dio gracias, y dijo: Esto es mi cuerpo que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. ¿Qué significa todo esto? ¿Simbolismo? ¿Ritos y ceremonias puramente formales? ¿Qué es esto de pan que es cuerpo de Cristo y vino que es su sangre? Podemos ver en aquella última cena que dio paso a la primera la estrecha relación que existe entre el Antiguo y Nuevo Testamento. Hay quienes arbitrariamente dividen una parte de la Palabra de Dios de la otra, la separan violenta y brutalmente, sin consideración a la angustia que provocan. Creen que el Dios del Antiguo Testamento fue un ogro que solo sentía satisfacción en el sufrimiento y el castigo del ojo por ojo y diente por diente; consideran que el Dios del Nuevo Testamento es el que dice que es amor y quien demostró ese amor tan grande al enviar a su Hijo al mundo. Esto es una aborrecible equivocación porque el Dios del AT es exactamente el mismo hoy y ayer y por los siglos. Podemos verlo en aquella última cena. Jesucristo no puede introducir en la historia su Cena sin antes dar cumplimiento a la cena de la Pascua según las instrucciones del Antiguo Testamento. La nueva cena no puede dar comienzo hasta que se cumplan los requisitos de la antigua, y Cristo obedientemente cumple su misión.

Era un memorial aquella primera cena de la nueva época, el pan y el vino. Un memorial que, dice Cristo, debe continuarse hasta que El vuelva en el día final. ¿Por qué? ¿Por qué mantener una costumbre así y poner en práctica tal ceremonia? Hay varias razones para ello. En primer lugar es un acto de memoria. ¿Creemos acaso que los agudos sufrimientos de Cristo fueron poca cosa? Experimentó la soledad absoluta de los infiernos, sintió conmoverse en sus mismas entrañas; percibió con sus ojos y oídos la degeneración humana. Y luego había de morir cual ignominioso criminal en una cruz y coronada su cabeza con corona de espinas. Todo para poder salvar al hombre de su dilema imposible y traerlo de nuevo a Dios. Era su cuerpo herido y cortado por la lanza, ese cuerpo sufriente, ese cuerpo que cayó al fin inerte, y su sangre inocente vertida en su crucifixión, era eso lo que hizo factible la salvación del hombre. La Santa Cena se instituye para mantener vivísima aquella memoria del gran sacrificio del Cristo. El pan es pan, y el vino, vino, pero simbolizan bella y claramente los sufrimientos del Cristo; comerlos y beberlos dan una idea visible de la viviente relación que existe entre el Cristo resucitado y el que participa de su cena.

Hay varias relaciones valiosas en aquella cena que pasó a ocupar el lugar de la última cena. Era, en primer lugar, demostración cabal de la total obediencia a Dios el Padre, al ordenar que se hiciese aquella cena "en memoria de El", Jesucristo admite su condición divina porque ¿cómo han de hacerse tales honores a un mero hombre? El y Dios se identificaron repetidamente en el tiempo en que anduvo por esta tierra, pero en ese momento de la última cena Jesucristo hace girar los honores que se dan a Dios en el Antiguo Testamento hacia sí mismo en el Nuevo.

Hay también en aquella cena instituida por Cristo una relación directa con el mundo. Es como Rey sufriente que se presenta ante el mundo entero. Cierto es que ordenó que se hiciese esto en memoria de El, señal cierta de que se consideraba realeza pura. Pero es una realeza que se demuestra en pan partido y sangre vertida, porque es en esos elementos que hallamos paz, seguridad y salvación eterna. Bien había dicho Jesucristo que su reino no es de este mundo porque no lo es; no tiene ejércitos poderosos, ni briosos corceles, ni cañones de largo alcance, ni bombas de destrucción personal. Lo único que puede ofrecer es un Cristo moribundo, sufriente, cuyo cuerpo y cuya sangre se representan en su Cena Suprema.

Pero aquella cena memorable tiene también mucho que ver con la Iglesia de Cristo. Es, estrictamente hablando, solamente para la Iglesia de Cristo. El creyente puede volver a esta fuente de amor singular y beber a entera satisfacción hasta saciarse y ser libre de todos sus pecados porque aquel Cristo dio, efectivamente, su cuerpo inocente a las furias del pecado y derramó ciertamente su sangre preciosa. Jesucristo al derramar su sangre, quitó para siempre la sangre como elemento de salvación. Ahora es la fe, la fe en El, que dejó que lo castigaran y se derramara su sangre poco después de aquella última cena. ¿Hemos gustado de aquel pan y bebido de aquel vino? Jesús dijo que quien bebe de El, jamás tendrá sed.


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La Hora de la Reforma – Reforma Viva