jueves, 2 de julio de 2009

LLevando una nación a Dios: LA VIDA Y LOS DESAFÍOS CONTEMPORÁNEOS DEL REFORMADOR JUAN KNOX


Introducción: Llamado y ministerio de Knox

Lectura bíblica: Éxodo 3:9-12; 4:10-12; Hebreos 11:24-27

Moisés ha vivido 40 años en el desierto. La vida turbulenta de Egipto es cosa del pasado; ya es padre de familia, dedicado a la vida apacible del campo. Pero Dios irrumpe en su vida, y lo llama a asumir el liderazgo de su pueblo en la etapa más crítica de su vida nacional. ¿Cómo reacciona Moisés? Le responde a Dios que no, le ruega que envíe a otro, le expone toda la incapacidad que siente para tan magna tarea. Pero Dios le dice: "Ve, porque yo estaré contigo… tú dirás todas las cosas que yo te mande."

Acompáñenme hoy a un lugar muy alejado del desierto de Madián como también del bullicio de la metrópoli limeña. Se trata de la pequeña ciudad de San Andrés en los confines norteños de la Europa del siglo XVI. En Escocia se han escuchado las buenas noticias del Evangelio después de siglos de oscuridad espiritual, y un grupo de simpatizantes de las doctrinas reformadas de Martín Lutero está encerrado en el castillo de San Andrés, sitiado por la flota francesa resuelta a extirpar el naciente protestantismo de Escocia. Como pastor de la congregación está John Rough, pero él siente que no tiene los dones necesarios para una labor tan difícil. También en la congregación está el ex-sacerdote, Juan Knox, trabajando actualmente como tutor de los dos hijos de un aristócrata escocés. Rough y otros hermanos de la congregación se han dado cuenta de las cualidades de Knox, y deciden que él debe aceptar el pastorado. Pero Knox, como Moisés, se niega a hacerlo, aduciendo "que no correría donde Dios no le había llamado".

Un día en la iglesia Rough predicó sobre la elección de pastores y la responsabilidad que tiene la congregación en esta elección. Insistió en lo peligroso que es para cualquiera que tenga los dones apropiados rechazar el llamado de Dios que le viene por decisión unánime del pueblo de Dios. Luego en pleno culto se dirigió a Knox, diciéndole: "Hermano… en el nombre de Dios y de su Hijo Jesucristo, y en nombre de los aquí presentes quienes te llaman por mi boca, te mando que no rehúses esta santa vocación". Dirigiéndose a la congregación, le dijo: "No fue éste su encargo para mí? ¿Y aprueban esta vocación?" Todos le contestaron que sí. Entonces el Moisés escocés irrumpió en lágrimas, y corrió fuera del templo hasta su cuarto donde permaneció varios días en oración y agonía espiritual. Finalmente aceptó la voluntad del Señor, convirtiéndose como Moisés en líder espiritual de una nación entera.

¿Cómo era Escocia, escenario del fructífero ministerio de Juan Knox? Era y es un país pequeño sin mucha influencia política o económica. En ese tiempo había sufrido, como Israel en Egipto, siglos de cautiverio, oprimido por sus caciques políticos y religiosos. La corrupción e ignorancia del clero eran notables. La riqueza de la Iglesia contrastaba con la extrema pobreza del pueblo. Y los pocos destellos de luz que aparecieron en los siglos XIV, XV y XVI fueron rápidamente sofocados mediante la destitución de bienes, la excomulgación, el encarcelamiento y la muerte. Seguidores del inglés Juan Wycliffe, conocidos como lolardos; seguidores del checo Juan Hus, quemado vivo en el Concilio de Constanza en 1415; hombres hasta de familias nobles como George Wishart y Patrick Hamilton, influenciados por las doctrinas de Lutero, todos pagaron con sus vidas su proclamación de la verdad del Evangelio.

A pesar de la persecución y el dominio político y religioso de la Francia católico romana, las primeras décadas del siglo XVI vieron el surgimiento de grupos de estudio bíblico, y la celebración de cultos religiosos según la práctica reformada. Estos grupos solían reunirse en casas particulares, sobre todo de familias aristocráticas que simpatizaban con las idea de Lutero. La reina María de Guisa y el Parlamento publicaban leyes con toda suerte de amenazas prohibiendo tales reuniones, pero el Espíritu de Dios estaba obrando, y a él no se le puede atar.

Sin embargo, los grupos dispersos precisaban de un líder para enseñarles según la Palabra y organizarles en una Iglesia bíblica y reformada. Y Dios, quien tenía su mano bondadosa sobre Escocia, había cifrado su mirada en el hombre idóneo: Juan Knox. Pero los siervos de Dios necesitan su preparación, como Moisés en la corte egipcia y luego en los desiertos de Madián, o Pablo en las escuelas rabínicas y luego en los desiertos de Arabia. A Knox también Dios le preparó para su misión. ¿Cómo lo hizo?

(i) Por el sufrimiento

Durante casi dos años Knox sufrió como prisionero de conciencia encadenado permanentemente en una galera francesa. No es fácil ser barro en las manos del Alfarero, a veces duele mucho, pero Dios hace cosas y vidas bellas y de gran utilidad a raíz de este proceso doloroso.

(ii) Por el destierro

Como Moisés y Jeremías, como Pablo y la mayoría de los apóstoles, Knox tuvo que aprender la realidad de la Iglesia universal, testificando de Cristo entre muchos pueblos. Por largos años añoraba su retorno a su querida Escocia, pero Dios le estaba enseñando que ningún creyente tiene hogar duradero en este mundo. Como Abraham, salió sin saber a dónde iba, habitando por la fe como extranjero en tierra ajena, escogiendo como Moisés ser maltratado con el pueblo de Dios antes que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios.

(iii) Por el ejemplo y enseñanza de otros

Sacó sumo provecho de su estadía en Ginebra, donde pastoreó una iglesia de habla inglesa, pero también aprendió a los pies de hombres como Juan Calvino y Teodoro Beza. De regreso en Escocia, mantuvo una correspondencia con Calvino, pidiéndole consejos e interpretaciones bíblicas. Muy importante esta lección para nuestras iglesias: no es sólo cuestión de cantar alabanzas y compartir testimonios (que desde luego tienen su valor). Tiene que haber una enseñanza bíblica sistemática y pertinente a la vida actual. ¿Quién sabe si entre nosotros haya un Lutero, un Calvino o un Knox en embrión? No fallemos en nuestra responsabilidad.

En 1557 Knox regresó a Escocia, invitado por los llamados "lores de la congregación". Predicó en muchos lugares, celebrándose por primera vez en Escocia la Santa Cena según el modelo reformado. El Espíritu de Dios estaba obrando, pero no era todavía el momento propicio, y Knox se vio obligado a huir. Pero en 1559 recibió otra invitación de un grupo nutrido de personas de todas las clases sociales quienes se habían unido en un pacto (el primero de muchos bands o covenants en la historia de la iglesia reformada en Escocia), para la defensa y proclamación del Evangelio. Después de muchos vaivenes y conflictos el Parlamento escocés decretó el 24 de agosto de 1560 que "el obispo de Roma no tiene jurisdicción ni autoridad en este reino", y anuló todas las leyes de los anteriores parlamentos que eran contrarias a la Confesión de Fe preparada por Juan Knox y otros cinco colegas pastores. Para el pueblo de Dios hubo alegría incontenible cuando Moisés les llevó por el Mar Rojo a la tierra prometida. No era menos la alegría del pueblo de Dios en Escocia por su liberación de la esclavitud espiritual, por más que el pueblo escocés de hoy desprecie y se mofe de su gran herencia espiritual.

Quiero destacar cuatro áreas donde nos desafía Juan Knox.

1. Una voz bíblica

Knox compartía plenamente la Sola Scriptura de la Reforma. Por más de 1000 años se habían acumulado tradiciones cada vez menos bíblicas en la Iglesia Cristiana. Para ellas se buscaba apoyo en el llamado "consenso unánime de los Padres", pero éstos se contradecían. Con Lutero y Calvino y los demás Reformadores se escuchó la verdadera seña cristiana: "¿Qué dice la Escritura?" Un bello ejemplo de esto se encuentra en la Confesión Escocesa, donde en el prefacio Knox y sus colegas dicen: "Afirmamos que si alguien encuentra en nuestra Confesión un artículo o una frase contrarios a la santa Palabra de Dios, se sirva tener la bondad en el amor cristiano de avisarnos de lo mismo por escrito; y nosotros por la gracia de Dios nos comprometemos con toda fidelidad a satisfacerle de la boca de Dios, o sea de sus santas Escrituras, o si no, la corrección de lo que él demuestre ser erróneo. Pues Dios es nuestro testigo que de todo corazón aborrecemos toda secta herética y a todo maestro de doctrinas falsas; y que con toda humildad abrazamos la pureza del Evangelio de Cristo, el cual es el único alimento de nuestras almas, y por consiguiente tan precioso que estamos resueltos a sufrir los peligros más extremos antes de permitir que se nos defraude del Evangelio."

Como todo Reformador, Knox en sus prédicas exponía la Escritura, explicando su significado original y luego aplicándola a situación actual. Por ejemplo, después de serias derrotas sufridas por los amigos escoceses de la Reforma a manos de las tropas francesas, predicó sobre el Salmo 80, donde Asaf ora por la restauración de Israel atribulado y derrotado. Expuso el Salmo entero en tres oportunidades: las dos primeras en Edimburgo y la tercera en Stirling. Explicó el contexto original, luego lo comparó con la situación en Escocia, recalcando la necesidad de reconocer su pecado y tener confianza en Dios:

"Cuando éramos pocos en comparación con nuestros enemigos, cuando no teníamos condes ni duques (salvo unos pocos) que nos animaran, clamamos a Dios, lo tomamos a él como nuestro protector, nuestra defensa, nuestro único refugio. No se escuchaba entre nosotros jactancia por nuestra cantidad de gente, nuestra fuerza o nuestra política; sólo le rogamos a Dios que viera la justicia de nuestra causa y la opresión cruel del enemigo tiránico. Pero desde que Su Excelencia el Príncipe y sus amigos se han juntado con nosotros, no se oye nada sino: 'El Príncipe nos traerá cien hombres armados; o, este otro tiene suficiente prestigio para convencer todo el país; o, si este gran Duque está con nosotros, nadie nos va a molestar.' Y de esta manera hasta los mejores entre nosotros, quienes antes sentían que la mano poderosa de Dios era nuestra defensa, ahora están confiando en el brazo del hombre."

En otra oportunidad, derrotados por los franceses y sin la ayuda inglesa prometida, "los loores de la congregación" se acercaron a Juan Knox, "en nuestra más honda desesperación, quien nos predicó un sermón muy animador sobre Juan 6 – la tempestad en el mar." "No debemos desfallecer", dijo, "sino que debemos seguir remando contra estas tormentas hostiles, hasta que venga Jesucristo, ya que estoy tan convencido que Dios nos librará de este trance agudo, como lo estoy de que este es el Evangelio de Jesucristo que hoy les predico. No ha llegado aún la cuarta vigilia de la noche, esperen un poco, se salvará la embarcación, y Pedro quien ha salido del barco no se ahogará."

Con tales prédicas bíblicas, siempre exponiendo el texto y siempre actualizándolo, mereció el elogio del embajador inglés, Randolph: "Os aseguro que la voz de un solo hombre es capaz de poner más vida en nosotros que quinientas trompetas que simultáneamente sonaran en nuestros oídos."

2. Una voz profética

En el Antiguo Testamento tenía el profeta una doble función: predecir eventos futuros y proclamar el mensaje de Dios para su propia generación, mensaje que frecuentemente incluía denuncias fuertes del pecado. Este segundo aspecto se ve claramente en Knox: exponía y condenaba las faltas de todos a la luz de la Palabra. Por eso se le considera duro e inhumano, sobre todo en su trato con la joven reina María Estuardo, hermosa, encantadora, siempre fascinante para los hombres. La verdad es que Knox comprendió su duplicidad, sobre todo por su crianza en la corte francesa dominada por la familia Guisa. Knox no sabía que ella había firmado un tratado (Cateau-Cambrésis) con cláusulas secretas donde los reyes de Francia y España prometieron aplastar el protestantismo en toda Europa, pero leía lo suficientemente bien su carácter como para decir: "La verdad es que todos sus procederes demuestran que las lecciones de su tío, el cardenal de Lorena, están tan adentradas en su corazón que parece que tanto la verdad interna como externa se mueren conjuntamente. Me gustaría estar equivocado, pero me temo que no lo estoy. En mi comunicación con ella he observado tal arte como nunca lo he encontrado en personas de su edad." Knox no iba a ser uno de los muchos hombres que entraron en amores con María Estuardo.

Si alguna vez ustedes han oído del rudo reformador intimidando ceñudamente a la dulce, indefensa María, es una descripción muy lejos de la verdad. Knox nunca buscó una entrevista, nunca se acercó a la corte sin ser llamado, se mostró siempre deferente, hablando con vehemencia sólo cuando se quería callar su voz de predicador del Evangelio. Basta un ejemplo de sus conversaciones. Knox había denunciado desde el púlpito de St Giles toda inmoralidad, incluso la de la reina. Entre sollozos femeninos y sonrisas acariciadoras María le preguntó autoritariamente a Knox: "¿Qué tenéis que ver con mi casamiento? ¿O qué sois vosotros en esta nación?" Nobilísima fue la respuesta de Knox: "Un súbdito nacido en ella, señora. Y aunque no soy conde ni gran señor ni barón en ella, sin embargo Dios me ha hecho (por abyecto que sea ante vuestros ojos) persona de bien en ella." ¿Acaso el País no necesita hoy voces proféticas como la de Knox, anunciando sin temor ni favor todo el consejo de Dios? No es de sorprenderse que en los funerales de Knox en 1572 el Regente de Escocia, el Conde Morton, ningún amigo de Knox, haya dicho: "Aquí yace un hombre que nunca temió ni halagó carne alguna." ¿Por qué no? Porque para él "el temor del Señor era el principio de la sabiduría".

3. Una voz patriótica

Knox sirvió al Señor en muchos países durante su exilio de Escocia: en Alemania donde ejerció un pastorado muy fructífero en Frankfurt; en Francia donde pasó varios meses predicando en Dieppe; en Ginebra que calificó como "la mejor escuela de Cristo que se haya visto desde los días de los apóstoles"; y en Inglaterra donde se le apreció mucho durante el reinado del Rey Eduardo VI y se le ofreció un obispado anglicano, oferta que Knox rechazó. Así que no era ningún nacionalista incapaz de ver lo bueno en otros países y lo malo en el suyo propio. Pero toda su vida le consumía una pasión santa: la de ver establecido el reino de Jesucristo en Escocia, y a sus compatriotas confiando en él y demostrando los frutos de la justicia cristiana.

Durante su cautiverio en las galeras Knox sufrió mucho. En una oportunidad el barco pasó cerca de la ciudad de San Andrés, pero Knox estaba tan debilitado que ni podía levantar la cabeza para mirar. Un compañero prisionero le preguntó si conocía aquel lugar, y recibió la siguiente respuesta: "Sí, lo conozco bien, pues veo la torre de aquel sitio donde Dios primero abrió mi boca en público para su gloria, y estoy plenamente convencido, por débil que parezca ahora, que no dejaré esta vida hasta que mi lengua glorifique su santo nombre en ese mismo lugar."

Knox era hombre de oración que nunca dejaba de implorar a Dios que bendijera su patria. A la vez era hombre de acción que siempre luchaba por el bien espiritual y material de su tierra natal. En los meses críticos antes de la victoria final y el establecimiento de la religión reformada en el país (1560), predicó una serie de sermones sobre la construcción del templo como se relata en la libro de Ageo. Denominó esta exposición "una doctrina adecuada para la época". Su ferviente deseo era que se construyera el templo de Jesucristo en todo el reino escocés. Dios escuchó sus oraciones y respondió a su fe, de tal modo que Calvino le escribió de Ginebra: "Al maravillarnos por el increíble éxito en tan corto tiempo, damos también profundas gracias a Dios, cuya especial bendición vemos resplandecer."

La visión de Knox y sus amigos abarcó todo aspecto de la vida nacional. Después de que el Parlamento escocés destituyera la religión católico romana, Knox propuso que las ingentes riquezas de la iglesia medieval se dividieran en tres partes: una para el sostenimiento de pastores; la segunda para el establecimiento de una escuela en cada parroquia y el desarrollo de un sistema nacional de educación primaria, secundaria y superior; y la tercera parte para sufragar las necesidades de los pobres. A causa de la codicia de los aristócratas que detentaban el poder político y querían adueñarse de los tesoros de la Iglesia, los proyectos de Knox nunca pudieron plasmarse en realidad. Escocia fue grandemente bendecida por la Reforma, pero ¡cuánta mayor habría sido la bendición de haberse escuchado y practicado los consejos de Knox y de la Palabra de Dios!

Como evangélicos en el País* tienen ustedes el mismo llamado de Juan Knox. Como él forman parte de la Iglesia universal de nuestro Señor Jesucristo, y no hacen distinciones de raza o nacionalidad. Pero también como él son ciudadanos de una patria que necesita de Dios. ¡Que la amen, que oren por ella, que pongan todo su esfuerzo porque sea verdaderamente grande y próspera! Dicha prosperidad no nace del petróleo, del Banco Mundial o de la subida al poder de algún otro partido político. Viene de la predicación del Evangelio y el testimonio de un pueblo nuevo, actuando como sal y luz en todo estrato de la vida nacional. Oremos que se cumplan en los pueblos y en el País* los lemas de las ciudades escocesas donde ministraron fielmente Knox y sus colegas: de Edimburgo, "Nisi Dominus Frustra = Si el Señor no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican"; y de Glasgow, "Que florezca Glasgow por la predicación de su Palabra y la alabanza de su nombre."

4. Una voz pastoral

Knox vivió en tiempos difíciles, tiempos que precisaban de un hombre de coraje y de convicciones inflexibles. Sin duda compartía algunas de la características de un Elías o un Juan Bautista, pero no por ello dejaba de tener un corazón amoroso y un cuidado pastoral por toda la grey de Dios, hasta los más humildes e insignificantes. Las multitudes escuchaban sus sermones y salían, según numerosos testimonios contemporáneos, "muy reconfortados". Y sobre todo en sus cartas encontramos esta ternura de espíritu, propia de un creyente que camina con el Señor. En medio de repetidas crisis nacionales, Knox seguía escribiendo a personas que pedían consejos espirituales; por ejemplo, a una Sra Locke le escribe así: "Ud. me escribe que anhela verme. Querida hermana, si yo le dijera cuán grande es la sed que tengo por su presencia, parecería demasiado exagerado mi lenguaje… su presencia es tan querida para mí que si no tuviera la responsabilidad del pequeño rebaño congregado aquí en nombre de Cristo, yo mismo llegaría a Ud. antes que mi carta."

El País* necesita líderes y políticos cristianos, necesita empresarios y economistas que trabajen honradamente en el campo de la industria y de las finanzas. Pero también necesita pastores y predicadores como Juan Knox, fieles a la Palabra y llenos del amor de Cristo. Oremos fervientemente que Dios nos provea a tales personas, hoy más que nunca.

Termino con dos ojeadas a Knox en su lecho de muerte. La primera demuestra su rectitud y compasión, cuando la misma mañana de su fallecimiento se preocupa por pagar los salarios de sus siervos, dándoles algo extra porque será la última vez. La segunda resalta su unión con Cristo y su esperanza de pasar muy pronto a la felicidad de la eternidad con él. "Léeme", le dijo a su esposa, "donde primero eché mi ancla", y ella le leyó el capítulo 17 de Juan, lleno del amor eterno de Cristo y la seguridad eterna de sus elegidos. "Padre", oró Jesús, "aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado."
Pocas horas después Knox vio esa gloria, gloria prometida a todos aquellos que confían en Jesús como Salvador y Señor.

Por John M. MacPherson
(pastor, misionero y conferencista. Rector interino del Seminario Evangélico de Lima 1975-77, Superintendente del Colegio San Andrés, Lima 1988-92)

Tomado de recursosteologicos.org

* En el original dice Perú donde escribimos País.